En la historia de la dialéctica Stirner ocupa un lugar aparte, el último, el lugar extremo. Stirner fue aquel dialéctico audaz que intentó conciliar la dialéctica con el arte de los sofistas. Supo hallar el camino de la pregunta: ¿Quién? Supo convertirla en la pregunta esencial contra Hegel, Bauer, y Feuerbach contemporáneamente. «La pregunta: ¿Qué es el hombre? se convierte en: ¿Quién es el hombre? y eres Tú el que debe responder. ¿Qué es? apuntaba hacia el concepto a realizar; empezando por quién es, la pregunta desaparece, ya que la respuesta está personalmente presente en el que interroga». En otras palabras, basta formular la pregunta: ¿Quién? para conducir a la dialéctica a su verdadera salida: saltus mortalis. Feuerbach anunciaba al Hombre en lugar de Dios. Pero yo ya no soy el hombre o el ser genérico, ya no soy la esencia del hombre que no era Dios y la esencia de Dios. Se hace la permutación del Hombre y de Dios; pero el trabajo de lo negativo, una vez desencadenado, está ahí para decirnos: Todavía no eres Tú. «Yo no soy ni Dios ni Hombre, no soy ni la esencia suprema ni mi esencia, y en el fondo es lo mismo que conciba la esencia en mí o fuera de mí». «Como el hombre no representa más que otro ser supremo, el ser supremo, en definitiva, sólo ha sufrido una simple metamorfosis, y el temor del Hombre es sólo un aspecto diferente del temor de Dios». Nietzsche dirá: el hombre más abominable, habiendo matado a Dios porque no soportaba su piedad, sigue siendo el blanco de la piedad de los Hombres. El motor especulativo de la dialéctica es la contradicción y su solución. Pero su motor práctico es la alienación y la supresión de la alienación, la alienación y la reapropiación. La dialéctica revela aquí su verdadera naturaleza: arte sumarial entre todos, arte de discutir sobre las propiedades y cambiar de propietarios, arte del resentimiento. Una vez más Stirner ha alcanzado la verdad de la dialéctica en el título de su libro: Lo único y su propiedad. Considera que la libertad hegeliana aparece como un concepto abstracto; «no tengo nada contra la libertad, pero te deseo algo más que la libertad. Tú, no sólo tendrías que ser desembarazado de lo que no quieres, también tendrías que poseer lo que quieres, no tendrías solamente que ser un hombre libre, tendrías que ser igualmente un propietario». Pero, ¿quién se apropia o se reapropia? ¿cuál es la instancia reapropiadora? El espíritu objetivo de Hegel, el saber absoluto, ¿no siguen siendo una alienación, una forma espiritual y refinada de alienación? ¿La conciencia de sí mismo de Bauer, la crítica humana, pura o absoluta? ¿El ser genérico de Feuerbach, el hombre en tanto que especie, esencia y ser sensible? No soy nada de todo esto. Stirner demuestra sin dificultad que la idea, la conciencia o la especie, son otras tantas alienaciones como lo era la teología tradicional. Las reapropiaciones relativas siguen siendo alienaciones absolutas. Rivalizando con la teología, la antropología hace de mí la propiedad del Hombre. Pero la dialéctica no se detendrá hasta que yo no me convierta en propietario... Libre de desembocar en la nada, si es necesario. Al mismo tiempo que la instancia reapropiadora disminuye en altura, anchura y profundidad, el acto de reapropiar cambia de sentido, ejerciéndose sobre una base cada vez más exigua. En Hegel, se trataba de una reconciliación: la dialéctica estaba dispuesta a reconciliarse con la religión, con el Estado, con la Iglesia, con todas las fuerzas que alimentaban la suya. Sabemos lo que significan las famosas transformaciones hegelianas: no olvidan conservar piadosamente. La trascendencia permanece como trascendencia en el seno de lo inmanente. Con Feuerbach, el sentido de «reapropiar» cambia: menos reconciliación que recuperación, recuperación humana de las propiedades trascendentes. Nada se conserva, excepto lo humano «como ser absoluto y divino». Pero esta conservación, esta última alienación, desaparece con Stirner: el Estado y la religión, pero también la esencia humana, se niegan en el YO, que no se reconcilia con nada porque lo aniquila todo, por su propio «poder», por su propio «comercio», por su propio «placer». Superar la alienación significa entonces, pura y simplemente, aniquilación, recuperación que no deja subsistir nada de lo que recupera: «El yo no es todo, pero lo destruye todo». El yo que todo lo aniquila es también el yo que no es nada: «Sólo el yo que se descompone, el yo que nunca es realmente yo». «Soy el dueño de mi poder, y lo soy cuando me sé único. En lo único el poseedor retorna al nada creador del que ha surgido. Cualquier ser superior a mí, sea Dios u Hombre, se debilita ante el sentimiento de mi unicidad y palidece frente al sol de esta conciencia. Si baso mi causa en mí, el único, ésta reposa sobre su creador efímero y perecedero que se devora a sí mismo, y yo puedo decir: no he basado mi causa sobre Nada». El libro de Stirner tenía un triple interés: un profundo análisis de la insuficiencia de las reapropiaciones en sus predecesores; el descubrimiento de la relación esencial entre la dialéctica y una teoría del yo, siendo únicamente el yo la instancia reapropiadora; una visión profunda de lo que era la conclusión de la dialéctica, con el yo, en el yo. La historia en general y el hegelianismo en particular hallaban su salida, pero también su mayor disolución, en un nihilismo triunfante. La dialéctica ama y controla la historia, pero ella misma tiene historia por la que sufre y que no controla. El sentido de la historia y de la dialéctica reunidas no es la realización de la razón, de la libertad ni del hombre en tanto que especie, sino el nihilismo, nada más que el nihilismo. Stirner es el dialéctico que revela el nihilismo como verdad de la dialéctica. Le basta formular la pregunta: ¿Quién? El yo único restituye a la nada todo lo que no es él, y esta nada es precisamente su propia nada, la propia nada del yo. Stirner es demasiado dialéctico para pensar en términos que no sean de propiedad, de alienación y de reapropiación. Pero demasiado exigente para no ver a dónde conduce este pensamiento: al yo que no es nada, al nihilismo. Entonces el problema de Marx, en la Ideología alemana, halla uno de sus sentidos más importantes: para Marx se trata de detener este fatal deslizamiento. Acepta el descubrimiento de Stirner, la dialéctica como teoría del yo. En un punto, da la razón a Stirner: la especie humana de Feuerbach sigue siendo una alienación. Pero el yo de Stirner, a su vez, es una abstracción, una proyección del egoísmo burgués. Marx elabora su famosa doctrina del yo condicionado: la especie y el individuo, el ser genérico y el particular, lo social y el egoísmo, se reconcilian en el yo condicionado según las relaciones históricas y sociales. ¿Es suficiente? ¿qué es la especie y quién es individuo? ¿ha encontrado la dialéctica un punto de equilibrio y de llegada, o únicamente un último avatar, el avatar socialista antes de la conclusión nihilista? Realmente es difícil detener a la dialéctica y a la historia sobre la pendiente común por la que se arrastran la una a la otra ¿hace otra cosa Marx que señalar una última etapa antes del fin, la etapa proletaria?
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