Máquina Blanchot







Es relativamente fácil poner en orden los pensamientos de Nietzsche de acuerdo con una coherencia en que sus contradicciones
se justifican, ya sea jerarquizándose o ya sea dialectizándose.
Hay un sistema —virtual—, en donde la obra abandona su forma dispersa y da lugar a una lectura continua. Discurso útil, necesario. Entonces lo comprendemos todo, sin quebrantos ni fatigas. Es tranquilizador que un pensamiento tal, ligado al movimiento de una búsqueda que es también búsqueda del devenir, pueda prestarse a una interpretación de conjunto. Además, es una
necesidad. Inclusive en su misma oposición a la dialéctica, es menester que ese pensamiento tenga sus fuentes en ella. Aunque desprendido de un sistema unitario y entregado a una pluralidad esencial, ese pensamiento debe designar todavía un centro a partir del cual Voluntad de Poder, Superhombre, Eterno Retorno, nihilismo,
perspectivismo, pensamiento trágico y tantos otros temas
separados, confluyan y se comprendan de acuerdo con una
interpretación única: aunque sea sólo como los diversos momentos
de una filosofía de la interpretación.
Existen dos hablas en Nietzsche. La una pertenece al discurso
filosófico, a ese discurso coherente que a veces Nietzsche desea
llevar a su culminación al componer una obra de envergadura,
análoga a las grandes obras de la tradición. Los comentaristas lo
reconstruyen. Sus textos fragmentarios pueden considerarse como
elementos de este conjunto. El conjunto conserva su originalidad y
su poder. Es esa gran filosofía en donde vuelven a encontrarse,
llevadas a un altísimo grado de incandescencia, las afirmaciones de
un pensamiento concluyente. Es posible entonces preguntarse si
esta filosofía mejora a Kant, si lo refuta, lo que le debe a Hegel, lo
que no acepta de él, si concluye la metafísica, si la reemplaza, si
prolonga una forma de pensamiento existencial o es esencialmente
una crítica. Todo ello, en cierta forma, le pertenece a Nietzsche.
Admitámoslo. Admitamos que ese discurso continuo es el
trasfondo de sus fragmentadas obras. Pero queda el hecho claro de
que Nietzsche no se contenta con ello. E inclusive, si una parte de
sus fragmentos puede ser relacionada con esa especie de discurso
integral, es patente que éste —el cual constituye la filosofía misma—,
es superado siempre por Nietzsche, quien más bien lo supone
en lugar de exponerlo, a fin de poder discurrir más allá, de
acuerdo con un lenguaje completamente distinto, no el lenguaje del
todo, sino el del fragmento, el de la pluralidad y la separación.
Esta habla del fragmento es difícil de captar sin que se
altere. Inclusive lo que Nietzsche nos ha dicho sobre ella la deja
intencionalmente recubierta. No cabe duda de que una forma tal
del habla señala su rechazo del sistema, su pasión por la ausencia
de acabamiento, su pertenencia a un pensamiento que sería el de
la Versuch y el del Versucher, que está ligada a la movilidad de la
búsqueda, al pensamiento viajero (el de un hombre que piensa al
caminar y de acuerdo con la verdad de la marcha). También es
verdad que resulta próxima al aforismo, pues es un hecho convenido
que es en la forma aforística en la que él sobresale: “El
aforismo, en el que soy el primero de los maestros alemanes, es
una forma de eternidad; mi ambición es decir en diez frases lo que
otro dice y no dice en un libro.” ¿Pero es realmente esa su
ambición, y el término “aforismo” corresponde a la medida de lo
que Nietzsche busca? “Yo no soy lo bastante limitado como para
poder caber en un sistema, ni siquiera en el mío propio”. El
aforismo es poder que limita, que encierra. Forma que en forma
de horizonte es su propio horizonte. Con ello se ve lo que tiene
también de atractivo, siempre alejada en sí misma, forma con algo
de sombra, de concentrado, de oscuramente violento que la hace
parecerse al crimen de Sade, completamente opuesta a la máxima,
sentencia ésta destinada al uso del bello mundo y pulida hasta
hacerse lapidaria, mientras que el aforismo es tan insociable como
puede serlo un guijarro (Georges Perros). Pero este guijarro es una
piedra de origen misterioso, un grave meteoro que al caer querría
volatilizarse. Habla única, solitaria, fragmentada pero a título de
fragmento ya completa, entera, en esa repartición, y de un
resplandor que no remite a nada estallado. De este modo, esa
habla revela la exigencia de lo fragmentario, y lo específico
de esa exigencia hace que la forma aforística no pueda convenirle.
El habla del fragmento ignora la suficiencia, no basta, no se
dice en miras á sí misma, no tiene por sentido su contenido. Pero
tampoco entra a componerse con otros fragmentos para formar un
pensamiento más completo, un conocimiento de conjunto. Lo
fragmentario no precede al todo sino que se dice fuera del todo y
después de él. Cuando Nietzsche afirma: “Nada existe por fuera
del todo”, aunque pretenda aligerarnos de nuestra particularidad
culpable y al mismo tiempo recusar el juicio, la medida, la negación
(“pues no se puede juzgar al todo, ni medirlo, ni compararlo,
ni sobre todo negarlo”) , el hecho es que también afirma a la
cuestión del todo como la única dotada de validez, y restaura la
idea de totalidad. La dialéctica, el sistema, el pensamiento como
pensamiento del conjunto vuelven a hallar sus derechos y fundamentan
la filosofía como discurso acabado. Pero cuando dice: “Me
parece importante desembarazarse del todo, de la Unidad,... es
necesario desmigajar el Universo, perder el respeto del todo”,
ingresa entonces en el espacio de lo fragmentario, asume el riesgo
de un pensamiento que no garantiza ya la unidad.

De: NIETZSCHE Y LA ESCRITURA FRAGMENTARIA