El proletariado juega al tenis



El estilo es una noción literaria. Es una sintaxis. Se habla, no obstante,
de estilo en las ciencias, donde no hay en absoluto sintaxis. O en los
deportes. Hay estudios muy avanzados sobre los deportes, que yo
apenas conozco, pero que quizá sirven para mostrar que el estilo es la
novedad. Sin duda, los deportes tienen un aspecto de escala cuantitativa
marcado por los “récords” y apoyado en el perfeccionamiento de los
aparatos, del calzado, de las pértigas... Pero también hay mutaciones
cualitativas o de ideas, mutaciones que son una cuestión de
estilo: el paso de la tijereta al rodillo ventral, al Fosbury flop; el modo
en que en el salto de vallas ha dejado de rodear el obstáculo para dar
paso a una zancada más larga. ¿Por qué no empezar por aquí? ¿Por qué
habría que comenzar por hacer una historia determinada por los
progresos cuantitativos? Todo estilo nuevo no implica tanto un nuevo
“golpe” como un encadenamiento de posturas, es decir, un equivalente
de la sintaxis que se realiza sobre la base de un estilo anterior pero que
rompe con él. Las mejoras técnicas no son eficaces a menos que sean
admitidas y seleccionadas por un estilo nuevo que no determinan por
sí mismas. Por eso son tan importantes los “inventores” en los deportes,
son los intercesores cualitativos. Por ejemplo, el tenis: ¿cuándo
surgió esa manera de devolver el servicio en la que la pelota devuelta
cae a los pies del adversario que está subiendo hacia la red? Creo,
aunque no tengo seguridad de ello, que se debe a un gran tenista
australiano de antes de la guerra, Bromwich. Es evidente que Borg ha
inventado un estilo nuevo que abrió el tenis a una suerte de proletariado.
En tenis como en otras cosas, hay inventores: McEnroe es un
inventor
, es decir, un estilista, ha introducido en el tenis posturas
egipcias (su servicio) y reflejos de Dostoyevski (“si te pasas el tiempo
golpeándote la cabeza contra las paredes, la vida se toma imposible”).
Después, puede ser que los imitadores lleguen a vencer a los inventores,
a hacerlo mejor que ellos: son los best–sellers de los deportes. Borg
ha engendrado una raza de oscuros proletarios, McEnroe puede ser
vencido por un campeón cuantitativo. Se dirá que los que copian se
benefician de un movimiento que ellos no han creado, pero que son
aún más fuertes que los creadores, y las federaciones deportivas
demuestran ostensiblemente su ingratitud frente a los inventores que
les permiten vivir y prosperar. Pero esto no significa nada: la historia
de los deportes pasa por estos inventores, que constituyen en cada
momento lo inesperado, una nueva sintaxis, las mutaciones: sin ellos
los progresos puramente tecnológicos sólo serían cuantitativos, sin
importancia ni interés.