Leyendo el Nietzsche de Gilles: Filosofía de la voluntad

La genealogía no sólo interpreta, también valora. Hasta ahora hemos presentado las cosas como si las diferentes fuerzas luchasen y se sucediesen en relación a un objeto casi inerte. Pero el propio objeto es fuerza, expresión de una fuerza. Por la misma razón existe más o menos una afinidad entre el objeto y la fuerza que se apodera de él. No hay ningún objeto (fenómeno) que no esté ya poseído, porque en sí mismo es, no una apariencia, sino la aparición de una fuerza. Cualquier fuerza se halla pues en una relación esencial con otra fuerza. El ser de la fuerza es el plural; sería completamente absurdo pensar la fuerza en singular. Una fuerza es dominación, pero también objeto sobre el que se ejerce una dominación. Una pluralidad de fuerzas actuando y sufriendo a distancia, siendo la distancia el elemento diferencial comprendido en cada fuerza y gracias al cual cada una se relaciona con las demás: éste es el principio de la filosofía de la naturaleza en Nietzsche. La crítica del atomismo debe entenderse a partir de este principio; consiste en mostrar que el atomismo es un intento de prestar a la materia una pluralidad y una distancia esenciales que, de hecho, sólo pertenecen a la fuerza. Únicamente la fuerza tiene por ser el relacionarse con otra fuerza. (Como dice Marx, cuando interpreta el atomismo: «los átomos son en sí mismos su único objeto y sólo pueden relacionarse con ellos mismos...» Pero el problema es: la noción de átomo en su esencia, ¿deja adivinar esta relación esencial que se le adjudica? El concepto sólo es coherente si se piensa fuerza en lugar de átomo. Porque la noción de átomo no puede contener en sí misma la diferencia necesaria para la afirmación de semejante relación, diferencia en la esencia y según la esencia. Así, el atomismo sería una máscara del dinamismo naciente.) El concepto de fuerza es pues, en Nietzsche, el de una fuerza relacionada con otra fuerza: bajo este aspecto, la fuerza se llama una voluntad. La voluntad(voluntad de poder) es el elemento diferencial de la fuerza. De ello resulta una nueva concepción de la filosofía de la voluntad; ya que la voluntad no se ejerce misteriosamente sobre músculos o sobre nervios, y menos aún sobre una materia en general, sino que, necesariamente, se ejerce sobre otra voluntad. El auténtico problema no se halla en la relación del querer con lo involuntario, sino en la relación entre una voluntad que ordena y una voluntad que obedece, y que obedece más o menos. «La voluntad bien entendida sólo puede actuar sobre una voluntad, y no sobre una materia (los nervios, por ejemplo ). Hay que aceptar la idea de que en cualquier parte donde se constaten efectos, es que una voluntad actúa sobre otra voluntad». Se habla de la voluntad como de algo complejo porque, en tanto que quiere, quiere ser obedecida, pero sólo una voluntad puede obedecer al que la manda. De este modo el pluralismo halla su inmediata confirmación y su terreno de elección en la filosofía de la voluntad. Y el punto que acarrea la ruptura de Nietzsche con Schopenhauer es preciso: se trata, concretamente, de saber si la voluntad es una o múltiple. Todo lo demás se desprende de ahí: efectivamente, si Schopenhauer llega a negar la voluntad, es, en primer lugar, porque cree en la unidad del querer. Al ser la voluntad, según Schopenhauer, una en su esencia, el verdugo acaba por comprender que es uno con su propia víctima: la conciencia de la identidad de la voluntad en todas sus manifestaciones es lo que lleva a la voluntad a negarse, a suprimirse en la piedad, en la moral y en el ascetismo. Nietzsche descubre lo que le parece ser la mistificación propiamente schopenhaueriana: se debe negar necesariamente la voluntad, cuando se sostiene su unidad, su identidad. Nietzsche denuncia el alma, el yo, el egoísmo como los últimos refugios del atomismo. El atomismo psíquico no tiene mucho más valor que el físico: «En todo querer, se trata solamente de mandar y de obedecer en el interior de una estructura colectiva compleja, hecha de varias almas». Cuando Nietzsche canta el egoísmo, es siempre de un modo agresivo o polémico: contra las virtudes, contra la virtud del desinterés pero, de hecho, el egoísmo es una mala interpretación de la voluntad, como el atomismo una mala interpretación de la fuerza. Para que haya egoísmo sería necesario que hubiera un ego. Que cualquier fuerza se relaciona con otra, sea para obedecer sea para mandar, he aquí lo que nos encamina hacia el origen: el origen es la diferencia en el origen, la diferencia en el origen es la jerarquía, es decir la relación de una fuerza dominante con una fuerza dominada, de una voluntad obedecida con una voluntad obediente. La jerarquía como algo inseparable de la genealogía, he aquí lo que Nietzsche llama «nuestro problema». La jerarquía es el hecho originario, la identidad de la diferencia y del origen. Porqué precisamente el problema de la jerarquía es el problema de los «espíritus libres» lo entenderemos más adelante. De todas maneras, podemos señalar a este respecto, la progresión del sentido al valor, de la interpretación a la valoración como tareas de la genealogía: el sentido de una cosa es la relación entre esta cosa y la fuerza que la posee, el valor de una cosa es la jerarquía de las fuerzas que se expresan en la cosa en tanto que fenómeno complejo.

Galería Miller


... y mis entrañas se expanden en un inmenso flujo esquizofrénico, evacuación que me coloca frente a frente con lo absoluto...

El deseo hace fluir, fluye y corta.

...me gusta todo lo que fluye, incluso el flujo menstrual que arrastra los huevos no fecundados...

La cita de Henry Miller corresponde al libro Trópico de cáncer y esta incluida en el antiedipo de Deleuze-Guattari.
Es muy conocida la obra literaria de Miller, sus polémicas y prohibiciones, pero poco se sabe (o esta poco difundida) su obra pictórica. Sus acuarelas se encuentran en dos museos: el Henry Miller Museum of Art en la ciudad de Omachi Nagano (Japón) y el Henry Miller Art Museum en la Coast Gallery de Big sur. La propuesta del blog es realizar una breve puesta de sus pinturas.


North African
lithograph
20" w x 16" h



Pot Pourri
original watercolor
18" w x 14" h

Untitled Female Figure
original watercolor
17" w x 20" h


Blue Face
lithograph
20" w x 26"

Sarasota
lithograph
20" w x 25" h




Pax Vobiscum
original watercolor
21" w x 28" h


Maison de Fou
lithograph
27" w x 21" h

Los interesados en ver mas obras pueden visitar el link: http://www.henrymiller.info/gallery/

Pensamiento-Cuerpo

Pensar es, en principio, ver y hablar, pero a condición de que el ojo no se quede en las cosas y se eleve hasta las “visibilidades”, a condición de que el lenguaje no se quede en las palabras o en las frases y alcance los enunciados. El concepto es lo que impide que el pensamiento sea simplemente una opinión, un parecer, una discusión, una habladuría. Todo concepto es, forzosamente, paradoja.
Después, pensar es poder, es decir, tejer relaciones de fuerzas. El pensamiento capta el devenir, dice los acontecimientos que lo pueblan: expresa lo nuevo.
El pensamiento es un pensamiento–artista. El pensamiento como realización de lo nuevo afirma el devenir. Lo que violenta al pensamiento y lo obliga a pensar, ese algo es lo que Deleuze llama el signo. El signo es un afecto, una afectación sobre la superficie de la subjetividad a nivel del pensamiento y del cuerpo de sensaciones. El signo presiona y ejerce violencia sobre el pensamiento para que éste pueda pensar. Si partimos de que el pensamiento no es una función natural, y si el pensamiento como una facultad no es aún una capacidad de pensar, ésta facultad de pensar requiere de una fuerza externa, del afuera, que produzca una ruptura en la membrana del mundo de la representación y abra una profundidad, una grieta; es a partir de esta fuerza que el pensamiento adquiere la posibilidad de pensar, para esto es necesario poder tener la sensibilidad que nos permita dejarnos tocar, afectar por los signos.
El signo siempre implica, envuelve y se expresa.
El signo es fuerza, es afecto y es potencia.
El pensamiento produce velocidades y lentitudes y es inseparable de las velocidades y las lentitudes que produce. Tenemos una velocidad del concepto, tenemos una lentitud del concepto. El pensamiento como pensar busca el movimiento, una violencia que posibilita seguir pensando; no se sigue pensando porque algo falta, sino que el movimiento mismo del pensar es lo que hace seguir pensando lo aún no pensado. ¿De quién se dice “va rápido, no va rápido”, “se desacelera, se precipita, se acelera”? eso se dice de los cuerpos. Cada cuerpo, es una relación de velocidades y de lentitudes. Abrir el cuerpo a conexiones, agenciamientos, circuitos, conjunciones, niveles y umbrales, pasos y distribuciones de intensidad, territorios y desterritorializaciones, es un acto de pensamiento.
Dadme, pues, un cuerpo: ésta es la fórmula de la inversión filosófica. El cuerpo ya no es el obstáculo que separa al pensamiento de sí mismo, lo que este debe superar para conseguir pensar. Por el contrario, es aquello en lo cual le pensamiento se sumerge o debe sumergirse, para alcanzar lo impensado, es decir la vida.
Ya no haremos comparecer la vida ante las categorías del pensamiento, arrojaremos el pensamiento en las categorías de la vida. Las categorías de la vida son precisamente, las actitudes del cuerpo, sus posturas. Pensar es aprender lo que puede un cuerpo no pensante, su capacidad, sus actitudes y posturas. G.D
Imagen Tiempo (pag 251)

