Este es un bello texto publicado en Página 12.
Aprendiendo de su propio personaje “Poroto”, el autor advierte sobre las relaciones “tóxicas” que “reducen la potencia de actuar”, a diferencia de “los buenos encuentros, que producen afectos alegres”. De aquellas relaciones es mejor huir, porque, citando a Poroto, “la huida no es una enfermedad, sino una ciencia”.
En mi obra de teatro Poroto, el protagonista es estratega de una micropolítica que le permite expresarse para vivir. Se da cuenta de que tiene que seleccionar en su vida las relaciones: las dosis de las relaciones, el tiempo que invierte para que le resulte operativo vivir como él desea, que le permite vivir con potencia. Las “huidas” le permiten diseñar un sentido para su vida. Son fundamentos existenciales.
Tenía una filosofía de vida y desarrollaba una serie de ideas ininteligibles para quienes lo rodeaban, que lo percibían como un extraño, como un ser huidizo e inapresable. Algunos lo tildaban de esquizofrénico; otros, de fóbico grave. Solamente un médico clínico cercano a él comenzó a percibir que sus conductas bizarras tenían un nivel de inteligibilidad, y decidió seguirlo para investigar su rara filosofía de vida, que así convertía a Poroto en objeto de investigación científica.
A él Poroto le confió ciertas frases que eran parte de su pensamiento –decálogo, decía él– y que el doctor Guillermo Ballesteros, así se llamaba el médico, guardaba como una reliquia.
En mi obra de teatro Poroto, el protagonista es estratega de una micropolítica que le permite expresarse para vivir. Se da cuenta de que tiene que seleccionar en su vida las relaciones: las dosis de las relaciones, el tiempo que invierte para que le resulte operativo vivir como él desea, que le permite vivir con potencia. Las “huidas” le permiten diseñar un sentido para su vida. Son fundamentos existenciales.
Tenía una filosofía de vida y desarrollaba una serie de ideas ininteligibles para quienes lo rodeaban, que lo percibían como un extraño, como un ser huidizo e inapresable. Algunos lo tildaban de esquizofrénico; otros, de fóbico grave. Solamente un médico clínico cercano a él comenzó a percibir que sus conductas bizarras tenían un nivel de inteligibilidad, y decidió seguirlo para investigar su rara filosofía de vida, que así convertía a Poroto en objeto de investigación científica.
A él Poroto le confió ciertas frases que eran parte de su pensamiento –decálogo, decía él– y que el doctor Guillermo Ballesteros, así se llamaba el médico, guardaba como una reliquia.
Decálogo de Poroto
El decálogo de Poroto está integrado por las siguientes 14 fórmulas:
- No tengo desesperanza; sólo invención cotidiana.
- Cada mañana hay que inventar el día.
- No me mato porque sé que tengo la asombrosa libertad de hacerlo en cualquier momento (frase que adjudicaba al filósofo rumano Ciorán y que él tomaba como suya).
- La vida es una enorme partida y hay que estar entrenado todos los días.
- Hay que aprender a no aguantar a nadie, ni aun a los propios padres.
- Hay que asombrarse de uno mismo.
- No hay que aprender a comunicarse, sino aprender a huir a tiempo.
- La vida es maravillosa sólo si uno aprende a seleccionar momentos.
- La vida en sí no es interesante; sólo la podemos hacer atractiva si la diseñamos todos los días.
- Mucha gente nos enferma y nos intoxica. Es una ciencia descubrir la toxicidad en la gente.
- Hay que tener cuidado de no dejarse atrapar por ninguna cara ni por ninguna teoría; la métrica es una ciencia fundamental.
- Hay que seleccionar bien las cosas que hay que hacer para sobrevivir.
- La huida no es una enfermedad: es una verdadera ciencia que deberían enseñarnos desde niños para huir rápidamente de la idiotez.
- Aprender a crear burbujas de incomunicación. Diseñar estas burbujas para llevarlas siempre consigo a mano (concepto deleuziano, que él se atribuía).
Poroto había diseñado el tiempo que podía soportar sin intoxicarse en las conversaciones habituales con las personas que se cruzaba diariamente:
- El portero: dos segundos.
- Su madre: un minuto 10 segundos.
- Su padre: un minuto 14 segundos.
- Pedro (amigo ocasional con quien se encontraba en la estación Floresta): 10 segundos y tres cuartos.
- Su tío Mito: un segundo.
- Miss Golden (profesora de inglés): 20 minutos.
- Alsacia (prostituta a quien frecuentaba): una hora.
- Su novia Serafina: cuatro períodos de dos minutos con pausas de un minuto.
La huida a tiempo nos preserva de las idioteces que soportamos de los demás.
