Y asoma abruptamente una máscara de entrañas, que planean sobre el abismo, presas de vértigo. Deflagración. Fulgor. El cuerpo entero sale por la cabeza, llevando consigo sangre, sudor, esperma y excrementos.
Rostros hechos y deshechos, desencarados. Rostros como precipicios, robados in media res. Matanzas. Quemaduras y martirio de San Bartolomé.
Pintar: contar la violencia con artificios. El arte es un objeto fabricado y cuanto más artificiales son los cuadros, más intensos resultan.
Las imágenes no ilustran la realidad, sino que son espacios donde se condensa dicha realidad, eso que Bacon llama taquigrafía de las sensaciones. Lo obsesiona hasta tal punto el deseo de no distanciarse del instinto que se exhibe en carne viva, como Marsias.
El mundo, la vida, los dioses, los hombres le han arrancado el pellejo. Y, por su mediación, la pintura transfunde las más fugitivas sensaciones para dotarlas de duración. Conquista de una dosis de eternidad. Marsias y Prometeo.
El lienzo se convierte en el territorio de un inmortal abrazo con la materia, que se nutre de sangre. Tiempo en suspenso del último extremo. Goce. Apareamientos y luchas.
¡Cuántos personajes musculosos (con un sentido del volumen aprendido en Miguel Ángel), que se enfrentan o se funden en vigorosas convulsiones! Personajes estigmatizados, clavados en el centro del lienzo (y no sólo metafóricamente), hincados en la picota de la pintura, exhibidos: el propio Bacon, todos los que siente próximos a él —amigos o elefantes víctimas de una matanza—, todos aquellos que intuye que están hechos de la misma fibra, que poseen una misma identidad de sufrimiento dinámico. Robustos torturados.
Al periodista que le pedía que describiera a su hombre ideal, Bacon le respondió sin vacilar: ¡el Nietzsche de un equipo de fútbol!
El pintor, ogro demiurgo en pos de la expresión de lo más desgarrador (palabra predilecta), despelleja, se despelleja, convierte en despojos a hombres y animales, sin tener nunca compasión consigo mismo —espectador y actor—, mediante simbólicos asesinatos en aras del arte, que van más allá de las fronteras de la repugnancia.
Trance durante el cual la sangre riega el lienzo, lo nutre.
Dar cuenta de las pulsaciones.
Es el desafío del incarnato de los pintores italianos del Renacimiento proyectado en el contexto de un fin de milenio.
Apocalipsis.
El arte es un peligro de muerte.
Posted by Fernando Reberendo
France Borel En: Bacon. Retratos y autorretratos Traducido por María Teresa Gallego
Editorial Debate, Madrid, 1996 Edición original: Bacon. Portraits et autoportraits
Les Belles Lettres, 1996