Otra enunciación incluso, diferente de esa, sería la que es dirigida a un psicoanalista. Es como si no fuese el mismo sueño: otro agenciamiento, otra materia de expresión. Podríamos inventar aun otros agenciamientos de enunciación, otras constelaciones de universo, siempre a partir del simple elemento de singularidad que es la producción semiótica de un sueño. Podemos, por ejemplo, utilizarlo en la escritura de una novela, o incluso en otro sueño, en el cual eventualmente habría un sentimiento de «déjà rêvé» —de haber tenido el mismo sueño antes. Sin embargo, aquí no se trata de interpretar: esos diferentes modos de semiotización no se plantean en una relación de conflicto o represión entre un supuesto sentido latente y otro manifiesto. No hay un sentido latente, deformado, una significación verdadera a la espera de una interpretación que vendría a desnudarla. Ningún sistema de significación tiene primacía sobre los otros. El agenciamiento A es tan verdadero como el B, el C o el D. Simplemente no son de la misma naturaleza, no provienen de un mismo sistema de semiotización. En el pasaje de uno a otro se produce una ruptura del agenciamiento. La cuestión es saber que existen diferencias entre los distintos sistemas de semiotización, y no reducir uno al otro, considerando por ejemplo el agenciamiento E, la enunciación al psicoanalista, como aquel que ilumina la verdad de todos los otros. Yo diría que la verdad, aquí, apenas se torna Deseo e historia funcional. ¿Para qué sirve ese soñar del nivel A? ¿Para qué sirve contar mi sueño en el desayuno? ¿Qué genera, en términos de productividad o improductividad, el hecho de contar un sueño a un psicoanalista?