La Muerte de Guattari.
SUELY ROLNIK
Suely Rolnik es una destacada psicoanalista y psicóloga
social brasileña. Directora en la actualidad del importante
departamento interdisciplinario de investigación y posgrado
"Nucleo da Subjatividade" en la Universidad Católica de San
Pablo, vivió exiliada en Paris más de 10 años, donde conoció y
comenzó su amistad con Felix Guattari. Es autora de
"Cartografía Sentimental" y co-autora con Felix Guattari de
"Micropolíticas del Deseo".
La última vez que Guattari estuvo en Río de Janeiro, en mayo del
`92, hicimos una presentación de sus dos últimos libros, en la forma
de una acalorada mesa redonda, donde cada uno de los
participantes; le dirigía una pregunta. Uno de los colegas que
componía esa mesa, el psicoanalista Joel Birman, le dijo -que había
quedado impresionado con el extraño tono de despedida presente en
las páginas introductorias de "¿Qué es la filosofía?" y que si era
posible, le gustaría oírlo al respecto. Entonces Guattari se puso a hablar
largamente, y las cosas que iba diciendo, y más aún la forma en
que las decía, nos fue dejando profundamente tocados. Recuerdo
especialmente algunos pasajes. El comenzó contándonos que, cuando
niño, presenció la muerte de su abuelo -a quien quería mucho;- y que
el choque de este encuentro con la muerte fue absolutamente
inaugural en su vida. A partir de entonces tuvo crisis de angustia. Nos
contó que mucho después, cuando recién conoció a Oury (1) le habló
de esas crisis de angustia que eran Principalmente nocturnas. Oury le
sugirió entonces que girase la cabeza sobre la almohada para el otro
lado; él siguió el consejo y funcionó.
Agrego a estas historias que Guattari nos contó, el relato de una
pesadilla que él acostumbraba tener todas las noches, durante un
cierto periodo -alrededor de los 6 o 7 años- que leí en una cita de un
bello articulo que Robert Maggiori escribió para el número de
Liberation que homenajeó a nuestro amigo dos días después de su
muerte. Así nos describe su pesadilla el propio Guattari: "Una dama
de negro. Ella se aproximaba a la cama. Yo tenía mucho miedo. Esto
me despertaba. Yo no quería volverme a dormir". El cuenta esta
pesadilla a su hermano, como años después se la contará a Oury. Su
hermano le presta un fusil, sugiriéndole que tire a la dama en caso de
que vuelva. Como más tarde con Oury, él seguirá el consejo, y
funcionará: la dama nunca más volvió. Pero en esa historia, lo que
dejó a Guattari más intrigado fue el hecho de que no había armado el
fusil. Maggiori termina su relato diciendo que Guattari debería haber
sido más desconfiado y armado su fusil, porque un día la dama volvería,
como de hecho acabó ocurriendo la noche del 29 de agosto de
1992.
Para mí esta pesadilla, más aquellos pasajes que Guattari nos
contó esa noche, sucitan una impresión diferente de la de Maggiori.
Si es verdad que fue de noche, y de repente murió, como si la dama
lo hubiese tomado por sorpresa, no me parece que Felix haya sido
ingenuo o poco cauteloso. Al contrario, él desconfió tanto, él bancó
hasta tal punto este desafío que se le presentó en aquélla ocasión de
su primer enfrentamiento con la muerte que, desde el terrible susto
que se pegó esa vez inaugural, hasta el fin de su vida, no paró de
armar este fusil un solo minuto. Tada su obra, filosófica, política y clínica,
constituye la proeza de gambetearse a sí mismo en el embate
con la muerte: la astucia estaba en ir tanteando el impacto de la
muerte, lo que implicaba al mismo tiempo ir encontrando maneras de
despistar el susto aterrorizador movilizado por este impacto (las
terribles crisis de angustia ) y su efecto de parálisis e
impotentización. Ir trazando, prudentemente, un tenue hilo entre
despistar el terror movilizado por el enfrentamiento con la muerte,
sin despistar el propio enfrentamiento; pero, a la vez, ganan más y
más terreno en sus aproximaciones. Y cuanto más próximo a la
muerte, más próximo fue logrando estar del nacimiento de las formas
de existencia: o sea, más cerca de la vida en su esencia creadora. Tal
vez haya sido esto lo que daba a su vida el brillo y la velocidad de un
meteoro; tal vez sea esto también lo que le trajo una muerte
igualmente meteórica. Mas quien soy yo para entender la muerte.
