Francis Bacon nació en Dublín, el 28 de octubre de 1909 y murió en 1992, en España.
Franck Maubert  en un libro que recoge las conversaciones que mantuvo con el pintor británico nos dice:
“Lo presentaban como un genio, un monstruo, alguien difícil… Y, de hecho, era adorable, muy divertido, un ser exquisito, de una lucidez muy grande y dotado de un formidable sentido del humor… Algo que no es tan común…
Su sencillez, su manera de vivir y su filosofía… Lo tomo todo a la vez: representaba y pensaba lo que yo esperaba. Nadie me había hablado, antes que él, de esta manera. Yo bebía cada una de sus palabras”.





Adolfo Vásquez Rocca plantea algo interesante sobre la obra de Bacon: “El cuerpo ya no es observado como el espacio, el refugio, que asegura la idea del yo, sino, por el contrario, el dominio donde el yo es contestado e, incluso, perdido. El control sobre el propio cuerpo es una ilusión, el hombre basa su existencia en una falta de estabilidad que le es desconocida. Se cuestiona la identidad y los valores que se consideraban conformadores del hombre, el cuerpo es reconstruido y sus fronteras traspasadas y/o superadas”.
En otras palabras podemos pensar un devenir del cuerpo en Bacon, lo que constituye una singularidad en la historia de la pintura.
Una ruptura, un punto de fuga que reterritorializa y nos conmueve.