Sin embargo, hay quizá una razón por la que nos inclinemos a distinguir e incluso a oponer conocimiento, moral y religión. Remontábamos, desde la verdad hasta el ideal ascético, para descubrir la fuente de la verdad. Estemos por un momento más atentos a la evolución que a la genealogía: volvamos a descender del ideal ascético o religioso hasta la voluntad de verdad. Hay que reconocer sin más que la moral ha reemplazado a la religión como dogma, y que la ciencia tiende cada vez más a reemplazar a la moral. «El cristianismo como dogma se ha arruinado por su propia moral»; «lo que ha triunfado del Dios cristiano es la propia moral»; o bien «a fin de cuentas el instinto de verdad se prohibe la mentira de la fe en Dios». Actualmente hay cosas que un fiel o un sacerdote ya no pueden decir ni pensar. Sólo algunos obispos o papas: la providencia y la bondad divinas, la razón divina, la finalidad divina «he aquí maneras de pensar que hoy están pasadas, que tienen en contra la voz de nuestra conciencias, son inmorales. A menudo la religión necesita a los librepensadores para sobrevivir y recibir una forma adaptada. La moral es la continuación de la religión, pero con otros medios. Por doquier está presente el ideal ascético, pero los medios cambian, ya que no son las mismas fuerzas reactivas.Por eso se confunde tan fácilmente la crítica con un arreglo de cuentas entre fuerzas reactivas diversas. «El cristianismo como dogma ha sido arruinado por su propia moral...». Pero Nietzsche añade: «De este modo el cristianismo como moral debe ir también a su ruina». ¿Quiere decir que la voluntad de verdad debe ser la ruina de la moral, del mismo modo que la moral la ruina de la religión? La ganancia sería escasa: la voluntad de verdad pertenece aún al ideal ascético, la forma es siempre cristiana. Nietzsche pide otra cosa. un cambio de ideal, otro ideal, «sentir de otra manera». Pero, ¿cómo es posible este cambio en el mundo moderno? Mientras nos preguntarnos qué es el ideal ascético y religioso, mientras hagamos esta pregunta a este propio ideal, la moral o la virtud se adelantarán para responder en su lugar. La virtud dice: Me estáis atacando a mí misma, porque yo respondo del ideal ascético; la religión tiene su parte de malo, pero también de bueno; yo he recogido lo bueno; soy yo quien quiere este bueno. Y cuando preguntamos: pero esta virtud, ¿qué es, qué quiere?, vuelve a empezar la misma historia. La verdad en persona se adelanta y dice: Yo soy quien quiere la virtud, yo respondo por la virtud. Es mi madre y mi fin. Yo no soy nada si no llevo a la virtud. Y, ¿quién va a negar que soy algo? Las fases genealógicas que hemos recorrido, de la verdad a la moral, de la moral a la religión, pretenden hacérnoslas descender a grandes pasos, la cabeza gacha, con el pretexto de la evolución. La virtud responde por la religión, la verdad por la virtud. Entonces basta prolongar el movimiento. No nos harán descender los peldaños sin que volvamos a encontrar nuestro punto de partida, que es también nuestro trampolín: la verdad no es incriticable ni de derecho divino, la crítica debe ser crítica de la propia verdad. «El instinto cristiano de verdad, de deducción en deducción, de parada en parada acabará por llegar a su deducción más temida, a su detención contra sí mismo; pero esto sucederá cuando se haga la pregunta: ¿qué significa la voluntad de verdad? Y heme aquí de vuelta a mi problema, oh amigos míos desconocidos (ya que no conozco todavía ningún amigo mío). ¿qué sería para nosotros el sentido de toda la vida, sino el que esta voluntad de verdad llegue a tomar en nosotros conciencia de sí misma como problema? La voluntad de verdad una vez consciente de sí misma será, sin ninguna duda, la muerte de la moral: éste es el espectáculo grandioso en cien actos, reservado a los dos próximos siglos de la historia europea, el espectáculo más aterrador de todos, pero quizá fecundo entre todos en magníficas esperanzas». En este texto de gran rigor cada término ha sido pesado. «De deducción en deducción», «de parada en parada» significan los peldaños descendientes: del ideal ascético a su forma moral, de la conciencia moral a su forma especulativa. Pero «la deducción más temible», «la detención contra sí mismo» significa esto: el ideal ascético más allá de la voluntad de verdad ya no tiene escondrijo, ya no tiene a nadie que responda en su lugar. Basta continuar la deducción, descender aún más de lo que se nos quería hacer descender. Entonces el ideal ascético está en la calle, desenmascarado, no dispone ya de ningún personaje que haga su papel. Ni personaje moral, ni personaje sabio. Estamos otra vez con nuestro problema, pero estamos también en el momento que preside el reascenso: el momento de sentir de otra manera, de cambiar de ideal. Nietzsche no quiere pues decir que el ideal de verdad deba reemplazar al ideal ascético o incluso moral; al contrario, dice que el planteamiento de la voluntad de verdad (su interpretación y su evaluación) debe impedir al ideal ascético hacerse reemplazar por otros ideales que le prolongarían bajo otros formas. Cuando denunciamos la permanencia del ideal ascético en la voluntad de verdad, retiramos de este ideal la condición de su permanencia o su último disfraz. En este sentido, también nosotros somos los «verídicos» o los «buscadores de conocimiento» Pero no reemplazamos el ideal ascético, no permitimos que subsista nada del propio lugar, queremos quemar el lugar, queremos otro ideal en otro lugar, otra manera de conocer, otro concepto de verdad, es decir, una verdad que no presuponga una voluntad de lo verdadero, sino que suponga una voluntad totalmente distinta.
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