Poroto había realizado un viaje a Groenlandia (donde fue muy feliz). Desde allí escribió:
“La gente está aquí permanentemente de pie, casi ni se sienta. Casi no hay sillas en las reuniones. Un movimiento mínimo y discreto les permite apartarse de los demás. Debido a ello, la gente se siente más libre que teniendo que levantarse dificultosamente de algún lugar. El incorporarse seria una comunicación de la intención de alejarse. Se mueven libremente y pueden –puesto que están de pie permanentemente– apartarse sin mucha ceremonia e irse a otro lado cuando les plazca. Nada es llamativo y nadie se sentiría ofendido. La ventaja de estar siempre de pie es como nadie se ofende –poder irse del lugar cuando a uno le place y sin dar explicaciones. Hay menos enfermos de resentimiento y enfermedades digestivas. Un mundo libre.
”¡Cuánto tiempo he perdido en las sillas, querido amigo!
”El que está de pie expresa grandeza e independencia y el que está sentado expresa peso y duración.
”Sobre el acuclillado: es el que se ha desprendido de los hombres, no grava sobre nadie; descansa en si mismo.
”Un abrazo fuerte a todos. Me quedo aquí por tiempo indeterminado.
”PD: Muchas cosas no verlas no oírlas; no dejar que se nos acerquen. Separarse, alejarse de aquello a lo cual habría necesidad de decir no una y otra vez.
”Te quiero, Serafina. Desde aquí te quiero. ¡Seríamos aquí los dos tan felices!”
(Hacía un año que Poroto no escribía.)
El doctor Guillermo Ballesteros, su investigador oficial, comenzó junto a sus colaboradores a percibir que el problema de la toxicidad de las relaciones humanas era por lo menos atendible. Coincidían en la posibilidad de crear burbujas de incomunicación frente a la idiotez. Y comenzaron a percibir cuánto tiempo dedicaban de su día a conversaciones idiotas y tóxicas.
Incluso Ballesteros llego a pensar como Deligny (psiquiatra rumano que vivía en París) sobre la relación existente entre toxicidad y enfermedad mental.
El mismo Poroto tenía referencias de la American Psychiatry en cuanto a que los yuppies norteamericanos adolecían de un nuevo síndrome psicológico: la esquizoafectividad, por la cual dejaban de sentir abruptamente el mundo afectivo que los rodeaba, y Poroto afirmaba que esa huida afectiva o retirada del mundo era la única posibilidad de escapar a tiempo de la robotización para la que el medio los había entrenado. Era una retirada humanizante. Huida de preservación para volver al mundo emocional de otra manera. Inventando. Ingeniando.
No se tenía la impresión de estar con alguien fuera de juicio, sino con una persona que se desplazaba en otra dimensión, en otros espacios posibles. Poroto es un héroe de la micropolítica de la resistencia. Un héroe que se gestó problematizando y cuestionando la posmodernidad. Poroto es el héroe lucido que sabe cómo desea, sobre todo, no perder la capacidad de movimiento que parece ser su mayor expresión de libertad: aquello que no piensa entregar bajo ningún aspecto (La huida como resistencia en la modernidad líquida, Ezequiel Gusneroti).
El concepto “burbuja de incomunicación” parece ser, según Poroto, que surgió a raíz de una sugerencia en un encuentro que tuvo con Gilles Deleuze en París, en septiembre de 1980; en esa conversación, Deleuze había tomado de Poroto ese concepto.
Luego Deleuze modificó la palabra “vacuola” por “burbuja”, según Poroto para disimular el plagio. El doctor Ballesteros ignoraba al gran filósofo francés y nunca pudo comprobarlo. Lo único que pudo comprobar es que en esa fecha Poroto había viajado a París.
Serafina, la novia de Poroto, sabía de un viaje de éste a París; al volver le dijo que un filósofo francés le robaba sus ideas y que por eso había apresurado su viaje de vuelta.
Un día, Poroto le dijo al doctor Guillermo Ballesteros: nosotros nos enfermamos cuando no hacemos buenas combinatorias y nos estancamos con gente que produce tristeza o melancolía, y esta situación reduce nuestra potencia de actuar. La mayoría de la gente aguanta estas relaciones porque carece de la conciencia de poner límites y huir de dicha fábrica de patología. Descomponen su cuerpo con el otro y se enferman por permanecer demasiado en estas situaciones tóxicas que conllevan a patologías psicosomáticas. Por el contrario, hay buenos encuentros con producción de afectos alegres, que aumentan la potencia de actuar. Buenas combinaciones, doctor Ballesteros. Hay que saber combinar bien, como usted y yo.
El horror es permanecer fabricando afectos tristes y perder la capacidad o potencia de actuar.
Mi huida –mi micropolítica resistencial– es la de huir a tiempo de la toxicidad que afecta el cuerpo cuando se descompone en las relaciones tristes.
