No nos libramos de las paradojas al decir que son más dignas de Lewis Carroll que de los Principia mathematica. Lo que es bueno para Carroll es bueno para la lógica. No nos libramos de ellas al decir que el barbero del regimiento no existe, como tampoco el conjunto anormal. Porque, por el contrario, insisten en lenguaje, y todo el problema consiste en saber si el lenguaje mismo podría funcionar sin hacer insistir semejantes entidades. Tampoco debe decirse que las paradojas dan una falsa imagen del pensamiento, inverosímil e inútilmente complicada. Habría que ser demasiado «simple» para creer que el pensamiento es un acto simple, claro a sí mismo, que no pone en juego todas las potencias del inconsciente, y del sinsentido en el inconsciente. Las paradojas sólo son pasatiempos cuando se las considera iniciativas del pensamiento; pero no cuando se las considera como «la Pasión del pensamiento» que descubre lo que sólo puede ser pensado, lo que sólo puede ser hablado, que es también lo inefable y lo impensable, Vacío mental, Aión. Finalmente, no debe invocarse el carácter contradictorio de las entidades insufladas, no se dirá que el barbero no puede pertenecer al regimiento, etc. La fuerza de las paradojas reside en esto, en que no son contradictorias, sino que nos hacen asistir a la génesis de la contradicción. El principio de contradicción se aplica a lo real y a lo posible, pero no a lo imposible de quien deriva, es decir, a las paradojas o, más bien, a lo que representan las paradojas.