Su vida y su obra estuvieron marcadas por esta invención
incesante de estrategias de aproximación a la muerte, invención de
una creatividad sorprendente, dando muchas veces la impresión de
una vitalidad incansable, pero también, de vez en cuando, la
impresión de haber agotado todas sus fuerzas. Como él mismo escribió,
su voluntad era: "trabajar el duelo por sí mismo como el pianista
trabaja sus escalas": Ese ejercicio constante de tocar la muerte en
todas sus escalas, esta prudente astucia para aproximarse sin ser
destruido, esta máquina de guerra armando y desarmando su fusil,
parece haber culminado con la idea de "caosmosis" y sus "cuatro
functores ontológicos" (flujos, máquina, universos incorporales o
líneas de virtualidad, territorios existenciales). Digo culminar, porque
quedó como la última jugada, el último round, la última melodía, pero
también porque este concepto parece contener una especie de
serenidad trágica, un momento en el que -como escribe con Deleuze
en la introducción de "¿Qué es la Filosofía?" - él se encontraba en
aquella "agitación discreta, a medianoche, cuando no se tiene ya demanda
alguna", "cuando se disfruta de un momento de gracia entre
la vida y la muerte, en que todas las piezas de la máquina se
combinan para enviar al porvenir, un dardo que atraviesa todas las
eras".
El dardo que Guattari envía al porvenir es la caosmosis y sus
functores ontológicos, esta aprehensión de la existencia en su
constructivismo, recurso valioso para viabilizar la existencia en su
naturaleza creadora. Una especie de aprehensión que sólo se torna
posible, imagino, cuando ya no nos aterrorizan las rupturas de
sentido, experimentadas en la subjetividad como una especie de
"extraño-en-nosotros". Rupturas que son el efecto del inevitable
enfrentamiento con la alteridad; cuando descubrimos en este
"extraño-en-nosotros", no la aterrorizadora señal de nuestra
desintegración, sino un precioso aliado, ya que escucharlo es lo que
nos permite captar las líneas de virtualidad que se presentan, e
inventar territorios existenciales que sean su encarnación. Y si
consideramos que la esencia de la vida consiste en diferenciarse,
podemos decir que esta capacidad de acoger al "extraño" - o sea de
aprehender/vivir la existencia en su constructivismo - es una
condición imprescindible para la efectuación de la vida.
Por lo tanto, todo lleva a creer que el extraño se presentó a
Guattari de modo precoz a intempestivo, convocando un
enfrentamiento que él bancó durante toda su vida. Y parece que en
este momento, que también precozmente llamo de "velhice", él
estaría encontrando -como él mismo dice en aquella introducciónuna
especie de "libertad soberana". Debe ser eso lo que le daba, en
los últimos tiempos, un aire de suavidad sobria. Era un momento en
que, según él, pasaba a "importar poco haber conseguido decir bien o
sido convincente, ya que de cualquier manera ahora se trataba de
ello (Ça)" (2): ¿Y qué es lo que venía a ser "ello"? "Ello" era la
aprehensión del ser en su movimiento constructivista, esta maquínica
del ser, esta heterogenésis, aquello que él llamo "ontología
constructivista". "Ello" es la caosmosis: la experiencia de ruptura del
sentido, de desterritorialización, del "extraño-en-nosotros", ya no entendida
ni vivida como portadora de destrucción, sino como portadora
de líneas de virtualidad y, por lo tanto, inseparable de la vida en sus
formas de organización. Cuando un territorio existencial deja de tener
sentido, cáotiza, se derrumba, es que, una máquina, se deshizo, y
esto significa que los flujos que la componían se conectarán con otros
flujos, haciendo otros cortes, agenciándose en otras máquinas,
produciendo otras líneas de virtualidad, que tomarán o no
consistencia en nuevos territorios existenciales. En suma, ahora para
Guattari se trataba de "ello": hay "cosmos" en el "caos; el caos es
portador de complejificación. Hay una relación de "ósmosis" o de
inmanencia entre el caos y la complejidad. Y esto es posible
aprehenderlo desde la posición que, él circunscribió con su propuesta
a los cuatro functores ontológicos (flujos, máquina, universos
incorpóreos o líneas de virtualidad, territorios existenciales).