La comunicación (Félix Guattari)

Futur Antérieur: Entonces Félix, ¿no te gusta el término de comunicación?
Félix: La comunicación se instaura entre sujetos discernibles por el sesgo de un canal de transmisión. Se tiende demasiado a menudo hacia una teoría de la información muy reduccionista. Me parece que la moda comunicacional actual tiene el defecto de perder las dimensiones existenciales de las relaciones interhumanas, sociales y maquínicas. Si la comunicación pudiera ser reequilibrada entre, de una parte, sus elementos discursivos (frases, imágenes, proposiciones) y, de otra parte, esos elementos que yo denomino de aglomeración existencial, es decir sus dimensiones de puesta en existencia, entonces sí, pienso que se podría trabajar con ese concepto de comunicación. Pero generalmente, este ha tendido a un sentido reduccionista y deviene fuente de confusión.
F.A.: La base de este reduccionismo, es justamente esta exclusión de los aspectos prácticos no discursivos de la información en general. Una vez que se han insertado estos elementos en el discurso, nos encontramos delante de un objeto complejo muy difícil. ¿Qué es lo que de esta autopoiesis podría representar un concepto de comunicación eficaz?
Félix: Yo la vería en dos dimensiones. En primer lugar volviendo a tomar en cuenta las dimensiones polifónicas de la subjetividad. La subjetividad resulta siempre de la conjunción de componentes heterogéneos. Después es necesario considerar la relación entre el infinito y la complejidad de los cuales ella es portadora con los sistemas maquínicos y los flujos. Por poner un ejemplo: pienso en la moda actual, terrible, que existe hoy, sobre eso que los americanos denominan las “personalidades múltiples”. Tratan de crear una categoría nosográfica específica relativa a las disociaciones de la personalidad; es una tentativa conductista de repensar la histeria y la psicosis. Se dedican a detectar por hipnosis una superposición de personalidades tras sus interlocutores. No solamente eso que puede ser visible en un juego histérico que consiste en pasar de una personalidad a otra, sino también a postular la existencia de personalidades múltiples en gentes que no muestran ninguna manifestación de ello. Eso va lejos, puesto que esta ligado a toda una teoría del trauma real y a las intervenciones de grupos “satánicos” que son considerados como ¿comisores? de actos y rituales de violencia, eso que conduce a procesar a las familias, a los padres, lo mismo veinte años después de las presuntas transmisiones. Esto desencadena una especie de caza de brujas, cuyas víctimas no serían más los histéricos, sino los padres. Es una reificación de esta polifonía de la subjetividad de la que hablaba. Es una manera de no tener en cuenta la especificidad de dimensiones potencialmente delirantes y alucinatorias que se encuentran no solamente en los psicóticos sino también en la “caósmosis” de los “normópatas” (según la expresión de Jean Oury). En otro orden de ideas se encuentra igualmente en el mundo de la máquina una reificación de los componentes que son vistos únicamente a través de sus aspectos tecnológicos visibles, sea para estimar que el maquinismo en sí es portador de progreso, sea para condenarlo. Luego se trata precisamente de relacionarlo con los aspectos desterritorializados de los que es la manifestación y que implican siempre a las estructuras de enunciación parcial que dependen de esa vertiente no discursiva de la complejidad. La complejidad es algo que va en el sentido de la puesta al día de esas dimensiones polifónicas que se reencuentran en toda expresión de subjetividad humana, y de todas las dimensiones maquínicas, heterogéneas, inherentes a la mecanosfera, que se superpone a la biosfera.
F.A.: ¿Podrías precisar esos dos conceptos: el concepto de maquinismo y el de agenciamiento?
Félix: La máquina comienza en el momento en el que hay un fenómeno de consistencia, de autopoiesis parcial. Sea en una relación de sincronía, articulando los sistemas de máquinas, los unos en relación a los otros, sea en una relación de diacronía, es decir en el hecho de que una máquina esta siempre ligada a sistemas maquínicos anteriores y está siempre en posición de producir virtualmente otros sistemas maquínicos. Una máquina no es como un montón de arena o de guijarros, un objeto inerte como se tiene en el modelo con el trozo de cera cartesiano. Es algo que manifiesta una cierta vida (sin caer en el vitalismo, puesto que se trata siempre de una vitalidad o de una subjetividad parcial, que no alcanza su sentido mas que en articulaciones rizomáticas con otros sistemas maquínicos). A partir de ahí, estamos abocados a desembarazarnos de una oposición masiva (molar) entre el ser y el ente puesto que se parte de intefaces maquínicos que colocan los entes discursivos, al mismo tiempo que producen una referencia ontológica pluralista. La referencia ontológica de la música no es la misma que la referencia ontológica de la vida social, o de los sistemas vivos. Y por tanto tienen algo que hacer los unos con los otros… En el lugar que el ser sea puesto como antecedente por relación a sus diferentes manifestaciones visibles, deviene algo que es como un horizonte portador de pluralidad, de heterogeneidad y de singularidad. Existe pues un movimiento hacia el ser por venir, más que un movimiento de refundación preterista en una perspectiva heideggeriana.

