He aquí el objeto del resentimiento bajo sus dos aspectos: privar a la fuerza activa de sus condiciones materiales de ejercicio; separarla formalmente de lo que puede. Pero si bien es cierto que la fuerza activa está separada de lo que puede ficticiamente, no es menos cierto que como resultado de esta ficción le sucede algo real. Desde este punto de vista, nuestra pregunta no ha finalizado de rebotar: ¿en qué se convierte realmente la fuerza activa? La respuesta de Nietzsche es extremadamente precisa: sea cual sea la razón por la que una fuerza activa es falseada, privada de sus condiciones de ejercicio y separada de lo que puede, se vuelve hacia dentro, se vuelve contra sí misma. Interiorizarse, volverse contra sí, de este modo la fuerza activa se convierte realmente en reactiva. «Todos los instintos que no tienen salida, a los que alguna fuerza represiva les impide explotar hacia el exterior, se vuelven hacia dentro: esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre... Éste es el origen de la mala conciencia». Es en este sentido que la mala conciencia releva al resentimiento. Tal como nos ha sido presentado, el resentimiento no se separa de una horrible invitación, de una tentación como de una voluntad de esparcir un contagio. Oculta su odio bajo los auspicios de un amor tentador: Te acuso, pero es por tu bien; te amo, para que te unas a mí, hasta que te unas a mí, hasta que te conviertas en un ser doloroso, enfermo, reactivo, en un ser bueno... «¿Cuándo alcanzarán, los hombres del resentimiento, el triunfo sublime, definitivo, resplandeciente de su venganza? Indudablemente cuando lleguen a arrojar en la conciencia de los felices su propia miseria y todas las miserias: de tal manera que éstos empezarán a rugir por su felicidad y a decirse quizá unos a otros: es una vergüenza ser feliz frente a tantas miserias». En el resentimiento, la fuerza reactiva acusa y se proyecta. Pero el resentimiento no sería nada si no llevase al propio acusado a reconocer sus errores, a «volverse hacia dentro»: la introyección de la fuerza activa no es lo contrario de la proyección, sino la consecuencia y la continuación de la proyección reactiva. En la mala conciencia no hay que ver un nuevo tipo: todo lo más pueden hallarse en el tipo reactivo, en el tipo del esclavo, variedades concretas donde el resentimiento está casi en estado puro; otras donde la mala conciencia, alcanzando su pleno desarrollo, recubre el resentimiento. Las fuerzas reactivas no cesan de recorrer las etapas de su triunfo: la mala conciencia prolonga el resentimiento, nos lleva cada vez más lejos hacia un dominio en el que el contagio gana. La fuerza activa se convierte en reactiva, el señor se convierte en esclavo. Separada de lo que puede, la fuerza activa no se evapora. Al volverse contra sí misma, produce dolor. Ya no goza más de sí misma, sino que produce dolor: «Este trabajo inquietante, lleno de una terrible alegría, el trabajo de un alma voluntariamente disyunta, que se hace sufrir por el placer de hacer sufrir»; «el sufrimiento, la enfermedad, la fealdad, la pena voluntaria, la mutilación, las mortificaciones, el propio sacrificio, se buscan como si fueran un placer». El dolor, en lugar de estar controlado por las fuerzas reactivas, viene producido por la antigua fuerza activa. De lo que resulta un fenómeno curioso, insondable: una multiplicación, una auto-fecundación, una hiperproducción de dolor. La mala conciencia es la conciencia que multiplica su dolor, ha hallado el medio de hacerla fabricar: volver la fuerza activa contra sí misma, la fábrica inmunda. Multiplicación del dolor por interiorización de la fuerza, por introyección de la fuerza, ésta es la primera definición de la mala conciencia.
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