Tal vez Michaux quiso ir tras las huellas de innumerables poetas de Oriente que fueron a la vez eximios calígrafos y pintores. Acaso el ideal oriental de confundir palabra y objeto, la utopía de la unión entre escritura y dibujo –el signo– fueron lo que arrastró a Michaux a dibujar y pintar como si siguiera escribiendo, con idéntica espontaneidad y gusto. Ni siquiera en los dibujos realizados bajo el efecto de la mezcalina careció de un nítido sentido del espacio y del criterio más elusivo de todos: cuándo dar por terminada una obra.
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