¿De qué modo un dispositivo analítico puede ser creación,
soporte y acogida del extraño en nosotros?
Con Gilles Deleuze, he forjado una expresión que puede
parecer paradójica, pero que nos fue muy útil en nuestra reflexión: se trata
del concepto de «máquina deseante». La idea es que el deseo corresponde con
cierto tipo de producción y que no tiene en absoluto nada de indiferenciado. El
deseo no es una pulsión orgánica, ni algo a ser trabajado por el segundo
principio de la termodinámica, arrastrado de manera inexorable por una suerte
de pulsión de muerte. Por el contrario, el deseo tiene infinitas posibilidades
de montaje. Desde nuestra perspectiva, el deseo de un niño, por ejemplo, no
puede ser reducido a los esquemas del psicoanálisis —a sus imagos de
triangulaciones. Observando las cosas simplemente desde un punto de vista
fenomenológico, el deseo se muestra en conexión directa con los más
diferenciados elementos de su entorno —que van de la familia al cosmos. El niño
tiene una capacidad extraordinaria para interesarse por procesos abstractos.
Las personas que investigaron la psicología del niño tuvieron mucha dificultad
en comprender eso, ya que perciben al niño a través de un método reduccionista
que no les permite el acceso a ese núcleo de creatividad semiótica que permite
caracterizar el deseo del niño como un deseo maquínico (Es muy importante para
Guattari, la obra de Daniel Stern, dedicado a los primeros años de vida del
niño). Eso no quiere decir que el deseo sea una fuerza que por sí misma vaya a
construir todo un universo de coordenadas. Gilles Deleuze y yo estamos
completamente alejados de cualquier idea de espontaneísmo en este campo. El
deseo, para nosotros, no es la nueva fórmula del buen salvaje de Jean-Jacques
Rousseau. Como toda máquina, también puede paralizarse, bloquearse (incluso más
que cualquier máquina técnica); corre el riesgo de entrar en procesos de
implosión, de autodestrucción, cuestiones que en el campo social generan
fenómenos que Deleuze y yo llamamos «microfascismos». Por lo tanto, la cuestión
está en entender qué es efectivamente la economía del deseo en un nivel
prepersonal, de las relaciones de identidad o de las relaciones
intrafamiliares, así como en todos los niveles del campo social.
F. Guattari