El misterio de Ariadna

“¿Quién salvo yo sabe quién es Ariadna?” Como otras mujeres están entre dos hombres, Ariadna está entre Teseo y Dionisos. Ariadna juega un rol esencial en la filosofía de Nietzsche, no solamente porque es la mujer o el Anima, sino porque ella está en el cruce de los conceptos principales de esta filosofía. En este sentido es ambivalente.
Teseo parece ser el modelo de un texto de Zaratustra, libro II: “los sublimes”. El texto trata de los héroes, hábiles para descifrar enigmas, para frecuentar el laberinto y para vencer al toro. Este hombre sublime prefigura la teoría del hombre superior, en el libro IV: allí él es denominado “el penitente del espíritu”, nombre que se aplicará más tarde a uno de los modos del hombre superior (el Encantador). Y los caracteres del hombre sublime coinciden en general con los atributos del hombre superior: su espíritu de seriedad, su pesadez, su afición a llevar cargas, su desprecio por la tierra, su incapacidad para reír y para jugar, su propósito de venganza.
Se sabe que en Nietzsche, la teoría del hombre superior es una crítica que se propone denunciar la mistificación más profunda o más peligrosa del humanismo: el hombre superior pretende llevar la humanidad hasta la perfección, hasta la culminación. Pretende recuperar todas las propiedades del hombre, superar las alienaciones, realizar el hombre total, poner al hombre en lugar de Dios, hacer del hombre una fuerza que afirma y que se afirma. Pero en verdad, el hombre, siendo superior, no sabe del todo lo que significa afirmar. Presenta de la afirmación una caricatura, un ridículo disfraz. Cree que afirmar es llevar, asumir, soportar una prueba, tomar el peso de una carga. La positividad la evalúa según el peso que soporta; confunde la afirmación con el esfuerzo de los músculos tensos ¡Es real todo lo que pesa, es afirmativo y activo todo lo que soporta! Así los animales del hombre superior son el asno y el camello, bestias del desierto, habitantes de la superficie desolada de la tierra y que saben cargar. El toro es vencido por Teseo, hombre sublime y superior. Pero Teseo es muy inferior al toro, no le llega a los talones: “Debería hacer como el toro, y su felicidad debería tener olor a tierra y no a desprecio de la tierra. Quisiera verlo semejante al toro blanco que resopla y muge delante del arado; y su mugido debería cantar la alabanza de todo lo terrestre... Dejar los músculos distendidos y la voluntad desuncida, eso es lo más difícil para vosotros los sublimes”. El hombre sublime o superior ignora que afirmar no es cargar, uncir, asumir lo que es, sino al contrario desligar, liberar, descargar. No cargar la vida bajo el peso de los valores superiores, incluso los heroicos, sino crear valores nuevos que sean los de la vida, que hagan de la vida lo ligero o lo afirmativo. “Es necesario que desaprende su voluntad de heroísmo, que se sienta a sus anchas sobre la altura y solamente subido a las alturas”. Teseo no comprende que el toro (o el rinoceronte) posee la verdadera superioridad: prodigiosa bestia ligera en el fondo del laberinto, pero que también se siente a sus anchas sobre la altura, bestia que desliga y que afirma la vida.
Según Nietzsche la voluntad de poder tiene dos tonalidades: la afirmación y la negación; las fuerzas tienen dos cualidades: la acción y la reacción. Lo que el hombre superior presenta como la afirmación, es sin duda el ser más profundo del hombre, pero es solamente la extrema combinación de la negación con la reacción, de la voluntad negativa con la fuerza reactiva, del nihilismo con la mala conciencia y el resentimiento. Estos son los productos del nihilismo, las fuerzas reactivas que resisten. De ahí la ilusión de la falsa afirmación. El hombre superior está necesitado de conocimiento: pretende explorar el laberinto o el bosque del conocimiento. Pero el conocimiento es solamente la máscara de la moralidad; el hilo en el laberinto y el hilo moral. La moral a su vez es un laberinto: máscara del ideal ascético y religioso. Del ideal ascético al ideal moral, del ideal moral al ideal del conocimiento: es siempre la misma empresa que persigue, la de matar al toro, es decir negar la vida, aplastarla bajo un peso, reducirla a sus fuerzas reactivas. El hombre sublime no tiene más necesidad de Dios para sojuzgar al hombre. Ha reemplazado a Dios por el humanismo; el ideal ascético por el ideal moral y el conocimiento. El hombre se inviste de si mismo en nombre de valores heroicos, en nombre de valores del hombre.
En tanto que Ariadna ama a Teseo participa de esta empresa de negar la vida. Bajo sus falsas apariencias de afirmación, Teseo es el poder de negar, el Espíritu de la negación. Ariadna es el Anima, el Alma, pero el alma reactiva o la fuerza del resentimiento. (Es por lo que, en Zaratustra, la admirable canción de Ariadna está puesta en boca de uno de los representantes del hombre superior: el Encantador, el más apto para travestirse, para disfrazarse de mujer, “penitente del espíritu”, que carga precisamente el espíritu de venganza merced a un alma llena de resentimiento y de mala conciencia) Ariadna es la que experimenta el resentimiento contra su hermano el toro. En toda la obra de Nietzsche irrumpe una apelación poética: desconfiemos de la hermana. Es Ariadna quien tiene el hilo en el laberinto, el hilo de la moralidad. Ariadna es la Araña, la tarántula. Nietzsche lanza un llamado “colguémosla de este hilo”. El hará que Ariadna realice esta profecía. (En ciertas tradiciones Ariadna abandonada por Teseo, se sirve del hilo para ahorcarse.) ¿Pero qué significa Ariadna abandonada por Teseo? Que la combinación de la voluntad negativa y de la forma de reacción, de espíritu de negación y del alma reactiva, no es la última palabra del nihilismo. Viene el momento en que la voluntad de negación rompe su alianza con las fuerzas de la reacción, las abandona y al mismo tiempo se vuelve contra ellas. Ariadna se ahorca. Ariadna quiere morir. Ahora bien, éste es el momento fundamental (“medianoche”) que anuncia una doble trasmutación, como si el nihilismo completo dejara lugar a su contrario: las fuerzas reactivas al ser ellas mismas negadas, devienen activas; la negación se convierte, deviene súbitamente afirmación pura, forma polémica y lúdica de una voluntad que afirma, y pasa a servir de excedente de la vida. Nuestro objetivo no es analizar esta transmutación del nihilismo, esta doble conversión, sino investigar solamente cómo el mito de Ariadna la explica. Abandonada por Teseo, Ariadna siente que Dionisos se aproxima. Dionisos-toro es la afirmación pura y múltiple, la verdadera afirmación, la voluntad afirmativa: él no soporta nada, no se carga de nada, sino aligera todo lo que vive. Sabe hacer lo que el hombre superior ignora: reír, jugar, danzar, es decir afirmar. El es lo ligero, que no se reconoce en el hombre, sobre todo en el hombre superior, sino solamente en el superhombre, en otra cosa que el hombre. Era necesario que Ariadna fuera abandonada por Teseo: “Este es el secreto del Alma: cuando el héroe la ha abandonado, se acerca a ella en sueños el superhéroe”. Bajo la caricia de Dionisos el alma deviene activa. Ella era pesada con Teseo, pero con Dionisos se aligera y descargada, delgada, se eleva hasta el cielo. Aprende que, lo que tiempo antes cría una actividad, no era más que propósito de venganza, desconfianza y vigilancia (el hilo), reacción de la mala conciencia y del resentimiento; y, más profundamente, lo que ella creía una afirmación no era más que una mascara ridícula una manifestación de la pesadez, una manera de creerse fuerte porque se soporta y asume. Ariadna comprende su decepción: Teseo no era un verdadero griego, era, antes bien, un suerte de alemán avant la letrre muy pesado (cf. Teseo-Wagner, Ariadna-Cósima, Nietzsche-Dionisos). Nietzsche quiere explicar así la decepción suprema: encontrar un alemán, cuando se creía encontrar un griego. Pero Ariadna comprende su decepción en un momento en el que ya no se preocupa más: Dionisos, que es un verdadero griego, se acerca; el Alma deviene activa, al mismo tiempo que el Espíritu revela la verdadera naturaleza de la afirmación. Ahora la canción de Ariadna adquiere todo su sentido: transmutación del Ariadna en la proximidad de Dionisos, Ariadna es el Anima que corresponde al Espíritu que dice sí.
