Sin embargo y a pesar de la crítica del antiedipo, Guattari nunca descalifico de manera total a Lacan.
El
objeto de nuestros ataques no es la ideología del psicoanálisis sino el
psicoanálisis en cuanto tal, tanto en su práctica como en su teoría. Y no hay,
en este aspecto, contradicción alguna en sostener que el psicoanálisis es algo
extraordinario y, al mismo tiempo, que desde el principio marcha en una
dirección errónea. El giro idealista está presente desde el comienzo. Pero no
es contradictorio: aunque la putrefacción ya está en el origen, en ella crecen
espléndidas flores. Lo que nosotros llamamos idealismo en el psicoanálisis es
todo un sistema de proyecciones y reducciones propias de la teoría y de la
práctica del análisis: reducción de la producción deseante a un sistema de
representaciones llamadas inconscientes, y a las formas de motivación, de
expresión y de comprensión correspondientes; reducción de la fábrica del
inconsciente a un escenario dramático, Edipo o Hamlet; reducción de las catexis
sociales de la libido a catexis familiares, desviación del deseo hacia
coordenadas familiaristas, Edipo, una vez más. No queremos decir que el
psicoanálisis haya inventado a Edipo. Se limita a responder a la demanda, cada
cual se presenta con su Edipo. El psicoanálisis no hace más que elevar Edipo al
cuadrado –un Edipo de transferencia, un Edipo de Edipo– en la ciénaga del
diván. Pues, ya sea familiar o analítico, Edipo es fundamentalmente un aparato
de represión de las máquinas deseantes, en absoluto una formación propia del
inconsciente en cuanto tal. Tampoco deseamos sostener que Edipo, o sus
equivalentes, varíen según las formaciones sociales consideradas. Estamos más
inclinados a creer, como los estructuralistas, que se trata de una constante.
Pero es la constante de una desviación de las fuerzas del inconsciente. Por eso
atacamos a Edipo: no en nombre de unas sociedades que no implicarían a Edipo,
sino debido a la sociedad que lo implica de un modo eminente, la nuestra, la
capitalista. No atacamos a Edipo en nombre de ideales pretendidamente
superiores a la sexualidad, sino en nombre de la propia sexualidad, que no se
reduce al “sucio secretito de familia”. No establecemos diferencia alguna entre
las variaciones imaginarias de Edipo y la constante estructural, puesto que se
trata en ambos extremos del mismo atolladero, del mismo avasallamiento de las
máquinas deseantes. Lo que el psicoanálisis llama la solución o la disolución
de Edipo es en extremo cómico, ya que se trata precisamente de la puesta en
marcha de la deuda infinita, el análisis interminable, la epidemia edípica, su
transmisión de padres a hijos. Cuánto desatino, cuántas estupideces han podido
decirse en nombre de Edipo, especialmente a propósito de los niños. Una
psiquiatría materialista es aquella que introduce la producción en el deseo y
viceversa, la que introduce al deseo en la producción. El delirio no remite al
padre, ni siquiera al nombre del padre, sino a todos los nombres de la
Historia. Es algo así como la inmanencia de las máquinas deseantes en las
grandes máquinas sociales. Es la ocupación del campo social histórico por parte
de las máquinas deseantes. Lo único que el psicoanálisis ha comprendido de la
psicosis es su línea “paranoica”, la que conduce a Edipo, a la castración y a
todos esos aparatos represivos que se han inyectado en el inconsciente. Pero el
fondo esquizofrénico del delirio, la línea “esquizofrénica” que diseña un campo
ajeno a la familia, se le ha escapado por completo. Foucault decía que el
psicoanálisis seguía siendo sordo a la voz de la sinrazón. Y, efectivamente, el
psicoanálisis lo neurotiza todo y, mediante tal neurotización, no contribuye
únicamente a producir esa neurosis cuya curación es interminable, sino al mismo
tiempo a reproducir al psicótico como aquel que se resiste a la edipización.
Carece por completo de una posibilidad de acceso directo a la esquizofrenia. Y
pierde igualmente la naturaleza inconsciente de la sexualidad debido a su
idealismo, al idealismo familiarista y teatral. F. Guattari