En 1920, Michaux viajó a Buenos Aires como marino. En 1936, volvió de la mano de Jules Supervielle. Michaux no habría podido elegir un mejor maestro, un poeta discreto, de obra tenue, cuya modestia insinúa que se la imite y a la vez que se la desafíe con una ambición mayor. Maestro de Michaux y Felisberto Hernández, Supervielle es el extraño caso de un mentor de dos escritores muy disímiles. (Y la galería Jorge Mara supo hacerse eco de estos cruces cuando tiempo atrás presentó una muestra relacionada con el cuentista uruguayo, que tuvo con la música una relación análoga, aunque con menos crédito que Michaux con la pintura.) En Francia y en Uruguay, Michaux se desempeñó como secretario de Supervielle y como tutor de sus hijos. Sobre Supervielle comentó: “A su lado uno recibe, aunque silenciosas, imágenes de grandes extensiones, de estuarios y planicies sin fin donde se avanza a caballo”. A su vez, Supervielle, que nunca dudó de su destino literario, decía de Michaux: “En su laboratorio de poeta visionario y estudioso, es él solo que hace de cobayo”.
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