Félix Guattari. Reunión en la Escuela Freudiana de São Paulo (SP, 26/08/1982).
Desde mi punto de vista, los fenómenos que el psicoanálisis trata en términos de conflicto no se dejan aprehender. Tomemos el ejemplo de la noción de represión: un procedimiento de semiotización —de agenciamiento onírico, fantasmático, sintomático, de acto fallido o cosas similares— en conflicto crearía una dinámica de represión. Ese conflicto puede ser de orden tópico (en el primer tópico, entre Inconsciente, Preconsciente y Consciente) o de orden pulsional (entre pulsión oral, pulsión anal, pulsión sexualizada, pulsión simbólica, etc.), o incluso puede tener la naturaleza de los conflictos personológicos de la triangulación edípica (identificación, etc.). O puede no tener nada que ver con eso. Un ejemplo esclarecedor es el sueño. La experiencia del sueño pasa por «grados» sucesivos de lectura, cada vez más reduccionistas. La cuestión se plantea en términos de agenciamiento de enunciación y no de interpretación. Hay al menos dos, tres o cuatro fases en esa experiencia, dos, tres o cuatro agenciamientos. En la primera fase, que yo llamaría «fase de semiotización onírica propiamente dicha», tenemos cierto agenciamiento de enunciación que se caracteriza por no pertenecer a las coordenadas espacio-temporales que manejamos en sociedad. Vamos a denominarlo A. Llamo la atención porque esa semiotización no es forzosamente individuada: frecuentemente, percibimos en la experiencia del sueño, que podemos ser muchos personajes al mismo tiempo, pasando de uno a otro en una suerte de encadenamiento. Despertamos y pasamos al segundo agenciamiento, que llamaré B, en el cual se retoma el material semiótico del nivel A. Notamos que el pasaje de un agenciamiento a otro se organiza según un fenómeno de compresión general de las coordenadas semióticas. Aquel mundo infinitamente rico y diferenciado en el cual estábamos zambullidos apenas un segundo antes, aquella especie de fenómeno de implosión, va perdiendo a cada segundo su riqueza pseudodiscursiva, se va vaciando gradualmente de sustancia. Es como el universo en expansión, universo en el que son preservados algunos fragmentos y son olvidados algunos otros que quizá luego son recordados y anotados. Se constituye así un tercer agenciamiento, el de rememoración. Nos sorprendemos al constatar que los pocos elementos de complejidad del sueño que pudimos preservar se revelan en sí mismos extremadamente ricos. Es en este preciso aspecto donde se sitúa el descubrimiento freudiano de la interpretación de los sueños: un pequeño fenómeno semiótico de nonsense puede tener el papel de núcleo semántico capaz de funcionar como polo de atracción, a través de la asociación de las más diversas líneas. En el nivel B teníamos un fenómeno de expansión y expulsión de significaciones, considerando que en este tercer nivel tenemos un tipo de fenómeno de atracción, contracción y concatenación de significaciones. La enunciación oral para un interlocutor en una situación determinada —por ejemplo contar su sueño a su esposa en el desayuno— constituye un cuarto agenciamiento. Aquí ya dejamos de lado toda una serie de afectos, de sentimientos y de impresiones.
Desde mi punto de vista, los fenómenos que el psicoanálisis trata en términos de conflicto no se dejan aprehender. Tomemos el ejemplo de la noción de represión: un procedimiento de semiotización —de agenciamiento onírico, fantasmático, sintomático, de acto fallido o cosas similares— en conflicto crearía una dinámica de represión. Ese conflicto puede ser de orden tópico (en el primer tópico, entre Inconsciente, Preconsciente y Consciente) o de orden pulsional (entre pulsión oral, pulsión anal, pulsión sexualizada, pulsión simbólica, etc.), o incluso puede tener la naturaleza de los conflictos personológicos de la triangulación edípica (identificación, etc.). O puede no tener nada que ver con eso. Un ejemplo esclarecedor es el sueño. La experiencia del sueño pasa por «grados» sucesivos de lectura, cada vez más reduccionistas. La cuestión se plantea en términos de agenciamiento de enunciación y no de interpretación. Hay al menos dos, tres o cuatro fases en esa experiencia, dos, tres o cuatro agenciamientos. En la primera fase, que yo llamaría «fase de semiotización onírica propiamente dicha», tenemos cierto agenciamiento de enunciación que se caracteriza por no pertenecer a las coordenadas espacio-temporales que manejamos en sociedad. Vamos a denominarlo A. Llamo la atención porque esa semiotización no es forzosamente individuada: frecuentemente, percibimos en la experiencia del sueño, que podemos ser muchos personajes al mismo tiempo, pasando de uno a otro en una suerte de encadenamiento. Despertamos y pasamos al segundo agenciamiento, que llamaré B, en el cual se retoma el material semiótico del nivel A. Notamos que el pasaje de un agenciamiento a otro se organiza según un fenómeno de compresión general de las coordenadas semióticas. Aquel mundo infinitamente rico y diferenciado en el cual estábamos zambullidos apenas un segundo antes, aquella especie de fenómeno de implosión, va perdiendo a cada segundo su riqueza pseudodiscursiva, se va vaciando gradualmente de sustancia. Es como el universo en expansión, universo en el que son preservados algunos fragmentos y son olvidados algunos otros que quizá luego son recordados y anotados. Se constituye así un tercer agenciamiento, el de rememoración. Nos sorprendemos al constatar que los pocos elementos de complejidad del sueño que pudimos preservar se revelan en sí mismos extremadamente ricos. Es en este preciso aspecto donde se sitúa el descubrimiento freudiano de la interpretación de los sueños: un pequeño fenómeno semiótico de nonsense puede tener el papel de núcleo semántico capaz de funcionar como polo de atracción, a través de la asociación de las más diversas líneas. En el nivel B teníamos un fenómeno de expansión y expulsión de significaciones, considerando que en este tercer nivel tenemos un tipo de fenómeno de atracción, contracción y concatenación de significaciones. La enunciación oral para un interlocutor en una situación determinada —por ejemplo contar su sueño a su esposa en el desayuno— constituye un cuarto agenciamiento. Aquí ya dejamos de lado toda una serie de afectos, de sentimientos y de impresiones.