¿Por qué Dionisos tiene necesidad de Ariadna o de ser amado? El canta una canción de soledad, reclama una novia. Es que Dionisos es el dios de la afirmación; ahora es necesaria una segunda afiración para que la afirmación sea ella misma afirmada. Es necesario que ella se desdoble para poderse redoblar. Nietzsche distingue bien las dos afirmaciones cuando dice: “Eterna afirmación del ser, eternamente yo soy tu afirmación”. Dionisos es la afirmación del ser, pero Ariadna, la afirmación de la afirmación, la segunda afirmación o el devenir activo.
(...) Todos los símbolos de Ariadna cambian de sentido cuando se relacionan a Dionisos en lugar de ser deformados por Teseo. No solamente la canción de Ariadna deja de ser la expresión del resentimiento, para ser una búsqueda activa, una pregunta que ya afirma (¿Quién eres... Soy yo lo que quieres? ¿Enteramente yo?”) Pero el laberinto no es más el laberinto del conocimiento y de la moral; el laberinto no es ya el camino donde penetra tendiendo un hilo, el que va a matar al toro. El laberinto ha devenido el toro blanco mismo. Dionisos-toro: “Yo soy tu laberinto”. Más precisamente, el laberinto es ahora el oído de Dionisos, el oído laberíntico. Es necesario que Ariadna tenga oídos como los de Dionisos, para entender la afirmación dionisíaca, pero también que responda a la afirmación en el oído de Dionisos mismo. Dionisos dice a Ariadna: “Tienes pequeñas orejas, tienes mis orejas, vierte ahí una palabra pensada, si”. Aun Dionisos llega a decirle a Ariadna, jugando: “¿Por qué tus orejas no son más largas?” Dionisos le recuerda así sus errores, cuando amaba a Teseo: ella creía que afirmar era cargar un peso, hacer como el asno. Pero en verdad Ariadna con Dionisos, ha adquirido pequeñas orejas: la oreja redonda propia del eterno retorno.
El laberinto no es más de arquitectura, ha devenido sonoro y músico. Fue Schopenhauer quien definió la arquitectura en función de dos fuerzas, las de cargar y las de ser cargado, soporte y carga, incluso si tienden a confundirse. Pero la música aparece cuando Nietzsche se separa cada vez más del viejo embustero Wagner, el encantador: ella es lo Ligero. ¿No testimonia toda la historia triangular de Ariadna una levedad antiwagneriana, más cercana a Offenbach y a Strauss que a Wagner? Lo que es esencialmente propio de Dionisos músico es hacer saltar los techos, hacer oscilar las vigas. Sin duda hay algo ahí de la música de Apolo, y también de la de Teseo; pero es una música que divide según los territorios, los medios, las actividades, las costumbres: canto de trabajo, canto de marcha, canto de danza, canto para el descanso, canto para beber, canto de cuna..., casi pequeñas “cantinelas”, cada una con su peso. Para que la música se libere será necesario pasar al otro lado, donde los territorios tiemblan, las arquitecturas se hunden, las costumbres se confunden, donde se libera un poderoso canto de la Tierra, el gran ritornello que transforma y hace regresar todos los aires que ella traslada. Dionisos no conoce otra arquitectura que la de los caminos y las travesías. ¿No era esto ya lo propio del lied, salir del territorio a la llamada del viento de la tierra? Todos los hombres superiores dejan su dominio y se dirigen hacia la gruta de Zaratustra. Pero solo el ditirambo se extiende sobre la tierra y la desposa. Dioniso no tiene ya territorio porque él está sobre la tierra por doquier. El laberinto sonoro es el canto de la tierra, el Ritornello, el eterno retorno en persona.
Pero ¿por qué oponer los dos lados como lo verdadero y lo falso? ¿No son estos lados el mismo poder de lo falso y no es Dionisio un gran embustero, el más grande “en verdad”, el Cosmopolita? ¿El arte no es la más alta potencia de lo falso? Entre lo alto y lo bajo, de un lado al otro, hay una diferencia considerable, una distancia que debe ser afirmada. Es que la araña rehace siempre su tela, y el escorpión no cesa de picar; cada hombre superior está fijado a su propia proeza que respeta como un número de circo (es por esto que el libro IV de Zaratustra está organizado a la manera de una galería de Incomparables de Raymond Roussel, o de un espectáculo de marionetas, o de una opereta). Es que cada uno de estos mimos tiene un modelo invariable, una forma fija, que siempre se puede denominar verdadera, aunque se tan “falsa” como sus reproducciones. Como el falsificador en pintura: lo que él copia del pintor original es una forma determinable tan falsa como las copias; lo que él libera es la metamorfosis o la transformación del original, y la imposibilidad de asignarle un forma arbitraria, esto es la creación. Es por lo que los hombres superiores no están sino en el grado más bajo de la voluntad de poder: “¡pueden los mejores de ustedes pasar al otro lado!”. Con ellos la voluntad de poder representa solamente un querer-engañar, un querer-conquistar, un querer-dominar, una vida enferma debilitada que requiere prótesis. Sus roles mismos son prótesis para tenerse en pie. Solo Dionisos, el artista creador, alcanza el poder de metamorfosis que lo hace devenir, testimoniando una vida surgente: lleva el poder de lo falso a un grado que no se efectúan más en la forma, sino en la transformación. La voluntad de poder es como la energía, se llama noble aquella apta para transformarse. Son viles o bajas aquéllas que no saben más que disfrazarse, travestirse, es decir, toma una forma y atenerse siempre a la misma forma.
Pasar de Teseo a Dionisos es para Ariadna cuestión de salud y de curación. Para Dionisos también. Dionisos tiene necesidad de Ariadna. Dionisos es la afirmación pura; Ariadna es el Alma, la afirmación desdoblada, el “si” que responde al “si”. Pero desdoblada, la afirmación retorna a Dionisos como afirmación que redobla. En este sentido el Eterno Retorno es el producto de la unión de Dionisos y Ariadna. En tanto que Dionisos está solo tiene todavía miedo del pensamiento del Eterno Retorno, porque teme que éste restituya las fuerzas reactivas, la empresa de negar la vida, el hombre pequeño (sea él superior o sublime). Pero cuando la afirmación dionisíaca encuentra su pleno desarrollo en Ariadna. Dionisos a su vez aprende una cosa nueva: que el pensamiento del Eterno Retorno consuela al mismo tiempo que es selectivo. No hay Eterno Retorno sin una transmutación. Ser del devenir, el Eterno retorno es el producto de una doble afirmación, que hace volver lo que se afirma y no hace devenir más que aquello que es activo. Ni las fuerzas reactivas ni la voluntad de negar retornarán: son eliminados por la transmutación, por el Eterno Retorno que selecciona. Ariadna ha olvidado a Teseo, no es más que un mal recuerdo. Teseo jamás volverá. El Eterno Retorno es activo y afirmativo; es la unión de Dionisos y Ariadna. Es por lo que Nietzsche lo compara, no solamente la oreja circular, sino también con el anillo nupcial. El laberinto es el anillo, la oreja, el Eterno Retorno mismo; es aquello que es activo y afirmativo. El laberinto no es más el del conocimiento y la moral, sino el de la vida y del ser como viviente. En cuanto al producto de la unión de Dionisos y Ariadna, éste es el superhombre o el superhéroe, el opuesto al hombre superior. El superhombre es el viviente de las cavernas o de las cimas, e único niño que se hace desde la oreja, el hijo de Ariadna y el Toro.
Gilles Deleuze
Articulo aparecido en Magazine Littéraire, Nº 298, 1992 y traducido para Cuadernos de Filosofia por E. Gutiérrez.

