Trabajo afectivo, por Michael Hardt.

Por biopoder entiendo el potencial del trabajo afectivo. El biopoder es el poder de crear vida, es la producción de subjetividades colectivas, de lo social y de la sociedad en sí. Los afectos y las redes de producción de afectos como principal objeto de análisis nos revela estos procesos como procesos de constitución social. Lo que se crea mediante las redes de trabajo afectivo es una forma de vida Cuando Foucault analiza la idea de biopoder, la contempla únicamente desde arriba. Se trata de la patria potestad, el derecho del padre sobre la vida y la muerte de sus hijos y siervos. O lo que es más importante, el biopoder es el poder de las fuerzas emergentes de potencial gobierno para crear, dirigir y controlar a la población el poder de controlar la vida. Otros estudios más recientes han llevado la idea de Foucault más allá determinando el biopoder como el reino de lo soberano sobre la “vida al desnudo”, la vida, aislada de sus diversas manifestaciones sociales. En cada caso, lo que está en juego en el poder es la vida en sí. Este tránsito político hacia la fase contemporánea del biopoder es paralelo a la transición económica que constituye la posmodernización del capitalismo en el que el trabajo inmaterial se encuentra en la posición hegemónica. También en este caso, en la creación de valor y en la producción de capital, lo esencial es la producción de vida, la creación, la dirección y el control de la población. Esta perspectiva foucaultiana del biopoder, sin embargo, sólo plantea la situación desde arriba, como la prerrogativa de un poder soberano. Cuando observamos la situación desde el punto de vista del trabajo que conlleva la producción biopolítica, podemos empezar a reconocer el biopoder como se manifiesta visto desde abajo. Lo primero que advertimos cuando adoptamos esta perspectiva es que el trabajo de la producción biopolítica está fuertemente configurado como un trabajo organizado de acuerdo al sexo. Es más, muchas corrientes de teoría feminista han desarrollado análisis en profundidad sobre la generación de biopoder desde las capas inferiores. Una vertiente del ecofeminismo emplea el término biopolítica (de manera que podría parecer muy diferente al uso que al término da Foucault) para referirse a la política de las varias manifestaciones de biotecnología que imponen las compañías transnacionales a las poblaciones y entornos, especialmente a regiones del mundo subordinadas. La Revolución Verde y otros programas tecnológicos que se han presentado como medios para un desarrollo económico capitalista han supuesto tanto una violación del entorno natural como un establecimiento de nuevos mecanismos de subordinación de la mujer. Estos dos efectos, en realidad se reducen a uno. Según estos autores, el papel tradicional de la mujer ha sido principalmente el de cumplir la función reproductiva. Este papel ha sido el más afectado por la intervención ecológica y biológica. Desde este punto de vista, por tanto, la mujer y la naturaleza se encuentran simultáneamente controladas, pero también cooperan contra el ataque de las tecnologías biopolíticas, con el fin de producir y reproducir vida. Mantenerse vivos: la vida se ha convertido en el tema crucial de la política y la lucha es la de las capas altas del biopoder contra las bajas. En un contexto muy diferente, varios autores feministas estadounidenses han analizado el papel fundamental que tiene el trabajo de la mujer en la producción y reproducción de vida. En particular, el trabajo afectivo que conllevan las labores maternas (aquí creamos una distinción entre las labores maternales y la tarea específicamente biológica que representa el dar a luz) ha demostrado ser un terreno extraordinariamente rico para el análisis de la producción biopolítica. En este caso la producción biopolítica consiste principalmente en el trabajo que conlleva la creación de vida. No me refiero a la actividad de la procreación, sino la creación de vida precisamente a través de la producción y reproducción de afectividad. Aquí podemos reconocer claramente cómo la frontera entre producción y reproducción se viene abajo, como también sucede con la distinción entre economía y cultura. El trabajo opera directamente sobre la afectividad, produce subjetividad, produce sociedad, produce vida. El trabajo afectivo, en este sentido, es ontológico, revela un trabajo vivo que constituye una forma de vida y así demuestra nuevamente el potencial de producción biopolítica. Debo advertir, sin embargo, que ninguna de estas posturas se deben aceptar sin matizaciones, sin reconocer los enormes peligros que conllevan. En el primer caso la identificación de mujer y naturaleza supone el riesgo de hacer natural y absoluta la diferencia entre los sexos, añadiendo, además una definición espontánea de la naturaleza en sí. En el segundo caso, la celebración de las labores maternales puede fácilmente constituir un argumento que apoye la división del trabajo según sexos y las estructuras familiares de dominio y de subjetivización edípicas. Incluso en estos análisis familiares del trabajo materno queda claro lo difícil que puede resultar separar el potencial del trabajo afectivo tanto de las construcciones patriarcales de reproducción como del subjetivo agujero negro de la familia. Estos peligros, con independencia de su relevancia, no pueden negar la importancia del potencial del trabajo como biopoder, biopoder desde las capas más bajas. El contexto biopolítico es precisamente el campo de una investigación sobre la relación productiva entre afectividad y valor. Con lo que nos encontramos no es tanto con la resistencia de lo que podríamos denominar “trabajo necesario desde el punto de vista afectivo”, sino el potencial del trabajo afectivo necesario. Por una parte, el trabajo afectivo, la producción y reproducción de la vida es un cimento profundo sobre el que se levanta la acumulación capitalista y el orden patriarcal. Por otra, sin embargo, la producción de afectividad, subjetividad y formas de vida presenta un potencial enorme para los circuitos autónomos de valoración, y quizás liberación.