Es una larga historia la del sentido de la existencia. Sus orígenes son griegos,
precristianos. Se ha utilizado pues el sufrimiento como medio para demostrar la injusticia de la existencia, pero al mismo tiempo como medio para hallarle una justificación superior y divina. (Ya que sufre, es culpable; pero porque sufre, expía y es redimida.) La existencia como desmesura, la existencia como hybris y como crimen, he aquí la manera como ya los griegos la interpretaban y la valoraban. La imagen titánica(«la necesidad del crimen que se impone al individuo titánico») es, históricamente, el primer sentido acordado a la existencia. Interpretación tan seductora a la que Nietzsche, en El origen de la tragedia, no sabe aún resistirse y que conduce en beneficio de Dionisos. Pero le bastará descubrir al verdadero Dionysos para ver la trampa que oculta o al servicio de qué se halla: ¡hace de la existencia un fenómeno moral y religioso!
Parece actuar a favor de la existencia cometiendo un crimen, una desmesura; se le confiere una doble naturaleza, la de una injusticia desmesurada y la de una expiación justificadora; se la titaniza por el crimen, se la diviniza por la expiación del crimen. Y ¿qué se halla al final de todo esto, sino una manera sutil de depreciarla, de convertirla en receptora de un juicio, juicio moral y sobre todo juicio de Dios? Anaximandro es el filósofo que, según Nietzsche, dio su perfecta expresión a esta concepción de la existencia. Decía: «Los seres se recompensan unos a otros la tristeza y la reparación de su injusticia, según el mandato del tiempo». Lo que quiere decir: 1.º que el devenir es una injusticia (adikia), y la pluralidad de las cosas que llegan a la existencia, una suma de injusticias; 2.º que éstas luchan entre ellas, y expían mutuamente su injusticia con la phtora; 3.º que todas provienen de un ser original («Apeiron»), que cae en un devenir, en una pluralidad, en una generación culpables, de las que reconquista eternamente la injusticia destruyéndolas «Theodicea». Schopenhauer es una especie de Anaximandro moderno. ¿Qué es lo que le gusta tanto a Nietzsche, en uno y en otro, y que explica que en El
origen de la tragedia sea aún fiel, en general, a su interpretación? Sin ninguna duda es su diferencia con el cristianismo. Hacen de la existencia algo criminal, o sea culpable, pero que todavía no se acerca a la falta y la responsabilidad. Los mismos Titanes desconocen aún la increíble invención semítica y cristiana, la mala conciencia, la falta y la responsabilidad. A partir del Origen de la tragedia, Nietzsche opone el crimen titánico y prometeico al pecado original. Pero lo hace en términos oscuros y simbólicos, porque esta disposición es su secreto negativo, como el misterio de Ariana es su secreto positivo. Nietzsche escribe: «En el pecado original, la curiosidad, las falsas apariencias, la inconsistencia, la concupiscencia, en fin, una serie de defectos femeninos se consideran como el origen del mal... Así el crimen para los arios(griegos) es masculino; la falta, para los semitas es femenina». No hay ninguna misoginia nietzscheana: Ariana: es el primer secreto de Nietzsche, el primer poder femenino, el Anima, la inseparable novia de la afirmación dionisíaca. Pero el poder femenino es diverso, negativo y moralizador, madre terrible, madre del bien y del mal, que desprecia y niega la vida. «No existe otra manera de devolver el honor a la filosofía. Hay que empezar por ahorcar a los moralistas. Mientras hablen de la felicidad y de la virtud, sólo convertirán a la filosofía a las mujeres viejas. Miradlos a la cara, a todos estos sabios ilustres, desde milenios: todos viejas mujeres o mujeres maduras, madres para hablar como Fausto. ¡Las madres, las madres! ¡Terrible palabra!». Las madres y las hermanas: este segundo poder femenino está encargado de acusarnos, de hacernos responsables. Es culpa tuya, dice la madre, culpa tuya si yo no tengo un hijo mejor, más respetuoso con su madre y más consciente de su crimen. Es culpa tuya, dice la hermana, culpa tuya si yo no soy más hermosa, más rica y más amada. La imputación de las
equivocaciones y de las responsabilidades, la agria recriminación, la perpetua acusación, el resentimiento, he aquí una piadosa interpretación de la existencia. Es culpa tuya, es culpa tuya, hasta que el acusado diga a su vez «es culpa mía», y hasta que en el mundo desolado repercutan todas estas quejas y su eco. «En cualquier parte donde se han buscado responsabilidades, ha sido el instinto de venganza quien las ha buscado. Este instinto de venganza se ha apoderado hasta tal punto de la humanidad, a lo largo de los siglos, que toda la metafísica, la psicología, la historia, y sobre todo la moral, llevan su huella. Desde que el hombre ha pensado, ha introducido en las cosas el bacilo de la venganza». En el resentimiento (es culpa tuya), en la mala conciencia (es culpa mía), y en su fruto común (la responsabilidad), Nietzsche no ve simples fenómenos psicológicos, sino categorías fundamentales del pensamiento semítico y cristiano, nuestra manera de pensar y de interpretar la existencia en general. Un ideal nuevo, una nueva interpretación, otra manera de pensar, son las tareas que se propone Nietzsche. «Dar a la irresponsabilidad su primitivo sentido»; «He querido conquistar el sentimiento de una plena irresponsabilidad, hacerme independiente de la alabanza y del insulto, del presente y del pasado». La irresponsabilidad, el secreto más hermoso y más noble de Nietzsche. En relación al cristianismo los griegos son unos niños. Su manera de depreciar la existencia, su «nihilismo», no
tienen la perfección cristiana. Juzgan la existencia culpable, pero no han inventado aún ese refinamiento que consiste en juzgarla culpable y responsable. Cuando los griegos hablan de la existencia como criminal e «hybrica», creen que los dioses han vuelto locos a los hombres: la existencia es culpable, pero son los dioses quienes asumen la responsabilidad de la falta. Ésta es la gran diferencia entre la interpretación griega del crimen y la interpretación cristiana del pecado. Ésta es la razón por la que Nietzsche, en El origen de la tragedia, cree todavía en el carácter criminal de la existencia, ya que este crimen, al menos, no implica la responsabilidad del criminal. «La locura, la sinrazón, una cierta turbación en el cerebro, esto es lo que admitían los griegos de la época mas vigorosa y excelsa, para explicar el origen de muchas cosas molestas y fatales. ¡Locura y no pecado! ¿Lo entendéis?... Un dios debe haberlo cegado, se decía el griego ladeando la cabeza... He aquí la forma en que los dioses servían entonces para justificar cierto punto a los hombres; incluso en sus malas acciones, servían para interpretar la causa del mal - en aquel tiempo no tomaban sobre sí el castigo, sino, lo que es más noble, la falta». Pero Nietzsche se dará cuenta de que esta gran diferencia disminuye con la reflexión. Cuando se plantea la existencia como culpable, basta un paso para hacerla responsable, basta un cambio de sexo, Eva en lugar de los Titanes, un cambio en los dioses, un Dios único actor y justiciero en lugar de los dioses espectadores y «jueces olímpicos». Que un dios tome sobre él la responsabilidad de la locura que inspira a los hombres, o que los hombres sean responsables de la locura de un
Dios que se pone en la cruz, no son aún dos soluciones muy diversas, aunque la primera sea incomparablemente más hermosa. Realmente, el problema no es: la existencia culpable, ¿es o no es responsable? Sino, la existencia, ¿es culpable o inocente?
En este caso Dionysos ha hallado su verdad múltiple: la inocencia, la inocencia de la pluralidad, la inocencia del devenir y de lo que es.
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