Cine y filosofía, imagen y concepto.

La idea de una totalidad abierta tiene un sentido propiamente cinematográfico. Pues, cuando la imagen es un movimiento, las imágenes, al mismo tiempo que se encadenan entre ellas, se interiorizan en un todo que se exterioriza a sí mismo en las imágenes encadenadas. Eisenstein hizo la teoría de este circuito imagen–todo, circuito en el que cada una de las partes impulsa a la otra: el todo cambia al mismo tiempo que se encadenan las imágenes. Él invocaba la dialéctica. En la práctica se trataba, según él, de la relación entre el plano y el montaje. Pero el modelo de una totalidad abierta en movimiento no agota lo que es el cine. Y no únicamente porque se le pueda comprender de un modo que no tiene nada de dialéctico (en el cine americano, alemán o francés anterior a la guerra), sino porque el cine posterior a la guerra cuestiona esa misma relación en cuanto tal. Quizá ello se debe a que la imagen deja de ser una imagen–movimiento para convertirse en una imagen–tiempo: esto es lo que intento mostrar en el segundo volumen de mi ensayo (Libro la imagen tiempo, estudios sobre cine ed Paidos). El modelo del todo, de la totalidad abierta, supone que hay relaciones conmensurables o conexiones racionales entre las imágenes, dentro de la imagen misma, y en las relaciones entre la imagen y el todo. Tal es incluso la condición para que haya una totalidad abierta. También ha sido Eisenstein el que ha teorizado explícitamente este aspecto con el “número áureo”, y no se trata de una teoría “forzada”, sino que está profundamente ligada a su práctica, e incluso a una práctica muy generalizada en el cine anterior a la guerra. Si el cine, tras la posguerra, rompe con este modelo, ello se debe a la necesidad de mostrar todo tipo de conexiones irracionales, de relaciones inconmensurables entre imágenes. Las rupturas de continuidad se convierten en ley (una ley peligrosa, porque la ruptura de la continuidad puede conducir al fracaso incluso con mayor facilidad que la continuidad bien establecida). De modo que nos hallamos nuevamente ante los conjuntos paradójicos. Pero, cuando las conexiones irracionales se convierten de este modo en lo esencial, no se trata ya de la imagen–movimiento, sino de la imagen–tiempo. Desde esta perspectiva, la idea de una totalidad abierta que se deriva del movimiento queda invalidada: ya no hay totalización, no hay interiorización en un todo ni exteriorización de un todo. Ya no hay un encadenamiento de imágenes mediante conexiones racionales, sino que las imágenes se reorganizan mediante conexiones irracionales (Resnais, Godard). Es otro régimen cinematográfico, un régimen en el que volvemos a encontramos con las paradojas propias del lenguaje. En efecto, pienso que el cine sonoro primitivo mantuvo la primacía de la imagen visual, haciendo del sonido una nueva dimensión de la imagen visual, una cuarta dimensión, tan admirable a menudo. El cine sonoro posterior a la guerra, al contrario, tiende a una autonomía del sonido, a una conexión irracional entre lo sonoro y lo visual (Straub, Syberberg, Duras). Ya no hay totalización, porque el tiempo deja de depender del movimiento como si fuera su medida, para mostrarse en cuanto tal y suscitar falsos movimientos. No pienso, pues, que pueda confundirse el cine con el modelo de una totalidad abierta. Existió este modelo, pero el cine tiene y tendrá tantos modelos como sea capaz de inventar. Por otra parte, no hay modelos propios de una disciplina o de un saber. Lo que a mí meinteresa son las resonancias, aunque cada dominio tenga sus ritmos, su historia, sus evoluciones y sus mutaciones extemporáneas. Puede que una de las artes tenga una primacía y ponga en marcha una mutación que luego será reproducida por otras, pero cada una con sus propios medios. Por ejemplo, la filosofía ha realizado en cierto momento una mutación en las relaciones entre el tiempo y el movimiento; quizás es lo mismo que hace el cine, pero en otro contexto, de acuerdo con otra historia. Hay una resonancia entre los acontecimientos decisivos de ambas historias, aunque no se asemejen en lo más mínimo. El cine es un tipo de imagen. Existen trayectorias de mutuo intercambio entre los diferentes tipos de imágenes estéticas, de funciones científicas o de conceptos filosóficos, al margen de cualquier tipo de primacía general. En Bresson se dan espacios desconectados que tienen vínculos táctiles; en Resnais, espacios probabilitarios y topológicos que tienen su correlato en la física y en la matemática, pero que el cine construye a su modo (Je faime, Je faime). La relación entre el cine y la filosofía es la relación entre la imagen y el concepto. Pero el concepto encierra en sí mismo una cierta relación con la imagen, y la imagen comporta una referencia al concepto: por ejemplo, el cine ha intentado siempre construir una imagen del pensamiento, de los mecanismos del pensamiento. Y no por ello es abstracto, sino todo lo contrario.
Fotos: Alain Resnais (Francia, 1922)
Director, montador y guionista del cine francés.

Premio al Blog






Gracias al blog http://eltaodeinternet.blogspot.com por proponer blog Deleuze para el premio Thinking Blogger Awards. Aún no comprendo muy bien el significado de este premio, pero me gusta la idea de promover la visita a otros espacios.
Fernando Reberendo (blog Deleuze)
Tengo que sugerir 5 blogs (hay muchos y muy buenos) que hacen pensar (entiendo PENSAMIENTO-CUERPO), con enlace incluido para que puedan ser visitados:

La escritura, el libro o Blanchot

Tratemos de interrogarnos, vale decir plantearnos como pregunta aquello que no puede llegar hasta el cuestionamiento.
1. “Este juego insensato de escribir”. Mediante estas palabras,
simples, Mallarmé abre la escritura a la escritura. Palabras muy simples, pero también palabras que exigirán mucho tiempo —diversas experiencias, el trabajo del mundo, innumerables malentendidos, obras perdidas y dispersas, el movimiento del saber, el giro, finalmente, de una crisis infinita— para que se comience a comprender la decisión que se prepara a partir de este fin de la escritura que anuncia su advenimiento.
2. Leemos, en apariencia, porque el escrito está allí, ordenándose bajo nuestra mirada. Sólo en apariencia. Pero quien escribió por primera vez, grabando bajo los antiguos cielos la piedra y la madera, lejos de responder a la exigencia de una visión que reclamase un punto de referencia y le diese un sentido, cambió todas las relaciones entre ver y visible. Lo que dejaba detrás no era algo más agregándose a las cosas; tampoco era algo menos —una substracción de materia, un hueco en relación a un relieve—. ¿Qué era entonces? Un vacío de universo: nada visible, nada invisible.
Supongo que en esta ausencia no ausente el primer lector zozobró, pero sin saberlo, y no hubo segundo lector, porque la lectura, entendida a partir de entonces como la visión de una presencia inmediatamente visible, vale decir inteligible, fue afirmada precisamente para hacer imposible esta desaparición en la ausencia de libro.
3. La cultura está ligada al libro. El libro, como depósito y receptáculo del saber, se identifica con el saber. El libro no es sólo el libro de las bibliotecas, ese laberinto donde se enrollan en volúmenes todas las combinaciones de las formas, de las palabras y las letras. El libro es el Libro. Para leer, para escribir, siempre ya escrito, siempre ya transitado por la lectura, el libro constituye la condición para toda posibilidad de lectura y de escritura.
El libro soporta tres interrogantes distintos. Existe el libro empírico; el libro vehículo del saber; tal libro determinado acoge y recoge tal forma determinada del saber. Pero el libro como libro nunca es solamente empírico. El libro es el a–priori del saber. No se sabría nada si no existiese siempre de antemano la memoria impersonal del libro y, esencialmente, la actitud previa al escribir y leer que detenta todo libro y que sólo se afirma en él. Lo absoluto del libro es así el aislamiento de una posibilidad que pretende no tener origen en ninguna otra anterioridad. Absoluto que después tenderá, con los románticos (Novalis), luego más rigurosamente en Hegel y después, más radicalmente, pero de distinta manera, en Mallarmé, a afirmarse como la totalidad de las relaciones (el saber absoluto o la Obra), donde se realizaría tanto, la conciencia, la cual se capta a sí misma y vuelve a sí misma después de haberse exteriorizado en todas sus figuras dialécticamente ligadas, como el lenguaje, cerrado sobre su propia afirmación y desde ese instante disperso.
Recapitulemos: el libro empírico; el libro condición de toda lectura y toda escritura; el libro como totalidad u Obra. Pero dichas formas, cada vez con más refinamiento y verdad, presuponen todas que el libro incluye el saber como la presencia de algo virtualmente presente y siempre inmediatamente accesible, aunque fuere con la ayuda de mediaciones y substituciones. Algo existe allí, algo que el libro presenta al presentarse y a lo cual la lectura anima, restablece, mediante su animación, en la vida de una presencia. Algo que, en su nivel inferior, es la presencia de un contenido o de un significado, después, más arriba, es la presencia de una forma, de un significante o de una operación, y más arriba aún, el devenir de un sistema de relaciones que desde el comienzo
están allí aunque más no sea como una posibilidad que vendrá. El libro envuelve, desenvuelve el tiempo y conserva ese desenvolverse como la continuidad de una Presencia donde se actualizan presente, pasado y futuro.
4. La ausencia de libro anula toda continuidad de presencia, escapa a la interrogación que contiene el libro. No es la interioridad del libro ni su Sentido siempre eludido. Siempre está fuera de él y sin embargo contenida en él, es menos su exterior que la referencia a un afuera que no le concierne. A medida que la obra adquiere más sentido y ambición, conservando en ella no sólo todas las obras sino todas las formas y todas las posibilidades del discurso, más próxima a proponerse parece estar la ausencia de obra, sin que nunca, por otra parte, se deje designar. Así sucede con Mallarmé. Con Mallarmé la Obra adquiere conciencia de sí misma y se capta como aquello que coincidiría con la ausencia de obra, desviándola ésta de manera que nunca pueda coincidir consigo misma y destinándola a la imposibilidad. Movimiento de desvío en el cual la obra desaparece en la ausencia de obra, pero donde la ausencia de obra escapa siempre más, reduciéndose a no ser sino la Obra desaparecida desde el comienzo.
5. Escribir se relaciona con la ausencia de obra, pero se inviste en la Obra bajo la forma de libro. La locura de escribir —el juego insensato— es la relación de escritura, relación que no se establece entre la escritura y la producción del libro, sino, mediante la producción del libro, entre escribir y la ausencia de obra. Escribir es producir la ausencia de obra (la desconstrucción de la obra). Puede también decirse que escribir es la ausencia de obra tal como ella se produce a través de la obra y atravesándola. Escribir como desconstrucción de la obra (en el sentido activo de esta palabra) es el juego insensato, el azar entre razón y sinrazón. M. B