Y podemos imaginar que la dama de negro no asusta más a
Felix; él consiguió recibirla, gambetear el.miedo al terror y dormir, él
conquistó al extraño.
Exactamente por haber conquistado esta capacidad de acoger al
extraño en su propia subjetividad, Guattari siempre fue un amigo
intercesor. Amigo intercesor, como yo lo entiendo, es algo o alguien
que funciona como soporte del "extraño-en-nosotros", portavoz de la
heterogénesis en nuestra subjetividad. Tal acogimiento del
"extraño-en-nosotros" es la llave para salirnos de este modo de
subjetivación que tanto nos impotencializa, este
sujeto-moderno-en-nosotros, esta subjetividad neurótica o
"capitalística" -como gustaba llamarla Guattari-. Pues lo que define
fundamentalmente este modo de subjetivación es el terror al otro y,
por lo tanto, la instauración de una utopía de la unidad, una ilusión
de completud mantenida por la tutela que este terror ejerce sobre la
subjetividad, y que tiende a sabotear todo movimiento de creación de
la existencia. En suma, la operación básica de este modo de
subjetivación, dominante en nuestro mundo, es el racismo contra
todo lo que repone lo idéntico, contra el extraño en nosotros. Y es por
eso que la voz del extraño es oída por este tipo de subjetividad como
voz de la carencia, y no del carácter intrínsecamente procesual,
heterogenético del ser. Todo a nuestro alrededor conspira contra el
extraño, y es tan fuerte este racismo que necesitamos de
intercesores para combatirlo. Deleuze y Guattari, no cesan de
alertarnos contra esto en toda su obra: por, ejemplo cuando escriben
"necesitamos aliados", "inconscientes que protestan"; o cuando
hablan de "revolución molecular" -esa especie de conspiración en
favor del "extraño-en-nosotros"-, o de "dispositivos catalizadores de
existencialización", o también, en los comienzos, de "grupos sujeto" o
"analizadores", y de ahí en adelante.
Tener un intercesor de la calidad y de la fuerza de Guattari es un
privilegio, y esto continúa incluso más allá de su muerte, pues su
obra encarna al intercesor, con la misma radicalidad con que él lo
encarnó durante su vida. Es por eso, tal vez, que es común que
ocurra que personas que lo leen por primera vez, comenten que no
entienden casi nada y que, sin embargo, experimentan algo como un
entendimiento de otro orden, como si estuvieran escuchando allí algo
que siempre habían sabido sin saber; y que el hecho de que alguien
lo diga les trae una especie de fuerza inusitada.
Felix fue y es un intercesor para muchos de nosotros allá en
Brasil, para muchos; aquí en Argentina, y para tantos otros
desparramados por el mundo. El fue y es un intercesor para los más
diversos movimientos de actualización de una subjetividad creadora,
abierta hacia los posibles que se anuncian -y esto del campo clínico al
campo social y político, pasando por el campo de la filosofía, del arte
y por el propio campo existencial; yendo de New York a Tokio,
pasando por ejemplo por Buenos Aires, San Pablo y Sarajevo. Mas
nunca está de más recordar que cada uno de esos
amigos-movimientos fue el intercesor privilegiado de Felix, capaz de
sucitar y resucitar su confianza en la travesía de la caosmosis, capaz
de espantar el pavor de la aproximación de la dama.
* Este texto fue presentado en las jomadas sobre el pensamiento de Deleuze y
Guattari organizado por Plexus en Octubre de 1992.
(1) N.d.R.:director de la clínica La Borde.
(2) N.de T.: se trata de un juego de palabras utilizando el doble sentido de "Ça":
"esto" o "ello" correspondiente al término freudiano de la segunda tópica.
Guattari organizado por Plexus en Octubre de 1992.
(1) N.d.R.:director de la clínica La Borde.
(2) N.de T.: se trata de un juego de palabras utilizando el doble sentido de "Ça":
"esto" o "ello" correspondiente al término freudiano de la segunda tópica.
Suely Rolnik. La Muerte de Guattari.
Zona Erógena. Nº 13. 1993.
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