El teatro y la ciencia

Antonin Artaud 1896-1948

posted by Fernando Reberendo
El verdadero teatro siempre me pareció el ejercicio de un acto peligroso y terrible, en donde se eliminan tanto la idea del teatro y el espectáculo como las de toda ciencia, toda religión y todo arte.
El acto del que hablo está dirigido a la transformación orgánica y física verdadera del cuerpo humano. ¿Por qué? Porque el teatro no es esa escena en donde se desarrolla virtual y simbólicamente un mito sino ese crisol de fuego y carne verdadera en donde anatómicamente, por aplastamiento de huesos, de miembros y de sílabas, se rehacen los cuerpos, y se presenta físicamente y al natural el acto mítico de hacer un cuerpo. Si se me comprende correctamente se verá en esto un acto de génesis verdadera que a todo el mundo tendría que resultarle absurdo y humorístico que se quisiera trasladar al plano de la vida real. Pues nadie en este momento puede creer que un cuerpo pueda cambiar si no es por el tiempo y la muerte. Ahora bien, yo repito que la muerte es un estado inventado y que sólo vive por todos los miserables brujos, los gurús de la nada a quienes beneficia y quienes desde hace siglos se nutren de él y viven en el estado llamado Bardo. Fuera de esto el cuerpo humano es inmortal. Es una vieja historia que es necesario poner al día interviniendo en ella. El cuerpo humano sólo muere porque se ha olvidado transformarlo y cambiarlo. Fuera de esto es inmortal, no se vuelve polvo, no pasa por la tumba. Es una innoble victoria la obtenida por la religión, la sociedad y la ciencia sobre la conciencia humana al llevarla en un momento dado a abandonar su cuerpo, al hacerle creer que el cuerpo humano era perecedero y destinado al cabo de poco tiempo a desaparecer.
No, el cuerpo humano es imperecedero e inmortal, y cambia, cambia física y materialmente, anatómica y manifiestamente, cambia visiblemente y en el mismo sitio siempre que se quiera tomar el trabajo material de hacerlo cambiar. Existía en otros tiempos una operación de orden menos mágico que científico y que el teatro sólo consigue rozar, por la cual el cuerpo humano cuando se lo reconocía como malo era pasado, transportado, física y materialmente, objetiva y como molecularmente de un cuerpo a otro, de un estado pasado y perdido de cuerpo a un estado fortalecido y elevado del cuerpo. Y bastaba para ello dirigirse a todas las fuerzas dramáticas, rechazadas y perdidas del cuerpo humano. Se trata así realmente de una revolución y todo el mundo requiere una revolución necesaria, pero yo no sé si muchas gentes han pensado que esa revolución no sería verdadera mientras no sea física y materialmente completa, mientras no sé dirija al hombre, hacia el cuerpo del hombre mismo y no se decida por fin a pedirle que se cambie. Pues el cuerpo humano se ha tornado sucio y malo porque vivimos en un mundo sucio y malo que no quiere que el cuerpo humano sea cambiado, y que ha sabido disponer en todas partes, en los sitios que es necesario, su oculta y tenebrosa turbamulta para impedir cambiarlo. De manera que ese mundo no sólo es malo aparentemente sino que subterránea y ocultamente cultiva y mantiene el mal que lo ha hecho ser, y nos ha hecho nacer a todos un mal espíritu y en medio del mal espíritu. No es sólo que las costumbres estén corrompidas, es que la atmósfera en que vivimos está podrida material y físicamente por gusanos reales, de apariencias obscenas, de espíritus ponzoñosos, de organismos infectos, que se pueden ver a simple vista con sólo haber sufrido como yo larga, acre y sistemáticamente. Y no se trata aquí de alucinación o de delirio, no, sino del codeo adulterador y verificado del mundo abominable de los espíritus que todo imperecedero actor, todo poeta no creado con un simple soplo, ha sentido siempre con sus partes vergonzosas venir a hacer abyectos sus más puros impulsos. Y no habrá revolución política o moral posible mientras el hombre permanezca magnéticamente atado, en sus reacciones orgánicas y nerviosas más elementales y simples,
por la sórdida influencia de todos los centros dudosos de iniciados, que, cómodamente instalados en los refugios de su psiquismo se ríen lo mismo de las revoluciones que de las guerras, seguros de que el orden anatómico sobre el cual se basa tanto la existencia como la duración de la sociedad actual no podría ya ser cambiado. Pero hay en la respiración humana saltos y rompimientos de tono, y de un grito a otro transferencias bruscas con las que las aperturas y los impulsos del cuerpo total de las cosas pueden ser repentinamente evocados, y pueden
sostener o licuar un miembro como un árbol que se apoyaría sobre la montaña de su bosque. Pero el cuerpo tiene una respiración y un grito por los cuales puede asirse en los bajos fondos descompuestos del organismo y transportarse visiblemente hasta esos altos planos deslumbrantes donde el cuerpo superior lo espera. Es una operación en donde en las profundidades del grito orgánico y del aliento lanzados entran todos los estados de sangre y de humores posibles, todo el combate de púas y esquirlas del cuerpo visible con los falsos monstruos del psiquismo, de la espiritualidad, y de la sensibilidad. Hubo períodos indiscutibles de la historia del tiempo en que esta operación tenía lugar y la mala voluntad humana jamás tuvo tiempo suficiente para formar sus fuerzas y destilar como hoy sus monstruos salidos de la copulación. Si en algunos sitios y para algunas razas la sexualidad humana ha llegado al punto negro, y si esta sexualidad destila influencias infectas, aterradores venenos corporales, que actualmente paralizan todo esfuerzo de voluntad y de sensibilidad, y vuelven imposible toda tentativa de metamorfosis y de revolución definitiva e integral. Es que desde hace ya siglos fue abandonada cierta operación de transmutación fisiológica, y de metamorfosis orgánica verdadera del cuerpo humano la cual por su atrocidad, por su ferocidad material y su amplitud arroja a las tinieblas de una noche psíquica tibia todos los dramas psicológicos, lógicos o dialécticos del corazón humano. Quiero decir que el cuerpo retiene alientos y que el aliento retiene cuerpos cuya palpitante presión, la espantosa compresión atmosférica hacen vanos, cuando aparecen todos los estados pasionales o psíquicos que la conciencia puede evocar. Hay un grado de tensión, de aplastamiento, de espesor opaco, de rechazo supercomprimido de un cuerpo, que dejan muy atrás toda filosofía, toda dialéctica, toda música, toda física, toda poesía, toda magia. No voy a mostrarles esta tarde algo que demandaría muchas horas de ejercicios progresivos para comenzar a transparentarse, se necesita además espacio y aire y se requiere sobre todo un conjunto de aparatos que no tengo. Pero ustedes oirán ciertamente en los textos que van a ser dichos viniendo de quienes los dicen, gritos e impulsos de una sinceridad que están en el camino de esa revolución fisiológica integral sin la cual nada puede cambiarse.

A.A (1947)