Pliegues (Gilles Deleuze, abecedario)
Hay un filósofo que se
llama Leibniz, que hace e inventa un concepto bastante extraordinario, al que
dará el nombre de «mónada», y con ello elige una palabra técnica, complicada:
«mónada», así llama a... Y, en efecto, en los conceptos, siempre hay algo un
poco loco, vaya, algo... esa madre que no sería más que madre, la Idea pura en
el otro caso, y todo lo demás... Hay algo un poco loco, ¿no? Pues bien, la
mónada leibniziana designa a un sujeto, a alguien, tú o yo, en tanto que
expresa la totalidad del mundo y que, expresando la totalidad del mundo, no
expresa claramente más que una pequeña región del mundo: su territorio. Ya
hemos visto y hemos hablado del territorio... Su territorio, lo que Leibniz
llama su «departamento». Así, pues, se trata de una unidad subjetiva que
expresa el mundo entero, pero que no expresa claramente más que una región, un
departamento del mundo: eso es lo que llama una mónada. De modo que, también en
este caso, se trata de un concepto que él crea, que no existía antes de él. Uno
piensa: ¿por qué? ¿Por qué lo crea, qué es lo que...? Está muy bien, pero ¿por
qué hacerlo, por qué decir eso y no otra cosa? Hay que encontrar el problema, y
no porque él oculte el problema, sino porque, si uno no lo busca un poco, no lo
encontrará. Y en ello reside el encanto de leer filosofía; tiene tanto encanto
y resulta tan divertido como leer, una vez más, novelas, o mirar cuadros: es
prodigioso. Si uno lo lee, ¿qué es lo que percibe? En efecto, Leibniz no creó
el concepto de mónada por capricho, sino por otras razones. ¿Cuál es el
problema que plantea? A saber: no hay nada en el mundo que no exista plegado...
Por esa razón he hecho un libro sobre él que se llama El Pliegue. Él
vive el mundo como un conjunto de cosas que están plegadas las unas en las
otras. Entonces, podemos retroceder: ¿por qué vive el mundo de esa manera? ¿Qué
es lo que ocurre? Al igual que Platón, como veíamos antes, tal vez la respuesta
sea: en aquella época, ¿acaso las cosas se plegaban más que ahora? Enfin, ¡no
tenemos tiempo! Lo que importa es la idea de un mundo que está plegado, en el
que todo es pliegue de pliegue, de tal suerte que nunca se llegue a algo
completamente desplegado. La materia está hecha de repliegues sobre sí misma,
mientras que las cosas del espíritu, las percepciones, los sentimientos, están
plegados en el alma. Precisamente porque las percepciones, los sentimientos y
las ideas están plegadas en un alma, él construye el concepto de un alma que
expresa el mundo entero, es decir, en el que el mundo entero se encuentra
plegado. Entonces, prácticamente podemos decir: ¿qué es un mal filósofo y qué
es un gran filósofo? Un mal filósofo es alguien que no inventa ningún concepto,
que se sirve de ideas acuñadas, que emite opiniones. En ese momento, no hace
filosofía. Dice: «Esto es lo que pienso». En fin, conocemos a muchos, todavía
hoy, pero opiniones las ha habido toda la vida. No inventa ningún concepto, ni
plantea, en el verdadero sentido de la palabra, ningún problema. De esta
suerte, hacer historia de la filosofía es ese largo aprendizaje, en el que se
aprende, en el que uno es de veras aprendiz en ese doble dominio: la
constitución de los problemas, la creación de los conceptos. ¿Qué es lo que
mata, qué es lo que hace que el pensamiento pueda ser idiota, majadero, etc.?
En fin, la gente habla, pero uno no sabe nunca a qué problema... no sólo no
crean conceptos, sino que emiten opiniones, y además uno no sabe nunca de qué
problema están hablando. Quiero decir que, mientras que se conocen con rigor
las preguntas, si yo digo: «¿existe Dios?», ello no constituye un problema...
No he dicho el problema; ¿dónde está el problema? ¿Por qué planteo esa cuestión
sobre Dios? ¿Cuál es el problema que está detrás de la cuestión? En fin, a la
gente tiene a bien plantear la pregunta: ¿creo o no en Dios? Pero a todo el
mundo le importa un bledo, crean o no en Dios. Lo que importa es por qué dicen
lo que dicen, es decir, el problema al que ello responde. Y qué concepto de
Dios van a fabricar. Si no tienes ni concepto ni problema, en fin... te quedas
en la tontería y punto, es decir, ¡no haces filosofía!