El complejo de infraestructura


Extractos de la conferencia «Las energéticas semióticas», de Guattari, en el Coloquio en Cerisy, Francia, junio de 1983. El tema del Coloquio de Cerisy en esa ocasión fue «Tiempo y devenir a partir de la obra de Ilya Prigogine»

Examinaré brevemente ciertos efectos que invalidan la importación de nociones termodinámicas a las ciencias humanas y sociales.
Marx quiso pensar las relaciones sociales como flujos de trabajo y Freud la vida psíquica como flujos de libido sexual. Dejaré aquí de lado la caracterización que Freud hace de ciertas pulsiones como algo no-sexual —las de autoconservación o, en su último enfoque teórico, la pulsión de muerte—, pues éstas son siempre, esencialmente, instituidas en una bipolaridad relativa a las pulsiones sexuales por una suerte de energética dualista. Ciertamente, ninguno de los dos tenía intención de establecer una causalidad mecanicista entre una base energética y superestructuras sociales o mentales. Sin embargo, ¡sabemos el refuerzo que han producido sus teorías en las concepciones y en las prácticas más reduccionistas! Es obvio que cualquier comparación entre sus métodos sería arbitraria y más aun cualquier conjetura acerca de una posible influencia del primero sobre el segundo. Aun así, quizá deberíamos interrogarnos acerca de cierto paralelismo que pongo en relación, bajo mi propia responsabilidad, como un mismo «complejo de infraestructura». Los maleficios de este complejo se han ejercido en el seno de las ciencias humanas y sociales a medida que éstas se han ido afirmando en las sociedades industriales. «Sea cual sea el campo considerado, provéannos de una base energéticamente cualificable y nosotros construiremos con ella una ciencia verdadera ». A partir de ese tipo de paradigma, se ha instaurado un «superyó entrópico», que tiene como principal efecto colocar a quienes estaban preocupados por ello en la incapacidad de percibir un movimiento, una transformación, una alteración —cualquier cosa que pudiese ser experimentada— sin que hubiera que remitirla a una misma economía energética fundada sobre los dos sacrosantos principios de la termodinámica.
Podemos representar esa instancia parasitaria como un cangrejo epistemológico despellejando los datos con los cuales se nutre, siguiendo siempre el mismo ceremonial:
1. Con una de sus pinzas hace a un lado, como única realidad científicamente consumible, aquello que circunscribe como parte del orden del capital energético en cuestión. Tritura entonces esos datos energéticos para librarlos de todo trazo específico y conferirles así un carácter uniformemente convertible.
2. Con la otra pinza reduce a estado de equivalente abstracto los datos que se resistieron a su tentativa de energetización —de lo que resulta, por ejemplo, el capital, la libido, la música, la cientificidad. Es entonces cuando, a partir de todos esos equivalentes regionales, confecciona un super equivalente (el «estofado capitalístico») compuesto por el conjunto de las singularidades y estructuras intrínsecas, el conjunto de las representaciones y afectos relacionados con éstas y, en casos extremos, el conjunto de los propios procesos energéticos que se encuentran totalmente disueltos y asimilados.
En su fase terminal —me estoy refiriendo a los estructuralismos y a los sistemismos— la enfermedad del entropismo parece evolucionar hacia el repliegue espontáneo del complejo de infraestructura. En efecto, los dualismos tradicionales del tipo materia-forma parecen entonces superados por una ocurrencia que consiste, supuestamente, en transferir el formalismo del orden de las superestructuras a los niveles infraestructurales. Ejemplos de esas transferencias: el capital, en el seno del proceso de trabajo; la sustancia semiótica de la pulsión —el Vorstellungsrepräsentanz freudiano, reducido por Lacan a estado de significante— en el seno de la libido; los binary digits en el seno de los flujos informáticos. Nótese que los marxistas nunca intentaron hacer efectivamente la cuantificación del capital en la esfera económica y que los freudianos colocaron rápidamente la libido en el armario de reliquias religiosas o, de diferentes maneras, la «volvieron milagrosa». Lamentablemente, no hay superación alguna: el punto focal del reduccionismo apenas se encuentra dislocado en una materia ahora más radicalmente expurgada de sus últimos trazos específicos en provecho de una hyle energética asimilada a un flujo de alternativas binarias. Al postular una separación radical entre producción de subjetividad y eficiencia semiótica, los monoteísmos de la energía —reconvertidos en el culto de la información o del significante— nos han conducido a un riesgo mayor: dejar de considerar las dimensiones de singularidad, de «irreversibilidad» y de «bifurcación» de los agenciamientos cognitivos y, de un modo más general, las relaciones de interdependencia entre la información sistémica y las estructuras de expresión. Esto es, probablemente, lo que les confiere el lugar destacado que ocupan en la megamáquina de producción de cultura, de ciencia y de subjetividad que constituye hoy el CMI, pues la intención de esta última es la de dejar subsistir sólo los modos de expresión y de valoración que puede normalizar y poner a su servicio. Lo que me desagrada del uso que las ciencias sociales hacen de la noción de energía no es, por supuesto, que se la piense como intensidad, sino la recuperación que se hace de esa noción, sobre todo la aplicación metafórica del segundo principio de termodinámica y de todo lo que gira en torno a la idea de entropía. Esa idea está presente en el psicoanálisis y en otros campos, en particular en la teoría de la información; la imagen de una suerte de infraestructura indiferenciada, una base energética que viene a desordenar el sistema. Desde esa perspectiva, todas las operaciones que hablan de la vida social y la comunicación de los afectos consisten en ordenar ese desorden. Energía, pulsión, instinto y deseos forman parte de un mundo sospechoso, peligroso y aterrador, que debería ser lidiado de la misma forma que un domador que entrase en una jaula de circo repleta de animales salvajes.
Del libro: Micropolítica. Cartografias del deseo
Autor: Suely Rolnik y Félix Guattari

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Mil mesetas

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