Pensar es, en principio, ver y hablar, pero a condición de que el ojo no se quede en las cosas y se eleve hasta las “visibilidades”, a condición de que el lenguaje no se quede en las palabras o en las frases y alcance los enunciados. El concepto es lo que impide que el pensamiento sea simplemente una opinión, un parecer, una discusión, una habladuría. Todo concepto es, forzosamente, paradoja.
Después, pensar es poder, es decir, tejer relaciones de fuerzas. El pensamiento capta el devenir, dice los acontecimientos que lo pueblan: expresa lo nuevo.
El pensamiento es un pensamiento–artista. El pensamiento como realización de lo nuevo afirma el devenir. Lo que violenta al pensamiento y lo obliga a pensar, ese algo es lo que Deleuze llama el signo. El signo es un afecto, una afectación sobre la superficie de la subjetividad a nivel del pensamiento y del cuerpo de sensaciones. El signo presiona y ejerce violencia sobre el pensamiento para que éste pueda pensar. Si partimos de que el pensamiento no es una función natural, y si el pensamiento como una facultad no es aún una capacidad de pensar, ésta facultad de pensar requiere de una fuerza externa, del afuera, que produzca una ruptura en la membrana del mundo de la representación y abra una profundidad, una grieta; es a partir de esta fuerza que el pensamiento adquiere la posibilidad de pensar, para esto es necesario poder tener la sensibilidad que nos permita dejarnos tocar, afectar por los signos.
El signo siempre implica, envuelve y se expresa.
El signo es fuerza, es afecto y es potencia.
El pensamiento produce velocidades y lentitudes y es inseparable de las velocidades y las lentitudes que produce. Tenemos una velocidad del concepto, tenemos una lentitud del concepto. El pensamiento como pensar busca el movimiento, una violencia que posibilita seguir pensando; no se sigue pensando porque algo falta, sino que el movimiento mismo del pensar es lo que hace seguir pensando lo aún no pensado. ¿De quién se dice “va rápido, no va rápido”, “se desacelera, se precipita, se acelera”? eso se dice de los cuerpos. Cada cuerpo, es una relación de velocidades y de lentitudes. Abrir el cuerpo a conexiones, agenciamientos, circuitos, conjunciones, niveles y umbrales, pasos y distribuciones de intensidad, territorios y desterritorializaciones, es un acto de pensamiento.
Dadme, pues, un cuerpo: ésta es la fórmula de la inversión filosófica. El cuerpo ya no es el obstáculo que separa al pensamiento de sí mismo, lo que este debe superar para conseguir pensar. Por el contrario, es aquello en lo cual le pensamiento se sumerge o debe sumergirse, para alcanzar lo impensado, es decir la vida.
Ya no haremos comparecer la vida ante las categorías del pensamiento, arrojaremos el pensamiento en las categorías de la vida. Las categorías de la vida son precisamente, las actitudes del cuerpo, sus posturas. Pensar es aprender lo que puede un cuerpo no pensante, su capacidad, sus actitudes y posturas. G.D Imagen Tiempo (pag 251)