La lengua está sometida a un doble proceso, el de las elecciones que hay que hacer y el de las consecuencias que hay que establecer: la disyunción o selección de los semejantes, la conexión o consecución de los combinables. Mientras la lengua es considerada como un sistema en equilibrio, las disyunciones son necesariamente exclusivas (no se dice a la vez «passion» [pasión], «ration» [ración], «nation» [nación], hay que escoger), y las conexiones, progresivas (no se combina una palabra con sus elementos en una especie de inmovilidad o de movimiento adelante–atrás). Pero hete aquí que, lejos del equilibrio, las disyunciones se vuelven inclusas, inclusivas, y las conexiones reflexivas, siguiendo un proceso de cabeceo que concierne al proceso de la lengua y no ya al curso de la palabra. Cada palabra se divide, pero en sí misma («pas–rats», «passions–rations» [pasos–ratas, pasiones–raciones]). Es como si toda la lengua se pusiera a bandear, a derecha y a izquierda, y a cabecear, hacia adelante y hacia atrás: los dos balbuceos. Si el habla de Gherasim Luca es así eminentemente poética, es porque convierte el balbuceo en un afecto de la lengua, no en una afección del habla. Toda la lengua se enhebra y varía y acaba extrayendo un bloque sonoro último, un único aliento al límite del grito JE T’AIME PASSIONNÉMENT [te amo apasionadamente].
Passionné nez passionnem
je
je t’ai je t’aime je
je je jet je t’ai jetez
je t’aime passionnem
t’aime.