Sin embargo, esta situación no puede durar eternamente. La evolución de las tecnologías introducirá nuevas posibilidades de interacción entre el medio de comunicación y su Plan sobre el planeta usuario, así como entre los mismos usuarios. La unión entre la pantalla audiovisual, la pantalla telemática y la pantalla informática podría desembocar en una verdadera reactivación de la sensibilidad y la inteligencia colectivas. La ecuación actual (medio de comunicación = pasividad) tal vez vaya a desaparecer antes de lo que pensamos. Claro que no cabe esperar milagros de estas tecnologías: al fin y al cabo todo dependerá de la capacidad de los grupos humanos para apropiarse de ellas y atribuirles finalidades convenientes. La constitución de grandes mercados económicos y de espacios políticos homogéneos, una tendencia persistente en Europa occidental, también tendrá incidencia sobre nuestra visión del mundo. Pero esta incidencia tendrá sentidos contradictorios, de tal suerte que la resultante dependerá de la evolución de las relaciones de fuerzas entre los conjuntos sociales cuyo perfil, hay que reconocerlo, es todavía algo borroso. Con la acentuación de los antagonismos industriales y económicos entre Estados Unidos, Japón y Europa, la disminución de los costes de producción, el desarrollo de la productividad y la conquista de «zonas de mercado» se convertirán en envites cada vez más atenazadores, que harán aumentar el paro estructural y provocarán una «dualización» social cada vez más marcada en el seno de las ciudadelas capitalistas. Por no hablar de su ruptura con el Tercer Mundo, que irá adquiriendo un cariz cada vez más conflictivo y dramático a causa de la inflación demográfica. Por otra parte, el reforzamiento de estos grandes polos de poder va a contribuir sin duda a instaurar una regulación de naturaleza geopolítica y ecológica, o incluso de «orden planetario». Al favorecer importantes concentraciones de recursos sobre objetivos de investigación o sobre programas ecológicos
y humanitarios, la existencia de dichos polos podría jugar un papel determinante en el porvenir de la humanidad. Pero sería a la vez inmoral e irrealista aceptar que la dualidad actual, casi maniquea, entre ricos y pobres, fuertes y débiles, se acentúe indefinidamente. Por desgracia, ésta fue la perspectiva en la que se inscribieron, sin duda a su pesar, los firmantes del documento conocido como «llamamiento de Heidelberg», presentado en la Conferencia de Río, y que Una refundación de las prácticas sociales sugería que las decisiones fundamentales de la humanidaden el terreno de la ecología se dejaran a la iniciativa de las élites científicas. Esta manera de presentar las cosas procede de una miopía cientifista que resulta bastante increíble. En efecto, ¿cómo se puede ignorar que una parte esencial de los desafíos ecológicos del planeta remite al corte de la subjetividad colectiva entre ricos y pobres? Los científicos tienen que hallar su inserción en el seno de una nueva democracia internacional, a cuya promoción ellos mismos deben contribuir. Y mantener el mito de su omnipotencia no va a contribuir mucho a avanzar en este sentido. ¿Cómo se puede pegar la cabeza al cuerpo? ¿Cómo articular las ciencias y las técnicas con los valores humanos? ¿Cómo ponerse de acuerdo en proyectos comunes, sin dejar de respetar las singularidades de las posiciones de cada cual? ¿Qué procedimientos podrían desencadenar un nuevo renacimiento, en medio del actual clima de pasividad? ¿El miedo a la catástrofe será un motor suficiente en este terreno? Es cierto que accidentes ecológicos como el de Chernobil han suscitado un despertar en la opinión. Pero no sólo se trata de agitar amenazas, hay que pasar a las realizaciones prácticas. También conviene recordar que el peligro puede ejercer un auténtico poder de fascinación. El presentimiento de la catástrofe puede desencadenar un deseo inconsciente de catástrofe, una aspiración a la nada, una pulsión de abolición. Así, las masas alemanas, en la época del nazismo, vivieron bajo el dominio de un fantasma del fin del mundo asociado a una mítica de redención de la humanidad. Conviene insistir, ante todo, en la recomposición de una concertación colectiva capaz de desembocar en prácticas innovadoras. Sin un cambio de las mentalidades, sin el ingreso en una era post-mediática, no es posible una incidencia duradera sobre el medio ambiente. Ahora bien, sin modificaciones en el medio ambiente, no habrá un cambio de las mentalidades. Nos topamos con un círculo, que me conduce a postular la necesidad de fundar una «ecosofía» que articule la ecología medioambiental con la ecología social y la ecología mental.
