Deseo


¿De qué modo un dispositivo analítico puede ser creación, soporte y acogida del extraño en nosotros?
Con Gilles Deleuze, he forjado una expresión que puede parecer paradójica, pero que nos fue muy útil en nuestra reflexión: se trata del concepto de «máquina deseante». La idea es que el deseo corresponde con cierto tipo de producción y que no tiene en absoluto nada de indiferenciado. El deseo no es una pulsión orgánica, ni algo a ser trabajado por el segundo principio de la termodinámica, arrastrado de manera inexorable por una suerte de pulsión de muerte. Por el contrario, el deseo tiene infinitas posibilidades de montaje. Desde nuestra perspectiva, el deseo de un niño, por ejemplo, no puede ser reducido a los esquemas del psicoanálisis —a sus imagos de triangulaciones. Observando las cosas simplemente desde un punto de vista fenomenológico, el deseo se muestra en conexión directa con los más diferenciados elementos de su entorno —que van de la familia al cosmos. El niño tiene una capacidad extraordinaria para interesarse por procesos abstractos. Las personas que investigaron la psicología del niño tuvieron mucha dificultad en comprender eso, ya que perciben al niño a través de un método reduccionista que no les permite el acceso a ese núcleo de creatividad semiótica que permite caracterizar el deseo del niño como un deseo maquínico (Es muy importante para Guattari, la obra de Daniel Stern, dedicado a los primeros años de vida del niño). Eso no quiere decir que el deseo sea una fuerza que por sí misma vaya a construir todo un universo de coordenadas. Gilles Deleuze y yo estamos completamente alejados de cualquier idea de espontaneísmo en este campo. El deseo, para nosotros, no es la nueva fórmula del buen salvaje de Jean-Jacques Rousseau. Como toda máquina, también puede paralizarse, bloquearse (incluso más que cualquier máquina técnica); corre el riesgo de entrar en procesos de implosión, de autodestrucción, cuestiones que en el campo social generan fenómenos que Deleuze y yo llamamos «microfascismos». Por lo tanto, la cuestión está en entender qué es efectivamente la economía del deseo en un nivel prepersonal, de las relaciones de identidad o de las relaciones intrafamiliares, así como en todos los niveles del campo social.
F. Guattari

León Ferrari (1920-2013)


Empezar este trabajo cuando uno nace, clavar cuatro estacas como límites y allí todos los días ir tejiendo nuestra vida, convertirla en un volumen, sin sacar nunca nada, ninguna de esas primeras formas que nos apasionaron, geniales, y que ahora escondemos; no sacar nada, ninguna de las cosas repugnantes que pusimos ayer muy satisfechos, dejarlas allí a todas y colocar a su lado las formas maravillosas que se me están ocurriendo ahora; no tener miedo, no pensar en la unidad; hacer la no unidad, o no pensar en eso, ni siquiera plantearlo; aprovechar los cambios de nuestra sensibilidad, las idas y las vueltas desde el nacimiento a la muerte, y dejarlas allí, como si fuera hecho por otro. Como si fuera hecho por varios hombres; o mejor, hacerlo entre varios: diez o quince mujeres y hombres gesticulando y girando en torno de esta torre de Babel mientras cada uno agrega su invento, ese día de su vida, sin escuchar a nadie y enredándose con los figurativos, los concretos, los surrealistas, los informalistas y los pop, con los ingenuos y los angustiados, los felices y los moribundos, cada uno con su verdad, segura y universal tratando de meterla allí adentro, en esa Babel que todos hacen sin entenderse.