Cuando los dados han sido lanzados sobre la mesa de la tierra, ésta «tiembla y se rompe». Porque el lanzamiento de dados es la afirmación múltiple, la afirmación de lo múltiple. Pero todos los miembros, todos los fragmentos se lanzan en una tirada: todo el azar de una vez. Este poder, no de suprimir lo múltiple, sino de afirmarlo en una sola vez, es como el juego: el juego es el elemento que juega, el elemento de las metamorfosis que no tiene contrario. La tierra, que se rompe bajo los dados proyecta pues «ríos de llamas». Como dice Zarathustra, lo múltiple, el azar, sólo son buenos cocidos y hervidos. Hacer hervir, poner en el fuego, no significa abolir el azar, ni hallar lo uno detrás de lo múltiple. Al contrario: la ebullición en la olla es como el chocar de los dados en la mano del jugador, el único modo de hacer de lo múltiple o del azar una afirmación. Entonces los dados lanzados forman el número que proporciona la nueva tirada. Al proporcionar la nueva tirada, el número vuelve a poner al fuego el azar, alimenta el fuego que vuelve a cocer el azar. Porque el número es el ser, lo uno y la necesidad, pero lo uno que se afirma en lo múltiple como tal, el ser que se afirma en el devenir como tal, el destino que se afirma en el azar como tal. El número está presente en el azar como el ser y la ley están presentes en el devenir. Y este número presente que alimenta el fuego, este uno que se afirma en lo múltiple cuando lo múltiple está afirmado, es la estrella danzante, o mejor, la constelación salida de la tirada. La fórmula del juego es: engendrar una estrella danzante con el caos que se lleva en sí. Y cuando Nietzsche se preguntará por las razones que le han llevado a escoger el personaje de Zarathustra, encontrará tres, tres distintas y de desigual valor. La primera es Zarathustra como profeta del eterno retorno; pero Zarathustra no es el único profeta, ni siquiera el que presintió mejor la verdadera naturaleza de lo que anunciaba. La segunda razón es polémica: Zarathustra fue el primero en introducir la moral en metafísica, hizo de la moral una fuerza, una causa, un objetivo por excelencia; es por tanto el que está mejor situado para denunciar la mixtificación y el error de esa misma moral. (Pero una razón análoga valdría para Cristo: ¿quién mejor que Cristo es apto para desempeñar el papel de anticristo... y de Zarathustra en persona?). La tercera razón, retrospectiva pero única suficiente, es la hermosa razón del azar: «Hoy he sabido por azar lo que significa Zarathustra, a saber, estrella de oro. Este azar me encanta». Este juego de imágenes caos-fuego-constelación reune todos los elementos del mito de Dionysos. O más bien estas imágenes forman el juego propiamente dionisíaco. Los juguetes de Dionysos niño; la afirmación múltiple y los miembros o fragmentos de Dionysos lacerado; la cocción de Dionysos o lo uno afirmándose en lo múltiple; la constelación llevada por Dionysos, Ariana en el cielo como estrella danzante; el retorno de Dionysos, Dionysos «dueño del eterno retorno». Tendremos ocasión de ver, por otra parte, cómo concebía Nietzsche la ciencia física, la energética y la termodinámica de su tiempo. Desde este momento resulta evidente que sueña en una máquina de fuego completamente distinta a la máquina de vapor. Nietzsche tiene una cierta concepción de la física, pero ninguna ambición como físico. Se concede el derecho poético y filosófico de imaginar máquinas que quizás un día la ciencia se vea obligada a realizar por sus propios medios. La máquina de afirmar el azar, de hacer cocer el azar, de componer el número que proporciona el nuevo lanzamiento de dados, la máquina de desencadenar fuerzas inmensas bajo pequeñas solicitaciones múltiples, la máquina de jugar con los astros, en resumen, la máquina de fuego heraclitiana. Pero para Nietzsche nunca un juego de imágenes ha reemplazado un juego más profundo, el de los conceptos y el del pensamiento filosófico. El poema y el aforismo son las dos expresiones en imágenes de Nietzsche; pero estas expresiones se hallan en una relación determinable con la filosofía. Un aforismo considerado formalmente se presenta como un fragmento; es la forma del pensamiento pluralista; y en su contenido, pretende decir y formular un sentido. El sentido de un ser, de una acción, de una cosa, éste es el objeto del aforismo. A pesar de su admiración por los autores de máximas, Nietzsche ve claramente de lo que carece la máxima como género: sólo es apta para descubrir móviles, por eso sólo se refiere, en general, a los fenómenos humanos. Y, para Nietzsche, los móviles, incluso los más secretos, no son sólo un aspecto antropomórfico de las cosas, sino un aspecto superficial de la actividad humana. Sólo el aforismo es capaz de decir, el sentido, el aforismo es la interpretación y el arte de interpretar. De la misma manera que el poema es la valoración y el arte de valorar: dice los valores. Pero precisamente el valor y el sentido de nociones tan complejas, que el propio poema debe ser valorado, a su vez, objeto de una interpretación, de una valoración. «Un aforismo cuya fundición e impacto sean los que deban ser, no está descifrado por haberse leído: queda mucho aún, porque entonces la interpretación no ha hecho más que empezar». Sucede que, desde el punto de vista pluralista, un sentido remite al elemento diferencial del que deriva su significación, como los valores remiten al elemento diferencial de donde deriva su valor. Este elemento siempre presente, pero también siempre implícito y oculto en el poema o en el aforismo, es como la segunda dimensión del sentido y de los valores. Al desarrollar este elemento y desarrollándose en él, la filosofía, en su relación esencial con el poema y con el aforismo, constituye la completa valoración e interpretación, es decir, el arte de pensar, la facultad superior de pensar o la «facultad de rumiar». Rumiar y eterno retorno: dos estómagos no son demasiado para pensar. Existen dos dimensiones de la interpretación o de la valoración pudiendo muy bien ser la segunda el retorno de la primera, el retorno del aforismo o el ciclo del poema. Cualquier aforismo debe ser, pues, leído dos veces. Con el lanzamiento de dados comienza la interpretación del eterno retorno, pero no es nada más que el principio. Todavía hay que interpretar el propio lanzamiento de dados, al mismo tiempo que retorna.
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