A Michaux no le interesaban las ediciones de bolsillo y la persecución de un público más amplio. Para él con doscientos verdaderos lectores basta y sobra. Su caligrafía, diminuta y ondulante –cardiograma de un invertebrado– era la cara visible del procedimiento catalítico al que sometía la escritura. Michaux enumera y multiplica a partir de un ritmo dado, y las oraciones de pronto se asemejan a vainas cargadas de semillas cuya caída y crecimiento presenciamos en cámara rápida. Esa maniobra exige un léxico acorde: razas y topografías inventadas, informes fantásticos. En literatura, a la intensidad se la suele repudiar o idealizar; en Michaux nadie puede desentenderse de la unción de lo desconocido.
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