¿Por qué
Nietzsche conocedor de los griegos, sabe que el eterno retorno es su invención,
la creencia intempestiva o del futuro? Porque «su» eterno retorno no es en modo
alguno el retorno de una mismidad, de una semejanza o de una igualdad.
Nietzsche lo dice claramente: Si hubiera identidad, si hubiera para el mundo un
estado cualitativo indiferenciado, o para los astros una posición de
equilibrio, sería ésa una razón para no salir, no para no entrar en un ciclo.
Así, Nietzsche vincula el eterno retorno a lo que parecía oponérsele o
limitarlo desde fuera: la metamorfosis integral, lo desigual irreductible. La
profundidad, la distancia, los bajos fondos, lo tortuoso, las cavernas, lo
desigual en sí forman el único paisaje del eterno retorno. Zaratustra se lo
recuerda al bufón, pero también al águila y a la serpiente: no se trata de una
«mejora» astronómica, ni siquiera de una ronda física... No se trata de una ley
de la naturaleza. El eterno retorno se elabora en un fondo en el que la
Naturaleza original reside en su caos, por encima de los reinos y las leyes que
constituyen tan sólo la naturaleza secundaria. Nietzsche contrapone su
«hipótesis» a la hipótesis cíclica, «su» profundidad a la ausencia de
profundidad en la esfera de los fijos. El eterno retorno no es ni cualitativo
ni extensivo, es intensivo, puramente intensivo. Es decir: se dice de la
diferencia. Tal es el vínculo fundamental del eterno retorno y de la voluntad
de poder. El uno no puede decirse sino de la otra. La voluntad de poder es el
mundo centelleante de las metamorfosis, de las intensidades comunicantes, de
las diferencias de diferencias, de los soplos, insinuaciones y expiraciones:
mundo de intensivas intencionalidades, mundo de simulacros o de «misterios». El
eterno retorno es el ser del mundo, el solo Mismo que pueda decirse del mundo,
y con exclusión de toda identidad previa. Es cierto que Nietzsche se interesaba por la
energética de su tiempo; pero no se trataba de la nostalgia científica de un
filósofo. Hay que adivinar que iba a buscar en la ciencia cantidades
intensivas, el medio de realizar lo que llamaba la profecía de Pascal: hacer
del caos un objeto de afirmación. Sentida contra las leyes de la naturaleza, la
diferencia en la voluntad de poder es el objeto más alto de la sensibilidad, la
Hohe Stimmung (hay que recordar que la voluntad de poder fue primeramente
presentada como sentimiento, sentimiento de la distancia). Pensada contra las
leyes del pensamiento, la repetición en el eterno retorno es el pensamiento más
alto, la gross Gedanke. La diferencia es la primera afirmación, el eterno
retorno es la segunda, «eterna afirmación del ser», o enésima potencia que se
dice de la primera. Es siempre a partir de una señal, es decir, a partir de una
intensidad primera, como el pensamiento se proyecta. A través de la cadena rota
o del anillo tortuoso, nos vemos conducidos violentamente del limite de los
sentidos al limite del pensamiento, de lo que no puede ser más que sentido a lo
que no puede ser más que pensado.
Es porque nada es igual, porque todo se baña en la
diferencia, en su desemejanza, en su desigualdad, incluso consigo mismo, por lo
que todo retorna. O más bien por lo que nada retorna. Lo que no retorna es lo
que niega el eterno retorno, lo que no soporta la prueba. Lo que no retorna es
la cualidad, la extensión, porque la diferencia como condición del eterno
retorno se anula; es lo negativo, porque la diferencia se invierte para
anularse; es lo idéntico, lo semejante, lo igual, porque éstos constituyen las
formas de la indiferencia. Es Dios, es el yo como forma y garante de la
identidad. Es todo lo que no aparece sino bajo la ley del «de una vez por
todas», incluida la repetición cuando se halla sometido a la condición de
identidad de una misma cualidad, de un mismo cuerpo extenso, de un mismo yo
(como ocurre con la «resurrección») .. ¿Quiere esto decir que en verdad ni la
cualidad ni la extensión retornan? ¿O bien no estábamos obligados a distinguir
a modo de dos estados de la cualidad y dos estados de la extensión? Uno en el
que la cualidad fulgura como signo en la distancia, o intervalo de una
diferencia de intensidad; el otro en el que, como efecto, reacciona ya sobre su
causa y tiende a anular la diferencia. Uno en el que la extensión permanece aún
implicada en el orden envolvente de las diferencias, y otro en el que la
extensión explica la diferencia y la anula en el sistema cualificado. Tal
distinción, que no puede efectuarse en la experiencia, se hace posible desde el
punto de vista del pensamiento del eterno retorno. La dura ley de la
explicación es la que se explica, y se explica de una vez por todas. La ética
de las cantidades intensivas no tiene sino dos principios: afirmar incluso lo
más bajo, y no explicarse (demasiado). Debemos ser como aquel padre que
reprochaba a su hijo haber dicho todas las palabras sucias que sabía no sólo
porque estaba mal, sino porque no se había guardado ninguna, ningún resto para
la sutil materia implícita del eterno retorno. Y si el eterno retorno, incluso
al precio de nuestra coherencia y en beneficio de una coherencia superior,
conduce a las cualidades al estado de puros signos, y no conserva de las
extensiones sino lo que se combina con la profundidad original, entonces
aparecerán las cualidades más bellas, los colores más brillantes, las piedras
más preciosas y las extensiones más vibrantes, puesto que, reducidas a su razón
seminal, y tras haber roto toda relación con lo negativo, permanecerán para
siempre apegadas al espacio intensivo de las relaciones positivas; entonces, a
su vez, se realizará la predicción final del Fedón, cuando Platón promete, con
la sensibilidad desprendida de su ejercicio empírico, templos, astros y dioses
como jamás se han visto, afirmaciones inauditas. La predicción no se realizará,
bien es cierto, sino con la inversión del platonismo mismo.
G. Deleuze. Diferencia y repetición.