y humanitarios, la existencia de dichos polos podría jugar un papel determinante en el porvenir de la humanidad. Pero sería a la vez inmoral e irrealista aceptar que la dualidad actual, casi maniquea, entre ricos y pobres, fuertes y débiles, se acentúe indefinidamente. Por desgracia, ésta fue la perspectiva en la que se inscribieron, sin duda a su pesar, los firmantes del documento conocido como «llamamiento de Heidelberg», presentado en la Conferencia de Río, y que Una refundación de las prácticas sociales sugería que las decisiones fundamentales de la humanidaden el terreno de la ecología se dejaran a la iniciativa de las élites científicas. Esta manera de presentar las cosas procede de una miopía cientifista que resulta bastante increíble. En efecto, ¿cómo se puede ignorar que una parte esencial de los desafíos ecológicos del planeta remite al corte de la subjetividad colectiva entre ricos y pobres? Los científicos tienen que hallar su inserción en el seno de una nueva democracia internacional, a cuya promoción ellos mismos deben contribuir. Y mantener el mito de su omnipotencia no va a contribuir mucho a avanzar en este sentido. ¿Cómo se puede pegar la cabeza al cuerpo? ¿Cómo articular las ciencias y las técnicas con los valores humanos? ¿Cómo ponerse de acuerdo en proyectos comunes, sin dejar de respetar las singularidades de las posiciones de cada cual? ¿Qué procedimientos podrían desencadenar un nuevo renacimiento, en medio del actual clima de pasividad? ¿El miedo a la catástrofe será un motor suficiente en este terreno? Es cierto que accidentes ecológicos como el de Chernobil han suscitado un despertar en la opinión. Pero no sólo se trata de agitar amenazas, hay que pasar a las realizaciones prácticas. También conviene recordar que el peligro puede ejercer un auténtico poder de fascinación. El presentimiento de la catástrofe puede desencadenar un deseo inconsciente de catástrofe, una aspiración a la nada, una pulsión de abolición. Así, las masas alemanas, en la época del nazismo, vivieron bajo el dominio de un fantasma del fin del mundo asociado a una mítica de redención de la humanidad. Conviene insistir, ante todo, en la recomposición de una concertación colectiva capaz de desembocar en prácticas innovadoras. Sin un cambio de las mentalidades, sin el ingreso en una era post-mediática, no es posible una incidencia duradera sobre el medio ambiente. Ahora bien, sin modificaciones en el medio ambiente, no habrá un cambio de las mentalidades. Nos topamos con un círculo, que me conduce a postular la necesidad de fundar una «ecosofía» que articule la ecología medioambiental con la ecología social y la ecología mental.
«Por una refundación de las prácticas sociales» fue publicado póstumamente por la revista Le Monde Diplomatique, octubre de 1992 (una traducción castellana apareció en la revista Ajoblanco, diciembre de 1992).
Fuente: Plan sobre el planeta Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares Félix Guattari Prólogo: Anne Querrien Edición y notas: Raúl Sánchez Cedillo Traficantes de sueños, mapas
Fuente: Plan sobre el planeta Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares Félix Guattari Prólogo: Anne Querrien Edición y notas: Raúl Sánchez Cedillo Traficantes de sueños, mapas