Inmaculada concepción de la Alegría

La historia de la filosofía ejerce, en el seno de la filosofía, una evidente función represiva, es el Edipo propiamente filosófico: “No osarás hablar en tu propio nombre hasta que no hayas leído esto y aquello, y esto sobre aquello y aquello sobre esto.” De mi generación, algunos no consiguieron liberarse, otros sí: inventaron sus propios métodos y reglas nuevas, un tono diferente. Pero yo, durante mucho tiempo, “hice” historia de la filosofía, me dediqué a leer sobre tal o cual autor. Pero me concedía mis compensaciones, y ello de modos diversos: por de pronto, prefiriendo aquellos autores que se oponían a la tradición racionalista de esta historia (hay para mí un vínculo secreto entre Lucrecio, Hume, Spinoza o Nietzsche, un vínculo constituido por la crítica de lo negativo, la cultura de la alegría, el odio a la interioridad, la exterioridad de las fuerzas y las relaciones, la denuncia del poder, etc.). Lo que yo más detestaba era el hegelianismo y la dialéctica. Mi libro sobre Kant es muy distinto, y le tengo gran aprecio: lo escribí como un libro acerca de un enemigo cuyo funcionamiento deseaba mostrar, cuyos engranajes quería poner al descubierto –tribunal de la Razón, uso mesurado de las facultades, sumisión tanto más hipócrita por cuanto nos confiere el título de legisladores–. Pero, ante todo, el modo de liberarme que utilizaba en aquella época consistía, según creo, en concebir la historia de la filosofía como una especie de sodomía o, dicho de otra manera, de inmaculada concepción. Me imaginaba acercándome a un autor por la espalda y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya, sería sin embargo monstruosa. Era muy importante que el hijo fuera suyo, pues era preciso que el autor dijese efectivamente todo aquello que yo le hacía decir; pero era igualmente necesario que se tratase de una criatura monstruosa, pues había que pasar por toda clase de descentramientos, deslizamientos, quebrantamientos y emisiones secretas, que me causaron gran placer. Mi libro sobre Bergson es, para mí, ejemplar en este género. Hoy, muchos se dedican a reprocharme incluso el hecho de haber escrito sobre Bergson. No conocen suficientemente la historia. No saben hasta qué punto Bergson, al principio, concentró a su alrededor todos los odios de la Universidad francesa, y hasta qué punto sirvió de lugar de encuentro a toda clase de locos y marginales mundanos y trasmundanos. Poco importa si esto sucedió a pesar suyo o no. Fue Nietzsche, a quien leí tarde, el que me sacó de todo aquello. Porque es imposible intentar con él semejante tratamiento. Es él quien te hace hijos a tus espaldas. Despierta un placer perverso (placer que nunca Marx ni Freud han inspirado a nadie, antes bien todo lo contrario): el placer que cada uno puede experimentar diciendo cosas simples en su propio nombre, hablando de afectos, intensidades, experiencias, experimentaciones. Es curioso lo de decir algo en nombre propio, porque no se habla en nombre propio cuando uno se considera como un yo, una persona o un sujeto. Al contrario, un individuo adquiere un auténtico nombre propio al término del más grave proceso de despersonalización, cuando se abre a las multiplicidades que le atraviesan enteramente, a las intensidades que le recorren. El nombre como aprehensión instantánea de tal multiplicidad intensiva es lo contrario de la despersonalización producida por la historia de la filosofía, es una despersonalización de amor y no de sumisión. Se habla desde el fondo de lo que no se conoce, desde el fondo del propio subdesarrollo. Uno se ha convertido entonces en un conjunto de singularidades libres, nombres y apellidos, uñas, cosas, animales y pequeños acontecimientos: lo contrario de una vedette. Fue así como yo empecé a escribir libros en este registro de vagabundeo, Diferencia y repetición y Lógicadel sentido. G.D

Leyendo el Nietzsche de Gilles: El sentido

Nunca encontraremos el sentido de algo (fenómeno humano, biológico o incluso físico), si no sabemos cuál es la fuerza que se apropia de la cosa, que la explota, que se apodera de ella o se expresa en ella. Un fenómeno no es una apariencia ni tampoco una aparición, sino un signo, un síntoma que encuentra su sentido en una fuerza actual. Toda la filosofía es una sintomatología y una semiología. Las ciencias son un sistema sintomatológico y semiológico. A la dualidad metafísica de la apariencia y de la esencia, y también a la relación científica del efecto y la causa, Nietzsche opone la correlación de fenómeno y sentido. Cualquier fuerza es apropiación, dominación, explotación de una porción de realidad. Incluso la percepción en sus diversos aspectos es la expresión de fuerzas que se apropian de la naturaleza. Es decir que la propia naturaleza tiene una historia. En general, la historia de una cosa es la sucesión de las fuerzas que se apoderan de ella, y la coexistencia de las fuerzas que luchan para conseguirlo. Un mismo objeto, un mismo fenómeno cambia de sentido de acuerdo con la fuerza que se apropia de él. La historia es la variación de los sentidos, es decir «la sucesión de los fenómenos de sujeción más o menos violentos, más o menos independientes unos de otros»
El sentido es pues una noción compleja: siempre hay una pluralidad de sentidos, una constelación, un conjunto de sucesiones pero también de coexistencias, que hace de la interpretación un arte.
«Cualquier subyugación, cualquier dominación equivale a una nueva interpretación».
La filosofía de Nietzsche no se comprende mientras no se tenga en cuenta su esencial pluralismo. Y a decir verdad, el pluralismo (también llamado empirismo) y la propia filosofía son la misma cosa. El pluralismo es el modo de pensar propiamente filosófico, inventado por la filosofía: única garantía de la libertad en el espíritu concreto, único principio de un violento ateísmo. Los Dioses están muertos; pero se han muerto de risa al oír decir a un Dios que él era el único. « ¿No es precisamente esto la divinidad, que haya dioses, que no haya un único Dios?» Y la muerte de aquel Dios, que decía ser el único, es en sí misma plural: la muerte de Dios es un acontecimiento de sentido múltiple. Por eso Nietzsche no cree en los «grandes acontecimientos» ruidosos, sino en la pluralidad silenciosa de los sentidos de cada acontecimiento. No hay ningún acontecimiento, ningún fenómeno, palabra ni pensamiento cuyo sentido no sea múltiple: Algo es a veces esto, a veces aquello, a veces algo más complicado, de acuerdo con las fuerzas (los dioses), que se apoderan de ello. Hegel quiso ridiculizar el pluralismo, identificándolo con una conciencia ingenua que se contentaría con decir: «esto, aquello, aquí, ahora» -como un niño tartamudeando sus más humildes necesidades. En la idea pluralista de que una cosa tiene varios sentidos, en la idea de que hay varias cosas, y «esto y después aquello» para una misma cosa, observamos la más alta conquista de la filosofía, la conquista del concepto verdadero, su madurez, y no su renuncia ni su infancia. Porque la evaluación de esto y aquello, el delicado acto de pesar las cosas y los sentidos de cada una, la estimación de las fuerzas que definen en cada instante los aspectos de una cosa y sus relaciones con las demás, todo aquello (o todo esto) revela el arte más alto de la filosofía, el de la interpretación. Interpretar, e incluso valorar, es pesar. La noción de esencia no se pierde en ello, sino que adquiere una nueva significación; porque todos los sentidos no vienen a ser lo mismo. Una cosa tiene tanto sentido como fuerzas capaces de apoderarse de ella. Pero la propia cosa no es neutra, y se halla más o menos en afinidad con la fuerza que actualmente la posee. Hay fuerzas que sólo pueden apoderarse de algo dándole un sentido restrictivo y un valor negativo. Se denominará esencia, contrariamente, entre todos los sentidos de una cosa, a aquél que le da la fuerza que presenta con ella mayor afinidad. Así, en un ejemplo que a Nietzsche le gusta citar, la religión no tiene un único sentido, ya que sirve sucesivamente a fuerzas múltiples. Pero, ¿cuál es la fuerza de mayor afinidad con la religión? (¿Cuál es aquélla en la que ya no se sabe quién domina, dominando ella misma a la religión o la religión dominándola a ella?). Todo esto para todas las cosas sigue siendo cuestión de peso, el arte delicado pero riguroso de la filosofía, la interpretación pluralista. La interpretación revela su complejidad si se piensa que una nueva fuerza no puede aparecer y apropiarse de un objeto más que adoptando, en su momento inicial, la máscara de las fuerzas precedentes que ya la han ocupado. La máscara o la astucia son leyes de la naturaleza, o sea algo más que una máscara o una astucia. La vida, en sus comienzos, debe imitar la materia para ser únicamente posible. Una fuerza no sobrevivirá, si antes no tomase en préstamo la faz de las fuerzas precedentes contra las que lucha. Por eso el filósofo sólo puede nacer y crecer, con alguna posibilidad de sobrevivir, teniendo el aire contemplativo del sacerdote, del hombre ascético y religioso que domina el mundo antes de su aparición. Que tal necesidad pesa sobre nosotros, no sólo lo testimonia la ridícula imagen que nos hacemos de la filosofía: la imagen del filósofo-prudente, amigo de la prudencia y de la ascesis. Pero aún más, la misma filosofía no arroja su máscara ascética a medida que crece: en un cierto modo debe creer en ella, no puede más que conquistar su máscara, dándole un nuevo sentido en el que finalmente se exprese la verdadera naturaleza de su fuerza antirreligiosa. Observamos que el arte de interpretar debe ser también un arte de atravesar las máscaras, y de descubrir qué es lo que se enmascara y por qué, y con qué objeto se conserva una máscara remodelándola. Es decir, que la genealogía no aparece al principio, y que se corre el riesgo de muchos contrasentidos al buscarla, desde el nacimiento, que es el padre de la criatura. La diferencia en el origen no aparece desde el origen, salvo quizás para una mirada particularmente experta, la mirada que ve de lejos, la mirada del presbite, del genealogista. Sólo cuando la filosofía se ha desarrollado puede captarse la esencia o la genealogía, y distinguirla de todo aquello con lo que, al principio, tenía demasiado interés en confundirse. Esto ocurre con todas las cosas: «En cualquier cosa, sólo importan los grados superiores». No porque el problema no sea el del origen, sino porque el origen concebido como genealogía sólo puede ser determinado en relación a los grados superiores.
No se trata de saber lo que los griegos deben a Oriente, dice Nietzsche. La filosofía es griega, en la medida en que es en Grecia donde alcanza por vez primera su forma superior, donde atestigua su verdadera fuerza y sus finalidades, que no se confunden con las del Oriente-sacerdote, incluso cuando la sutiliza. Philosophos no quiere decir sabio, sino amigo de la sabiduría. Ahora bien, de qué extraña manera hay que interpretar «amigo»: el amigo, dice Zarathustra, es siempre un tercero entre yo y yo mismo, que me impulsa a superarme y a ser superado para vivir. Amigo de la sabiduría es aquel que se vale de la sabiduría, pero como si se valiera de una máscara en la que no se sobreviviría; el que utiliza la sabiduría para nuevos fines, extraños y peligrosos, ciertamente muy poco sabios. Desea que ella se supere y sea superada. En efecto, la gente no siempre se engaña sobre esto; presiente la esencia del filósofo, su anti-sabiduría, su inmoralismo, su concepto de la amistad. Humildad, pobreza, castidad, adivinemos el sentido que adquieren estas virtudes sabias y ascéticas, cuando son recuperadas por la filosofía como por una fuerza nueva.

