– ¿Cuándo y en qué circunstancias conoció usted a Michel Foucault?
– Las fechas son más difíciles de recordar que los gestos o las sonrisas. Le conocí hacia 1962, cuando él acababa de escribir Raymond Roussel y El nacimiento de la clínica. Luego, tras el 68, coincidimos en el Grupo de Información sobre las Cárceles que habían creado Daniel
Defert y él mismo. Veía a Foucault con frecuencia, tengo un montón de recuerdos casi involuntarios que me asaltan como por sorpresa y en los que la alegría de lo que evocan se mezcla con la triste certeza de su muerte. Por desgracia, no le vi durante sus últimos años: atravesó, después de La voluntad de saber, una crisis que le afectó en todos los terrenos: en el político, en el vital y en el del pensamiento.
Como sucede con todos los grandes pensadores, su pensamiento se servía de crisis y conmociones como condición creativa, como condición de coherencia última. Tuve la impresión de que él deseaba estar solo, escapar a donde sólo algunos íntimos pudieran seguirle. Yo tuve
mucha más necesidad de él que él de mí.
– Las fechas son más difíciles de recordar que los gestos o las sonrisas. Le conocí hacia 1962, cuando él acababa de escribir Raymond Roussel y El nacimiento de la clínica. Luego, tras el 68, coincidimos en el Grupo de Información sobre las Cárceles que habían creado Daniel
Defert y él mismo. Veía a Foucault con frecuencia, tengo un montón de recuerdos casi involuntarios que me asaltan como por sorpresa y en los que la alegría de lo que evocan se mezcla con la triste certeza de su muerte. Por desgracia, no le vi durante sus últimos años: atravesó, después de La voluntad de saber, una crisis que le afectó en todos los terrenos: en el político, en el vital y en el del pensamiento.
Como sucede con todos los grandes pensadores, su pensamiento se servía de crisis y conmociones como condición creativa, como condición de coherencia última. Tuve la impresión de que él deseaba estar solo, escapar a donde sólo algunos íntimos pudieran seguirle. Yo tuve
mucha más necesidad de él que él de mí.
– Michel Foucault le dedicó a usted varios artículos a lo largo de su
vida. También usted ha escrito sobre él en varias ocasiones. Con todo,
es inevitable ver un cierto simbolismo en el hecho de que usted,
después de su muerte, publique un Foucault. Surgen mil hipótesis:
¿hemos de ver en este libro el efecto de una obra “de duelo”? ¿Es una
manera de responder “a dúo” a las críticas contra el antihumanismo
que últimamente se han suscitado tanto desde la izquierda como desde
la derecha? ¿Es un modo de rizar el rizo señalando el final de cierta “era
filosófica”? ¿Se trata, al contrarío, de una invitación a proseguir el
camino que Foucault dejó vacante? ¿O acaso no hay nada de todo ello?
– Ante todo, este libro era para mí una necesidad. Es muy distinto
de los artículos, que tratan sobre determinadas nociones. Lo que yo
persigo en este libro es el conjunto del pensamiento de Foucault. El
conjunto, es decir, lo que obliga a pasar de un nivel a otro: ¿qué
fue lo que le forzó a descubrir el poder tras el saber, por qué se vio
impelido a descubrir los “modos de subjetivación” más allá del dominio
del poder? La lógica de un pensamiento es el conjunto de las crisis
por las que atraviesa, se parece más a una cordillera volcánica que a un
sistema tranquilo y aproximadamente equilibrado. No hubiera experimentado
la necesidad de escribir este libro de no haber tenido la
impresión de que esta lógica de Foucault, estas transiciones, estos
impulsos no se comprendían bien. Me parece incluso que no se ha
comprendido de modo lo suficientemente concreto una noción como la
de enunciado. Lo que no significa que yo esté seguro de llevar la razón
frente a otras lecturas. En lo que respecta a las objeciones a las que
usted se refiere, no proceden de sus lectores y, en consecuencia,
carecen de interés: se conforman con criticar ciertas respuestas de
Foucault, tomadas de un modo muy vago y sin tener en cuenta para
nada los problemas que implican. Tal es el caso de la “muerte del
hombre”. Es un fenómeno usual: cuando muere un gran pensador, los
imbéciles se sienten aliviados y arman un enorme jaleo. ¿Se trata
entonces, en mi libro, de una invocación a proseguir el trabajo, a pesar
de las actuales tendencias regresivas? Quizás. Pero ya existe un Centro
Foucault que reúne a quienes trabajan en una dirección o con un
método cercanos a los de Foucault. Libros como el último de Ewaid, El
Estado Providencia, al mismo tiempo que representan una enorme
originalidad (nada menos que una nueva filosofía del derecho), habrían
sido imposibles sin Foucault. No es una obra de duelo, sino que la
ausencia de luto exige aún más trabajo. Si mi libro pudiera ser algo
más, yo apelaría a una noción constante en Foucault, la noción de
doble. Foucault estaba obsesionado por el doble, incluyendo la
alteridad característica del doble. Yo he pretendido hacer un doble de
Foucault, en el sentido que él daba a este término: “repetición, suplantación,
retorno de lo mismo, sombra, diferencia imperceptible, desdoblamiento
y desgarramiento fatal”.
