Leyendo el Nietzsche de Gilles: Análisis de la piedad


La complicidad fundamental entre la voluntad de la nada y las fuerzas reactivas consiste en esto: la voluntad de la nada es quien hace triunfar a las fuerzas reactivas. Cuando, bajo la voluntad de la nada, la vida universal se convierte en irreal, la vida como vida particular se convierte en reactiva. La vida se convierte en irreal en su conjunto y reactiva en particular contemporáneamente. En su empresa de negar la vida, por una parte la voluntad de la nada tolera la vida reactiva, por otra la necesita. La tolera como estado de la vida cercano a cero, la necesita como medio por el que la vida viene conducida a negarse, a contradecirse. De este modo, en su victoria, las fuerzas reactivas tienen un testigo, peor, un conductor. Y, ocurre que las fuerzas reactivas, triunfantes, soportan cada vez menos a ese conductor y a ese testigo. Quieren triunfar solas, ya no quieren deber su triunfo a nadie. Quizá desconfían del oscuro final que la voluntad de poder alcanza por su cuenta a través de su propia victoria, quizá temen que esta voluntad de poder no se vuelva contra ellos y a su vez no las destruya. La vida reactiva rompe su alianza con la voluntad negativa, quiere reinar sola. He aquí que las fuerzas reactivas proyectan su imagen, pero esta vez para ocupar el lugar de la voluntad que las conducía. ¿Hasta dónde llegarán por este camino? Mejor una no «voluntad» de todo, que esta voluntad demasiado poderosa. Mejor nuestros rebaños sangrantes, que un pastor que nos quiere llevar demasiado lejos. Mejor sólo nuestras fuerzas, que una voluntad de la que no tenemos necesidad. ¿Hasta dónde llegarán las fuerzas reactivas? ¡Mejor apagarse pasivamente! El «nihilismo reactivo» en un cierto modo prolonga el «nihilismo negativo»: triunfantes, las fuerzas reactivas ocupan el lugar de este poder de negar que les conducía al triunfo. Pero el «nihilismo pasivo» es la última conclusión del nihilismo reactivo: apagarse pasivamente antes que ser conducido desde fuera. Esta historia puede contarse también de otra forma. Dios ha muerto, pero, ¿de qué se ha muerto? Se ha muerto de piedad, dice Nietzsche. Unas veces esta muerte es presentada como accidental: viejo y fatigado, cansado de querer, Dios, acaba «por cansarse un día de su piedad demasiado grande». Otras veces esta muerte es el efecto de un acto criminal: «Su piedad no conocía ningún pudor; se insinuaba en mis dobleces más inmundos. Tenía que morir este curioso entre todos los curiosos, este indiscreto, este misericordioso. A mí me ha visto sin cesar; quiero vengarme de un testigo así, o dejar de vivir. El Dios que lo veía todo, hasta al hombre: ¡este Dios debía morir! ¡el hombre no soporta que siga viviendo ni un solo testigo! ¿Qué es la piedad? Es esta tolerancia por los estados de la vida cercanos a cero. La piedad es amor a la vida, pero a la vida débil, enferma, reactiva. Militante, anuncia la victoria final de los pobres, de los que sufren, de los impotentes, de los pequeños. Divina, les concede esta victoria. ¿Quién experimenta la piedad? Precisamente el que sólo tolera la vida cuando es reactiva, el que tiene necesidad de esta vida y de este triunfo, el que instala sus templos sobre el terreno pantanoso de una vida semejante. El que odia todo lo que es activo en la vida, el que se sirve de la vida para negar y depreciar la vida, para oponerla a sí misma. La piedad, en el simbolismo de Nietzsche, designa siempre este complejo de la voluntad de la nada y de las fuerzas reactivas, esta afinidad de la una con las otras, esta tolerancia de una respecto a las otras. «La piedad es la práctica del nihilismo... ¡La piedad persuade hacia la nada! No se habla de la nada, en su lugar se coloca el más allá, o Dios, o la verdadera vida; o el nirvana, la salud, la beatitud. Esta inocencia retórica, que entra en el dominio de la idiosincrasia religiosa y moral, parecerá mucho menos inocente en cuanto se comprenda cuál es la tendencia que se oculta bajo ese manto de palabras sublimes: la enemistad de la vida». Piedad por la vida reactiva en nombre de valores superiores, piedad de Dios por el hombre reactivo: adivinamos la voluntad que se oculta en este modo de amar la vida, en este Dios de misericordia, en estos valores superiores. Dios se asfixia de piedad: todo sucede como si la vida reactiva se le metiese por la garganta. El hombre reactivo da muerte a Dios porque ya no soporta su piedad. El hombre reactivo ya no soporta ningún testigo, quiere estar solo con su triunfo, y únicamente con sus fuerzas. Se pone