Dionysos afirma todo lo que aparece, «incluso el más áspero sufrimiento», y aparece en todo lo que se afirma. Ya que la afirmación múltiple o pluralista es la esencia de lo trágico. Se comprenderá mejor si se piensa en las dificultades que existen en hacer de todo un objeto de afirmación. Es preciso el esfuerzo y el genio del pluralismo, el poder de las metamorfosis, la laceración dionisíaca.En Nietzsche la angustia o el hastío surgen siempre en este punto:
¿cualquier cosa puede llegar a ser objeto de afirmación, es decir de alegría?
Habrá que encontrar para cada cosa los medios particulares mediante los cuales es afirmada, mediante los cuales deja de ser negativa. Subsiste que lo trágico no se halla en esa angustia ni en el mismo hastío, ni en una nostalgia de la unidad perdida. Lo trágico se halla únicamente en la multiplicidad, en la diversidad de la afirmación como tal. Lo que define lo trágico es la alegría de lo múltiple, la alegría plural. Esta alegría no es el resultado de una sublimación, de una compensación, de una resignación, de una reconciliación con todas las teorías de lo trágico, Nietzsche puede denunciar un desconocimiento esencial, el de la tragedia como fenómeno estético. Trágico designa la forma estética de la alegría, no una receta médica, ni una solución moral del dolor, del miedo o de la piedad. Lo trágico, es alegría. Pero esto quiere decir que la tragedia es inmediatamente alegre, que no apela al miedo y la piedad del espectador obtuso, auditor patológico y moralizador que cuenta con ella para asegurar el buen funcionamiento de sus sublimaciones morales o de sus purgaciones médicas. «El renacimiento de la tragedia arrastra el renacimiento del oyente artista cuyo lugar en el teatro, hasta el presente, ha sido ocupado por un extraño quid pro quo, de pretensiones semi-morales, semi-eruditas, el crítico». Y, en efecto, se requiere un verdadero renacimiento para liberar a lo trágico de todo el miedo o la piedad de los malos oyentes que le dieron un sentido mediocre proviniente de su mala conciencia. Una lógica de la múltiple afirmación, es decir, una lógica de la pura afirmación, y una ética de la alegría que le corresponden, tal es el sueño anti-dialéctico y anti-religioso que recorre toda la filosofía de Nietzsche. Lo trágico no está fundado en una relación de lo negativo y la vida, sino en la relación esencial de la alegría y de lo múltiple, de lo positivo y de lo múltiple, de la afirmación y de lo múltiple.«El héroe es alegre, esto es lo que han ignorado hasta el presente los autores de tragedias». La tragedia, abierta alegría dinámica. Por este motivo Nietzsche renuncia a la concepción del drama que sostenía en El origen de la tragedia; el drama es todavía un pathos, pathos cristiano de la contradicción. Lo que Nietzsche reprocha a Wagner es precisamente el haber creado una música dramática, el haber renegado del carácter afirmador de la música: «Sufro porque es una música de decadencia y ya no la flauta de Dionysos». De igual modo, Nietzsche reivindica, contra la expresión gramática de la tragedia, los derechos de una expresión heroica: el héroe alegre, el héroe ligero, el héroe danzarín, el héroe
jugador. Es tarea de Dionysos hacernos ligeros, enseñarnos a danzar, concedernos el instinto del juego. Hasta un historiador hostil, o indiferente a los temas nietzscheanos, reconoce la alegría, la aérea ligereza, la movilidad y la ubicuidad como otros tantos aspectos particulares de Dionysos. Dionysos lleva al cielo a Ariana; las pedrerías de la corona de Ariana son estrellas. ¿Reside ahí el secreto de Ariana? ¿La constelación surgida del famoso lanzamiento de dados? Dionysos es quien echa los dados. Él es quien danza y se metamorfosea, quien se llama «Polygethes», el dios de las mil alegrías. La dialéctica, en general, no consiste en una visión trágica del mundo, sino al contrario, en la muerte de la tragedia, en la sustitución de la visión trágica por una concepción teórica (con Sócrates) o, mejor aún, por una concepción cristiana (con Hegel). Lo que se ha descubierto en los textos de juventud de Hegel es también la verdad final de la dialéctica: la dialéctica moderna es la ideología propiamente cristiana. Desea justificar la vida y la somete a la acción de lo negativo. Y sin embargo, entre la ideología cristiana y el pensamiento trágico hay un problema común: el del sentido de la existencia. « ¿Tiene algún sentido la existencia?», es, según Nietzsche, el más elevado interrogante de la filosofía, el más empírico y a la vez el más «experimental», porque plantea simultáneamente el problema de la interpretación y de la valoración. Si la entendemos bien, significa: ¿Qué es la justicia?, y Nietzsche puede decir, sin exageración, que toda su obra consiste en ese esfuerzo por entenderla bien. Existen, pues, formas equivocadas de entender la cuestión; desde tiempo atrás hasta ahora sólo se ha buscado el sentido de la existencia, presentándola como algo en falta o culpable, algo injusto que debía ser justificado. Existía la necesidad de un Dios para interpretar la existencia. Se tenía la necesidad de acusar a la vida para redimirla, de redimirla para justificarla. Se valoraba la existencia, pero siempre situándose bajo el punto de vista de la mala conciencia. Tal es la inspiración cristiana que compromete a toda la filosofía. Hegel interpreta la existencia desde el punto de vista de la conciencia infeliz, pero la conciencia infeliz es únicamente la figura hegeliana de la mala conciencia. Incluso Shopenhauer... Schopenhauer dio una resonancia a la cuestión de la existencia o de la justicia de una manera hasta entonces inaudita, pero él mismo halló en el sufrimiento un medio de negar la vida, y en la negación de la vida el único medio de justificarla. Schopenhauer como filósofo fue el primer ateo convencido e inflexible que tuvimos en Alemania: este es el secreto de su hostilidad hacia Hegel. La existencia no tiene nada de divino; esto era para él una verdad evidente, una cosa tangible, indiscutible... Desde el momento en que rechazamos la interpretación cristiana, vemos alzarse ante nosotros, terriblemente, la pregunta de Schopenhauer: ¿ tiene algún sentido la existencia? Esta pregunta requerirá siglos antes de poder ser sencillamente comprendida de manera exhaustiva en los recovecos de sus profundidades. La respuesta que le dio Schopenhauer fue, se me perdonará, prematura; es una fruta verde; puro compromiso; se detuvo orgullosamente, atrapado en la red de las perspectivas morales que eran el resultado del ascetismo cristiano, y en las que, como en Dios, se había dado a entender que no se quería creer más. ¿Cuál es entonces la otra forma de entender el problema, forma realmente trágica, donde la existencia justifica todo lo que afirma, incluyendo el sufrimiento, en lugar de ser ella misma justificada por el sufrimiento, es decir, santificada y divinizada?
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