Todo es un problema de dosis –relaciones de conexión–, no de vínculos ni de relaciones. Huir a tiempo es preservarse de la idiotez y de la falta de pasión.
Pero esto no es mío: es Spinoza puro. No le sugiero que lo lea porque es muy difícil.
El doctor Ballesteros no se ofendió; se compró la Etica de Spinoza y no entendió nada. La formación médica es demasiado concreta para entender este tipo de conceptos teóricos.
Poroto es un personaje de ficción. Pero he encontrado en la clínica, a través de los años, que sus ideas excéntricas tienen en el fondo su razón de ser. Su sentido.
Creo que mucha gente enferma porque combina mal con otra persona y es proclive a enfermar por permanecer junto a esa persona durante años. Muchas enfermedades psicosomáticas las creo atribuibles a estas relaciones.
La gente no percibe la toxicidad que emana entre ambos y no puede –según la filosofía de Poroto– huir a tiempo.
Creo que los análisis muy largos a veces perjudican a ciertos pacientes por esta razón, creando fenómenos iatrogénicos (de los que poco se habla).
Hace poco una chica de 32 años quería entrar a un grupo terapéutico y yo le pregunte cuánto tiempo se había tratado en alguna psicoterapia previa. “Yo comencé a los 16 años con un analista, por inhibiciones sociales y sexuales y todavía continuo con él.” Le señalé que se había analizado la mitad de su vida. “Dos veces por semana”, me respondió. Me dijo que los primeros años había sido ayudada por el terapeuta, pero que después la relación se había empantanado y que no podía dejarlo. El no la ayudaba y permaneció siete años de más, creando un vínculo tóxico: habían desarrollado una amistad muy grande, pero la creatividad no existía en ella ni en él. “Ir a terapia me producía tristeza. No me animaba a dejarlo. Por eso estoy aquí, deseo estar con gente y poder escuchar otros problemas. Compartir y resonar con otras personas.”
Poroto le habría aconsejado “huir a tiempo” y dejar su extenso análisis porque la relación psicoterapéutica se convirtió en una relación tóxica y triste donde ella perdió su potencia de actuar. En sus primeros años había conseguido buenos resultados. En lugar de analizarse para vivir, ella vivía para analizarse.
Entiendo que los profesionales –analistas, psicólogos– puedan realizar análisis largos porque nuestra profesión exige un training especial. Yo me analicé 15 años o más. Pero la gente que concurre a mis grupos tiene un promedio de 15 años de análisis u otra terapia previa. Algunos son contadores, otros maestros, empleados, empresarios: muy alejados de la profesión psi.
Es bueno tomar conciencia de que debemos aprender a “huir” a tiempo de la toxicidad de algunas relaciones que nos producen tristeza y nos hacen perder potencia de actuar.
En este caso, la huida es un acto terapéutico, como dice Poroto.
En nuestra vida corriente percibimos que hay relaciones que nos producen alegría: nos volvemos más creativos y con pasiones nuevas. Y hay otras relaciones donde no combinamos y “pensamos mal”. Esto produce tristeza. La pérdida de conciencia de este último vínculo como producción de síntomas es de gran importancia.
La capacidad de la gente de permanecer en situaciones “idiotas” es inconmensurable. La capacidad de la gente que no huye a tiempo de este tipo de relaciones es a veces inconcebible.
A lo largo de mi vida, he conocido gente inteligente que progresivamente perdió creatividad, potencia y pasiones por estar ligada a relaciones tóxicas.
Poroto decía que la gente buena muchas veces es peligrosa por su toxicidad. En mi caso personal, he tenido relaciones tóxicas y he tenido la posibilidad de “huir” a tiempo –siguiendo su filosofía– en muchas oportunidades.
A Poroto le horrorizaba todo tipo de hermenéutica posible. El decía: las cosas son así y uno elige: quedarse o huir a tiempo. Es una decisión existencial consciente.
Algo parecido a lo que decía Foucault cuando se refería a que, antes de llegar al inconsciente, hay que percibir los “secretitos sucios” de las personas. Es una manera de pensar que invita a la reflexión.
El doctor Guillermo Ballesteros realizo un trabajo en la Asociación Psiquiátrica Argentina que se titulaba “La huida como acto terapéutico”. Pero la huida fue en general interpretada como actitud defensiva fóbica y no como acto de preservación.
Poroto también criticó el trabajo del doctor Ballesteros porque consideraba inapropiado discutirlo con psiquiatras.
Poco tiempo después, fue invitado a Francia a desarrollar su experiencia con actores y matemáticos (a quienes interesaba mucho su teoría). Aun hoy permanece en Groenlandia junto a Serafina su novia. Allí escribió su libro de dos tomos La huida como acto terapéutico existencial (que ya va por su tercera edición).