La obra de Michel Foucault no es de ningún modo una historia (una crónica) de la psiquiatría, en la medida en que la exploración recurrente a la que se dedica no pone al día preciencias. Es una arqueología del sujeto enfermo en el sentido más profundo, es decir, más que una etiología generalizada, en la medida en que pone al día las condiciones de conocimiento indisolublemente ligadas a las condiciones de enfermedad.
La demostración se hace porque la relación con la locura es de sueño y de rechazo en los teóricos clásicos, de recubrimiento en los teóricos positivos. El positivismo sobre las enfermedades mentales es un caso particular de todo lo que ha sido dicho de la positividad en general, como la alienación médica es un caso restringido de lo que ha sido dicho sobre las alteridades.
Por tanto, una crónica de la psiquiatría es por el momento inútil, como la historia de una ciencia en el sentido que hemos definido. Aquí aparece la génesis de un conocimiento y de su "objeto", la constitución lenta, compleja y diversa de toda relación posible con la sinrazón.
De la comprensión formal del terreno propio a esta arqueología hasta las elaboraciones concretas del tratamiento del otro en general, Michel Foucault nos conduce hacia el dominio trascendental que agrupa el conjunto de las condiciones de esta relación.
Esta Historia de la locura es pues, de hecho, una historia de las ideas. Es reencontrada en el espejo del microcosmos del asilo, desfigurado, ciertamente, silencioso y patético, pero rigurosamente ordenado en virtud de las inversiones que ya conocemos. Y este espejo alucinante no abre de ninguna manera el espacio de las imágenes virtuales, descubre el terreno original de las tendencias culturales, lo que late olvidado de la obras humanas.
Esta Historia de la locura es pues, de hecho, una historia de las ideas. Es reencontrada en el espejo del microcosmos del asilo, desfigurado, ciertamente, silencioso y patético, pero rigurosamente ordenado en virtud de las inversiones que ya conocemos. Y este espejo alucinante no abre de ninguna manera el espacio de las imágenes virtuales, descubre el terreno original de las tendencias culturales, lo que late olvidado de la obras humanas.
Fotografía:El viaje de Chihiro, la película de Hayao Miyazaki