– Durante las décadas de los 60 y los 70, Michel Foucault y usted
mismo han sido –incluso aunque ninguno de ustedes lo haya querido y
aunque ambos hayan hecho todo lo posible por evitarlo– auténticos
“guías de pensamiento” [maítres á penser], sobre todo para las generaciones
estudiantiles. ¿Supuso ello una cierta rivalidad entre ustedes?
Las relaciones entre Foucault y Deleuze –en los planos personal,
profesional e intelectual–, ¿fueron del estilo de las relaciones entre
Deleuze y Guattari, del estilo de las mantenidas entre Sartre y Aron o
del estilo de las de Sartre con Merleau–Ponty?
– Mi libro pretende ser un doble de Foucault; yo, por desgracia, no
puedo aspirar a tanto. Mis relaciones con Félix Guattari son, obviamente,
muy distintas, porque hemos trabajado juntos durante mucho
tiempo, mientras que yo jamás trabajé con Foucault. No obstante, creo
que hay muchos puntos de coincidencia entre nuestro trabajo y el suyo,
aunque se sitúen a cierta distancia por la diversidad de métodos e
incluso de objetivos. Pero son, para mí, puntos esenciales, coincidencias
inestimables: más que de un objetivo, se trataba de una causa
común. Yo diría esto: que haya existido Foucault, que haya tenido una
personalidad tan fuerte y misteriosa, que haya escrito libros tan
hermosos, con el estilo con el que lo hizo, todo ello ha sido para mí
únicamente un motivo de alegría. En un texto extraordinario, que es
una simple conversación publicada posteriormente, Foucault
contrapone amor y pasión. De acuerdo con sus definiciones, yo he
estado en un cierto estado pasional con respecto a él (“hay momentos
fuertes y momentos débiles, momentos en los que alcanza la incandescencia
y flota como una especie de instante inestable que se prolonga
por oscuras razones, acaso por inercia...”). Yo le admiraba, ¿cómo
podría haber sentido hacia él rivalidad o celos? Cuando se admira a
alguien, no se puede seleccionar: uno puede preferir este libro a aquel,
pero en cualquier caso se acepta la totalidad porque uno se apercibe de
que aquello que puede parecer un momento de debilidad es algo
absolutamente necesario para que prosiga el experimento, la alquimia,
y que no llegaría a la nueva revelación que a uno le deslumbra si no
hubiese atravesado ese camino en el que no se comprende a primera
vista la necesidad de tales o cuales desvíos. No me gusta eso que a
veces se dice de una obra: “está bien hasta tal punto, pero lo que sigue
no vale nada, aunque luego recobra interés...”. Hay que considerar la
obra en su totalidad, seguirla más que juzgarla, recorrer sus bifurcaciones,
sus estancamientos, sus ascensos, sus brechas, aceptarla,
recibirla entera. De otro modo no se comprende nada. Seguir a Foucault
en los problemas a los que se enfrenta, en las rupturas o desviaciones
que se le hacen necesarios antes que pretender juzgar sus
soluciones, ¿llama usted a esto tratarle como un “guía de pensamiento”
[maítre–penseur]? Habla usted como si esta noción fuese obvia, como
si se tratase de algo prohibido. A mi modo de ver, se trata de una
noción dudosa y pueril. Que haya personas que sigan a Foucault, que se
sientan apasionadas por él, no significa sino que tienen algo que hacer
con él, algo de su propio trabajo y de su existencia autónoma. No se
trata únicamente de una cuestión de comprensión o de acuerdo
entre intelectuales, sino de una cuestión de intensidad, de resonancia,
de acorde en sentido musical. Después de todo, un buen curso se
parece más a un concierto que a un sermón, se trata de un solo que los
demás “acompañan”. Y Foucault dictaba cursos admirables.