Razonable y demente según Spinoza.

Los afectos son las efectuaciones de la potencia, lo que experimento en acción o en pasión, es lo que efectúa mi potencia a cada instante.
¿Qué es lo que distingue al demente y al razonable según Spinoza, e inversamente y al mismo tiempo, qué es lo que no los distingue?
¿Desde que punto de vista no pueden distinguirse, desde que punto de vista tienen que ser distinguidos? Yo diría, por mi lectura, que la respuesta de Spinoza es muy rigurosa. Si resumo la respuesta de Spinoza, me parece que el resumen sería: desde un cierto punto de vista, no hay razón para hacer una diferencia entre el hombre razonable y el demente. Desde otro punto de vista, hay una razón para hacer una diferencia.
Desde el punto de vista de la potencia, no hay ninguna razón para introducir una diferencia entre el hombre razonable y el hombre demente. ¿Qué quiere decir eso? ¿Quiere decir que tienen la misma potencia? No, eso no quiere decir que tengan la misma potencia, quiere decir que cada uno, por lo que hay en él, realiza o efectúa su potencia. Es decir que cada uno, por lo que hay en él, se esfuerza en perseverar en su ser. Entonces, desde el punto de vista de la potencia, en tanto que cada uno, según el derecho natural, se esfuerza en perseverar en su ser, es decir efectúa su potencia, - siempre pongo entre paréntesis "esfuerzo"-, no es que intente perseverar, de cualquier manera, persevera en su ser tanto como haya en él, es por esto que no me gusta la idea de conatus, la idea de esfuerzo, pues no traduce el pensamiento de Spinoza, pues lo que el llama un esfuerzo por perseverar en el ser es el hecho de que efectúo mi potencia a cada momento, tanto como lo haya en mi. No es un esfuerzo, pero desde el punto de vista de la potencia, entonces, puedo decir que cada uno vale, no tanto porque cada uno tenga la misma potencia, en efecto la potencia del demente no es la misma que la del hombre razonable, sino que eso que hay de común entre los dos, es que, cualquiera que sea la potencia, cada uno efectúa la suya. Entonces, desde ese punto de vista, yo no diría que el hombre razonable vale mejor que el demente, no puedo, no tengo ningún medio para decirlo: cada uno tiene una potencia, cada uno efectúa esa potencia tanto como la haya en él. Ese es el derecho natural, es el mundo de la naturaleza. Desde ese punto de vista no podría establecer ninguna diferencia de cualidad entre el hombre razonable y el loco.
Si el hombre razonable y el loco se distinguen, no es por la potencia, cada uno realiza su potencia, es por los afectos.

Los afectos del hombre razonable no son los mismos que los del loco.
De ahí que el problema de la razón, Spinoza lo convertirá en un caso especial del problema más general de los afectos.

La razón designa un cierto tipo de afectos. Eso, es muy nuevo. Decir que la razón no se define por las ideas, seguramente, ella también se definirá por las ideas. Hay una razón práctica que consiste en un cierto tipo de afectos, una cierta manera de ser afectado, eso plantea un problema muy práctico de la razón.

Desde el punto de vista de la potencia, usted no tiene ninguna razón para distinguir al razonable del loco, pero desde otro punto de vista, a saber el de los afectos, usted distingue al razonable del loco.
¿Qué diferencia hay entre un hombre razonable y un loco? Desde cierto punto de vista, ninguna, es el punto de vista de la potencia; desde otro punto de vista la diferencia es enorme, desde el punto de vista de los afectos que efectúan la potencia.


imagen: Jackson Pollock 1912-1956



A la manière de Jean Dubuffet


"No hay nada más común que la pasión por el arte"


Jean Philippe Arthur Dubuffet (31 de julio de 1901 en Le Havre - 12 de mayo de 1985 en París) fue un pintor y escultor francés de los más famosos de la segunda mitad del siglo XX.
Devenir esquizo, devenir fuerza, devenir Dubuffet!!!!!!!!!!!!!!
“Tras dejar la escuela estudié pintura durante seis o siete años, junto con otras disciplinas: poesía, literatura, vanguardia y retaguardia, metafísica, paleografía, etnografía, lenguas modernas, los clásicos; como seguro que puede Ud. ver, buscaba una forma de entrar”.


¡todo el mundo puede hacer arte!




En 1947, Jean Dubuffet decidió comprar su libertad. Hijo de un comerciante de vinos, vendió los negocios que tanto tiempo le habían robado e invirtió las ganancias en su auténtica vocación, el arte. Había cumplido ya 46 años, una edad muy avanzada para comenzar una carrera artística. Aun así, le dio tiempo para fomentar el 'arte bruto', para influir en los informalistas y en el pop, para realizar una obra muy suya, sin etiquetas.


