El buen sentido desempeña un papel capital en la determinación de significación pero no desempeña ninguno en la donación de sentido; y ello porque el buen sentido viene siempre segundo, porque la distribución sedentaria que opera supone otra distribución, como el problema de los cercados supone un espacio primero libre, abierto, ilimitado, ladera de colina o collado. ¿Basta entonces con decir que la paradoja sigue la dirección opuesta a la del buen sentido, y va de lo menos diferenciado a lo más diferenciado, por un capricho que sólo sería un entretenimiento del espíritu? Tomando ejemplos célebres, es cierto que si la temperatura fuera diferenciándose, o si la viscosidad se hiciera acelerante ya no se podría «prever». Pero ¿por qué? No porque las cosas ocurrieran en el otro sentido, el otro sentido seguiría siendo un sentido único. Ahora bien, el buen sentido no se contenta con determinar la dirección particular del sentido único: determina primeramente el principio de un sentido único en general, mostrando que este principio, una vez dado, nos fuerza a escoger una dirección antes que la otra. De ahí que la potencia de la paradoja no consista en absoluto en seguir la otra dirección, sino en mostrar que el sentido toma siempre los dos sentidos a la vez, las dos direcciones a la vez. Lo contrario del buen sentido no es el otro sentido; el otro sentido es solamente el pasatiempo del espíritu, su iniciativa divertida. Pero la paradoja como pasión descubre que no se pueden separar las dos direcciones, que no se puede instaurar un sentido único, ni un sentido único para la seriedad del pensamiento, para el trabajo, ni un sentido inverso para los entretenimientos ni los juegos menores. Si la viscosidad se hiciera acelerante arrancaría los móviles de su reposo, pero en un sentido imprevisible. ¿En qué sentido, en qué sentido?, pregunta Alicia. La pregunta no tiene respuesta, porque lo propio del sentido es no tener dirección, no tener «buen sentido», sino siempre los dos a la vez, en un pasado-futuro infinitamente subdividido y estirado. El físico Boltzmann explicaba que la flecha del tiempo, yendo del pasado al futuro, sólo valía en mundos o sistemas individuales, y respecto de un presente determinado en tales sistemas: «para el Universo entero las dos direcciones del tiempo son pues imposibles de distinguir, así como en el espacio no hay ni arriba ni abajo» (es decir, ni altura ni profundidad). Volvemos a encontrar la oposición entre el Aión y el Cronos. Cronos es el presente que sólo existe, y que hace del pasado y del futuro sus dos dimensiones dirigidas, de modo que se va siempre del pasado al futuro, pero a medida que los presentes se suceden en los mundos o en -los sistemas parciales. Aión es el pasado-futuro en una subdivisión infinita del momento abstracto, que se descompone sin cesar en los dos sentidos a la vez, esquivando siempre cualquier presente. Porque no puede asignarse ningún presente en el universo en tanto que sistema de todos los sistemas o conjunto anormal. A la línea orientada del presente, que «regulariza» en un sistema individual cada punto singular que recibe, se opone la línea del Aión, que salta de una singularidad preindividual a otra y las recoge a todas unas en otras, recoge todos los sistemas según las figuras de la distribución nómada donde cada acontecimiento es ya pasado y todavía futuro, más y menos a la vez, siempre víspera y día siguiente en la subdivisión que los pone juntos en comunicación.
Pintura: H. Michaux