en el lugar de Dios: ya no conoce valores superiores a la vida, sino únicamente una vida reactiva que tiene bastante con ella misma, que pretende secretar sus propios valores. Las armas que le dio Dios, el resentimiento, incluso la mala conciencia, todas las figuras de su triunfo, las vuelve contra Dios, las opone a él. El resentimiento se hace ateo, pero este ateísmo es todavía resentimiento, siempre resentimiento, siempre mala conciencia. El hombre reactivo es el asesino de Dios, «el más abominable de los hombres», «rezumando hiel y lleno de oculta vergüenza». Reacciona contra la piedad de Dios: «También en el dominio de la piedad hay un buen gusto; este buen gusto ha acabado diciendo: Quitadnos a este Dios. Mejor quedarnos sin ningún Dios, mejor decidir cada uno con su cabeza, mejor estar loco, mejor ser uno mismo Dios» . ¿Hasta dónde llegará por este camino? Hasta un enorme hastío. Mejor no tener ningún valor que valores superiores, mejor no tener voluntad, mejor la nada como voluntad que una voluntad de la nada. Mejor apagarse pasivamente. Es el adivino, «adivino del gran cansancio», quien anuncia las consecuencias de la muerte de Dios: la vida reactiva sola con sí misma, careciendo incluso de la voluntad de desaparecer, soñando en una pasiva extinción. «¡Todo está vacío, todo es igual, todo está cumplido!... Todas las fuentes están secas para nosotros y el mar se ha retirado. El suelo se hunde pero el abismo no quiere tragarnos. ¡Ay! ¿dónde queda todavía un mar en el que sea posible ahogarse?... En verdad, estamos ya demasiado cansados para morirnos». El último de los hombres, ése es el descendiente del asesino de Dios: mejor ninguna voluntad, mejor un único rebaño. «Ya no nos hacemos ni pobres ni ricos: es demasiado penoso. ¿Quién puede querer gobernar todavía?¿Quién estaría aún dispuesto a obedecer? Es demasiado penoso. ¡Ningún pastor y un único rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales...». Así explicada, la historia nos conduce aún a la misma conclusión: el nihilismo negativo viene sustituido por el nihilismo reactivo, el nihilismo reactivo desemboca en el nihilismo pasivo. De Dios al asesino de Dios, del asesino de Dios al último hombre. Pero esta conclusión es el saber del adivino. Antes de llegar hasta aquí, cuántas aventuras, cuántas variaciones sobre el tema nihilista. Durante mucho tiempo la vida reactiva se esfuerza en segregar sus propios valores, el hombre reactivo ocupa el lugar de Dios: la adaptación, la evolución, el progreso, la felicidad para todos, el bien de la comunidad: el Hombre-Dios, el hombre moral, el hombre verídico, el hombre social. Éstos son los nuevos valores que nos son propuestos en lugar de Dios. Los últimos hombres dicen todavía: «Hemos inventado la felicidad». ¿Por qué el hombre habría matado a Dios, sino es para ocupar el lugar aún caliente?Heidegger observa, comentando a Nietzsche: «Si Dios ha abandonado su lugar en el mundo suprasensible, este lugar, aunque vacío, continúa estando. La región vacante del mundo suprasensible y del mundo ideal puede ser mantenida. El lugar vacío, en cierto modo, pide incluso ser ocupado de nuevo, y sustituir el Dios desaparecido por otra cosa». Más aún: es siempre la misma vida, esta vida que se beneficiaba en primer lugar de la depreciación de la vida en su conjunto, esta vida que se aprovechaba de la voluntad de la nada para conseguir su victoria, esta vida que triunfaba en los templos de Dios, a la sombra de los valores superiores; después, en segundo lugar, esta vida que ocupa el lugar de Dios, quien se rebela contra el principio de su propio triunfo y no reconoce más valores que los suyos; finalmente, esta vida extenuada que preferirá no querer, apagarse pasivamente, antes que ser animada por una voluntad que la sobrepase. Sigue siendo siempre la misma vida: vida depreciada, reducida a su forma reactiva. Los valores pueden cambiar, renovarse y hasta desaparecer. Lo que no cambia y no desaparece, es la perspectiva nihilista que preside esta historia desde el principio hasta el fin, y de la que derivan al mismo tiempo todos estos valores y su ausencia. Por eso Nietzsche puede pensar que el nihilismo no es un acontecimiento en la historia, sino el motor de la historia del hombre como historia universal. Nihilismo negativo, reactivo y pasivo: para Nietzsche se trata de una sola y misma historia jalonada por el judaísmo, el cristianismo, la reforma, el librepensamiento, la ideología democrática y socialista, etc. Hasta el último hombre.

Lectura anterior: El nihilismo

Próxima lectura: Dios ha muerto