Deleuze:
"textura" es una noción extremadamente difícil de analizar. Hablo para ustedes, yo diría que a su edad, o en sus proyectos de trabajo, si les llega a algunos de ustedes, vean la riqueza del material también, a propósito de las texturas, tenemos el "material industrial", muy bien por el momento, siendo competitivo, pero uno de los materiales que es el menos estudiado y quizá el más importante, es la pintura. Los grandes pintores de texturas, sin importar quienes sean, encontraremos que son especies de barrocos modernos. Habría que ver si, en los grandes pintores barrocos, hay eso que se puede reconocer como las texturas radicales.

Veo tres grandes pintores modernos de texturas, veamos: Fautrier, Dubuffet que ha reconocido su deuda respecto de Fautrier a propósito de las estructuras, y Paul Klee. No por azar no son extraños unos a otros.


Le génie de l’art brut


Art brut
El Art Brut es un término acuñado en 1945 por Jean Dubuffet para referirse al arte creado por gentes ajenas al mundo artístico sin una formación académica.
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Art_brut
Sus obras son el reflejo de una creatividad pura sin contaminar por la imitación de modelos ya establecidos. Dubuffet afirma que todos llevamos un potencial creativo que las normas sociales actuales anulan. Esto se observa en las creaciones de personas que se mantienen al margen de la sociedad, tales como: internos de hospitales psiquiátricos, autodidactas, solitarios, inadaptados o ancianos. Desde 1945 Dubuffet recoge estas obras, fundando en 1948 la "Compagnie d´Art Brut" junto a André Breton, Michel Tapié y otros. La colección formada llega a las 5000 obras, que se exponen por primera vez en 1967 en el Musée des Arts Decoratifs de París, instalándose definitivamente en 1976 en el Château de Beaulieu de Lausana. La colección está formada en su mayoría por obras de enfermos psiquiátricos, generalmente esquizofrénicos; pese a ello, Dubuffet rechazó siempre la idea de "arte psiquiátrico" afirmando que "no existe un arte de los locos". El art brut constituye un aspecto fundamental del primitivismo asumido a lo largo de todo el siglo XX por ciertos artistas que permanecen al margen de la modernidad.
posted by Fernando Reberendo

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Bloques rizomáticos


Gilles y Félix


Mil mesetas

Bibliografía de Gilles Deleuze en castellano

DELEUZE, Gilles, Empirismo y Subjectividad (Madrid: Gedisa, 1981) tr. Hugo Acevedo. Prefacio de Oscar Masotta.
DELEUZE, Gilles, Nietzsche y la filosofia (Barcelona: Editorial Anagrama, 1971) tr. Carmen Artal.
DELEUZE, Gilles, La filosofía Crítica de Kant tr. Francisco Monge, en Deleuze, Spinoza, Kant, Nietzsche (Barcelona: Editorial Labor, 1974).
DELEUZE, Gilles, El Bergsonismo (Madrid: Ediciones Catédra, 1987) tr. Luis Ferrero Carracedo.
DELEUZE, Gilles, Presentacion de Sacher-Masoch (Madrid: Taurus, 1973) tr. A.M. García Martínez.
DELEUZE, Gilles, Diferencia y repetición (Gijón: Júcar Universidad, 1988) tr. Alberto Cardín. Introducción de Miguel Morey. Introducción traducida como "Repetición y Diferencia: Introducción" tr.F. Monge en Cuadernos Anagrama 1972.
DELEUZE, Gilles, Spinoza y el problema de la expresión (Barcelona: Muchnik Editores, 1975) tr. Horst Vogel.
DELEUZE, Gilles, Lógica del sentido (Barcelona: Barral, 1970) tr. Ángel Abad. Nueva traducción (Barcelona: Paidós, 1989) tr. Miguel Morey y Víctor Molina.
DELEUZE, Gilles, Spinoza, tr. Francisco Monge en Deleuze, Spinoza, Kant, Nietzsche (Barcelona: Editorial Labor, 1974).
DELEUZE, Gilles, Proust y los signos (Barcelona: Anagrama, 1972) tr. Francisco Monge.
DELEUZE, Gilles, in Foucault, "Theatrum Philosophicum," tr. F. Monge, in Cuadernos Anagrama 1972, p.41.
DELEUZE, Gilles, El Antiedipo (Barcelona: Barral, 1973) tr. Francisco Monge. Nueva edición en Ediciones Paidós S.A., Barcelona.
DELEUZE, Gilles, "Tres problemas de grupo" en Guattari, Psicoanálisis y transversalidad tr. Fernando Hugo Azcurra (México: Siglo XXI, 1976) pp.9-21.
DELEUZE, Gilles, "Los entelectuales y el poder" tr. Julia Varela and Fernando Álvarez-Uría en Foucault, Microfísica del poder (Madrid: La Piqueta, 1978), pp.77-86.
DELEUZE, Gilles, "Capitalismo y esquizofrenia" en Laura Forti, La oltra locura (Barcelona: Tusquets, 1976), pp.55-71.
DELEUZE, Gilles, Kafka: Por una literatura menor (Mexico: Ediciones Era, 1978) tr. Jorge Aguilar.
DELEUZE, Gilles, "Escritor no: un nuevo cartógrafo" en Liberación 6 (Dec. 30, 1984), pp.14-15.
DELEUZE, Gilles, Rizoma (Valencia: Pre-Textos, 1984) tr. Victor Navarro y C. Casillas.
DELEUZE, Gilles, Diálogos (Valencia: Pre-Textos, 1980) tr. José Vázquez Pérez.
DELEUZE, Gilles, Política y Psicoanálisis (Mexico: Ediciones Terra Nova, 1980) tr. Raymundo Mier.
DELEUZE, Gilles, "Nietzsche y San Pablo, Lawrence y Juan de Patmos" tr. Ernesto Hernández en El vampiro pasivo 12 (1994), p.21ff.
DELEUZE, Gilles, "Filosofía y memoria" tr. Libia Moez y Gerardo Ramírez en El vampiro pasivo 7-8, p.12.
DELEUZE, Gilles, con Félix Guattari, Mil mesetas (Valencia: Pre-Textos, 1988) tr. José Vázquez Pérez y Umbelena Larraceleta.
DELEUZE, Gilles, Spinoza: Filosofía práctica (Barcelona: Tusquets, 1984) tr. Antonio Escohotado.
DELEUZE, Gilles, La imagen-movimiento: Estudios sobre cine 1 (Barcelona: Paidós, 1984) tr. Irene Agoff.
DELEUZE, Gilles, La imagen-tiempo: Estudios sobre cine 2 (Barcelona: Paidós, 1986) tr. Irene Agoff.
DELEUZE, Gilles, Foucault (Barcelona: Paidós Studio, 1987) tr. José Vázquez Pérez. Prefacio de Miguel Morey.
DELEUZE, Gilles, El Pliegue: Leibniz y el barroco (Barcelona: Paidós, 1989) tr. José Vázquez Pérez y Umbelena Larraceleta.
DELEUZE, Gilles, Pericles y Verdi (Valencia: Pre-Textos, 1989) tr. Umbelena Larraceleta y José Vázquez Pérez.
DELEUZE, Gilles, "¿Qué es un dispositivo?" en Michel Foucault filosofo (Barcelona: Gedisa editorial, 1990) tr. Alberto Bixio.
DELEUZE, Gilles, Conversaciones (Valencia: Pre-Textos, 1995) tr. José Luis Pardo.
DELEUZE, Gilles, "Tener una idea en cine" tr. Jorge Terré en Archipiélago 22 (otoño 1995), pp.52-59.
DELEUZE, Gilles, ¿Qué es la filosofía? (Barcelona: Editorial Anagrama, 1993) tr. Thomas Kauf.
DELEUZE, Gilles, "Para Félix" en Archipiélago 17 (1994) tr. Angels Hernyo Campo [Jordi Terré].
DELEUZE, Gilles, Critica y Clínica (Barcelona: Editorial Anagrama, 1996) tr. Thomas Kauf.
DELEUZE, Gilles, La isla desierta y otros textos (1953-1974) pre-textos 2005
DELEUZE, Gilles, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995) pre-textos 2007