Deleuze va a considerar que su encuentro con Guattari es como el mar que viene a romper sobre una colina:

“Habría que compararlo (a Félix) con un mar siempre móvil en apariencia, con destellos de luz constantes. Puede saltar de una actividad a otra, duerme poco, viaja, no se detiene. No cesa. Tiene velocidades extraordinarias. Yo sería como una colina: me muevo muy poco, soy incapaz de llevar a cabo dos empresas juntas, mis ideas son ideas fijas y los pocos movimientos que tengo son interiores. Entre los dos, Félix y yo, hubiéramos sido un buen luchador japonés. Pero si se mira a Félix más de cerca, uno se da cuenta que está solo. Entre dos actividades o en medio de mucha gente puede sumergirse en una gran soledad.”