Leyendo el Nietzsche de Gilles: Mala conciencia, responsabilidad, culpabilidad




Cuando las fuerzas reactivas se incorporan de este modo a la actividad genérica, interrumpen la «dinastía». Una vez más interviene una proyección: la deuda, la relación acreedordeudor es la que viene proyectada, y la que cambia de naturaleza en esta proyección. Desde el punto de vista de la actividad genérica, el hombre era considerado responsable de sus fuerzas reactivas; sus propias fuerzas reactivas eran consideradas responsables ante un tribunal activo. Ahora las fuerzas reactivas se aprovechan de su adiestramiento para formar una asociación compleja con otras fuerzas reactivas: se sienten responsables ante esas otras fuerzas, esas otras fuerzas se sienten jueces y señores de las primeras. De este modo la asociación de las fuerzas reactivas viene acompañada de una transformación de la deuda; ésta se convierte en deuda frente a la «divinidad», frente a «la sociedad», frente al «Estado», frente a las instancias reactivas. Entonces todo sucede entre fuerzas reactivas. La deuda pierde el carácter activo por el que participaba en la liberación del hombre: bajo su nueva forma es inagotable, impagable. «La perspectiva de una definitiva liberación tendrá que desaparecer de una vez para siempre entre la bruma pesimista, la mirada desesperada tendrá que desalentarse ante una imposibilidad de hierro, las nociones de deuda y de deber tendrá que darse vuelta. ¿Contra quién se volverán entonces? No existe ninguna duda: en primer lugar contra el deudor... en último lugar contra el acreedor». Basta examinar lo que el cristianismo llama «rescate». Ya no se trata de una liberación de la deuda, sino de una agudización de la deuda. Ya no se trata de un dolor por el que se paga la deuda, sino de un dolor por el que se queda encadenado, porque el que se siente deudor para siempre. El dolor sólo paga los intereses de la deuda; el dolor está interiorizado, la responsabilidad se ha convertido en responsabilidad-culpabilidad. Hasta tal punto que tendrá que ser el propio acreedor el que cargue la deuda a su cuenta, el que tome sobre sí el cuerpo de la deuda. Golpe genial del cristianismo, dice Nietzsche: «El propio Dios ofreciéndose en sacrificio para pagar las deudas del hombre, Dios pagándose a sí mismo, Dios consiguiendo él solo liberar al hombre de lo que, para el propio hombre, se había convertido en irremisible». Se observará una diferencia de naturaleza entre las dos formas de responsabilidad, la responsabilidad-deuda y la responsabilidad-culpabilidad. Una tiene por origen a la actividad de la cultura; es sólo el medio de esta actividad, desarrolla el sentido externo del dolor, debe desaparecer en el producto para dejar sitio a la hermosa irresponsabilidad. En la otra todo es reactivo: tiene por origen la acusación del resentimiento, se incorpora a la cultura y la desvía de su sentido, provoca un cambio de dirección del resentimiento que ya no busca un culpable en el exterior, se eterniza al mismo tiempo que interioriza el dolor. Decíamos: el sacerdote es quien interioriza el dolor y cambia la dirección del resentimiento; con ello, da una forma a la mala conciencia. Preguntábamos: ¿cómo puede cambiar de dirección el resentimiento al mismo tiempo que conserva sus propiedades de odio y de venganza? El extenso análisis precedente nos proporciona los elementos para una respuesta: 1.º Gracias a la actividad genérica y usurpando esta actividad, las fuerzas reactivas constituyen asociaciones (rebaños). Ciertas fuerzas reactivas tienen el aire de actuar, otras sirven de materia: «Allí donde hay rebaños, quien los ha querido es el instinto de debilidad, quien los ha organizado la habilidad del sacerdote» 2.º En este medio es donde la mala conciencia toma forma. Abstraída de la actividad genérica, la deuda se proyecta en la asociación reactiva. La deuda se convierte en la relación de un deudor que no acabará nunca de pagar y de un acreedor que no acabará nunca de agotar los intereses de la deuda: «Deuda frente a la divinidad». El dolor del deudor está interiorizado, la responsabilidad de la deuda se convierte en un sentimiento de culpabilidad. De este modo el sacerdote llega a cambiar la dirección del resentimiento: nosotros, seres reactivos, no tenemos que buscar un culpable en el exterior, todos somos culpables ante él, ante la Iglesia, ante Dios; 3.º Pero el sacerdote no sólo envenena al rebaño, sino que lo organiza, lo defiende. Inventa los medios que nos hacen soportar el dolor multiplicado, interiorizado. Hace viable la culpabilidad que inyecta. Nos hace participar en una aparente actividad, en una aparente justicia, el servicio de Dios; nos interesa en la asociación, despierta en nosotros «el deseo de ver prosperar a la comunidad». Nuestra insolencia de domésticos sirve de antídoto a nuestra mala conciencia. Pero sobre todo el resentimiento, al cambiar de dirección, no ha perdido ninguna de sus fuentes de satisfacción, de su virulencia ni de su odio contra los demás. Es culpa mía, he aquí el grito de amor con el que, como nuevas sirenas, atraemos a los demás y los desviamos de su camino. Al cambiar la dirección del resentimiento, los hombres de la mala conciencia han encontrado el medio de satisfacer mejor la venganza, de extender mejor el contagio: «Están dispuestos a hacer expiar, están ansiosos por representar el papel de verdugos...»; 4.º Obsérvese en todo esto que la forma de la mala conciencia implica una ficción, no menos que la forma del resentimiento. La mala conciencia reposa en el desvío de la actividad genérica, en la usurpación de esta actividad, en la proyección de la deuda.

Lectura anterior: La cultura considerada desde el punto de vista histórico
Próxima lectura: El ideal ascético y la esencia de la religión
Dibujo: Planeta tierra, de León Ferrari.

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Gilles y Félix


Mil mesetas

Bibliografía de Gilles Deleuze en castellano

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