De la escritura


El límite no está fuera del lenguaje, sino que es su afuera: se compone de visiones y de audiciones no lingüísticas, pero que sólo el lenguaje hace posibles. También existen una pintura y una música propias de la escritura, como existen efectos de colores y de sonoridades que se elevan por encima de las palabras. Vemos y oímos a través de las palabras, entre las palabras. Beckett hablaba de «horadar agujeros» en el lenguaje para ver u oír «lo que se oculta detrás».

René Schérer por LDF


El radar libertario


René Schérer es un gran fotógrafo. René Schérer, en verdad, es un filósofo que ha escrito al modo de polaroids en torno a la figura de Gilles Deleuze. Su libro Miradas sobre Gilles Deleuze (Editorial Cactus) son vistas, encuadres, fotos hiperrealistas o fuera de foco, fotogramas ampliados, con gran angular y de variadas constituciones ópticas. Esas miradas de Schérer componen una intimidad, una cercanía, un afecto que es evidente pero no exento de rigor, de letanía, de consistencia filosófica, de densidad y hondura franca, sin rebusque ni rulo: una alegría del pensar, una celebración de la creación. Miradas sobre Gilles Deleuze puede considerarse una buena aproximación al pensamiento deleuzeano, pero también, y sobre todo, a la filosofía de René Schérer. Hablar de Deleuze para hablar de Schérer, quizá la operación más propicia sea esa.
¿Qué nos dicen estas miradas? Al comienzo, en el preludio, en tono de amistad, se anuncia: “Eso es Deleuze, aquel que desde el principio convirtió su filosofía tan atractiva, fuera de toda inquietud de orden teórico y de obediencia, en el deslumbramiento provocado por sus fulguraciones: esa hospitalidad, ese acto de amistad y de amor. Ella le ha dado a mucha gente la posibilidad simple de pensar, de no avergonzarse de su propio pensamiento o de su falta de pensamiento; los ha despertado al ejercicio del pensamiento, los ha reconciliado con él”. Hospitalidad y ausencia de vergüenza: riesgo, coraje; a fin de cuentas, aprender a pensar por uno mismo implica arrasar con todo lo previo e incluso pensar contra uno mismo, barrer con lo “personal”, de allí la afirmación de la impersonalidad reclamada por Deleuze y señalada por Schérer. Paradójicamente, pocos filósofos más originales y personales que Deleuze.
Tanto Gilles como Schérer fueron contra los terrorismos ideológicos de su época, contra las verdades homogéneas, tanto las marxistas-leninistas-maoístas como las iglesias freudianas-lacanistas. La libertad de la Universidad de Vincennes y la fórmula extraordinaria de Deleuze: “Antes que juez, barrendero”. La hospitalidad deleuzeana, la amistad y el ímpetu libertario de este anarquista coronado trasuntan en René Schérer y su lectura de Charles Fourier, el socialista utópico del siglo XIX, el hedonista y gastrónomo conceptual, el cultor de la comunidad placentera.
El desprecio y la burla que sufrieron los llamados filósofos del deseo, hijos del Mayo del ’68, todos ellos: de Foucault a Lyotard, de Hocquenghem al propio Schérer, de Guattari a Vaneigem. Tildados de irracionales, en rigor eran nietzscheanos de izquierda (varios de ellos), imposibles de uniformar, mucho menos “posmodernos”. La cuestión era el vitalismo, esas bombas libertarias que siguen humeando en el libro homenaje de Schérer a Deleuze, en torno a pictogramas preciosos y amorosos: la amistad, la escritura, la vida, lo impersonal, el deseo, la homosexualidad, la fábrica del inconsciente, la subjetividad, la utopía, y pocas cosas más. La “nueva izquierda” clamaba por poetizar la vida cotidiana, por estetizarla, por producir nuevas formas de existencia y resistencias micropolíticas, por pegar con la misma fuerza y por igual a las derechas retrógradas y las izquierdas paquidérmicas.
Toda la filosofía de Deleuze es una afirmación de la vida y un himno a su intensidad. Dice Schérer: “La originalidad de Deleuze consiste, por el contrario, en que se impuso muy tempranamente una ruptura con todas las tendencias contemporáneas que nos agitaban a nosotros, estudiantes: a la cabeza, marxismo y fenomenología. A contracorriente, con un dandismo –tanto intelectual como de modales y de apariencia– reconocido por todos, eligió como referencias a Hume, a Bergson, a Proust, a un Nietzsche que deslumbró y aseguró su reputación de virtuosismo”. Ese linaje, esa cartografía, era la andanza intelectual que Schérer valora de Deleuze como ejercicio de libertad. Y también, claro, el cine, la “superioridad” de la literatura angloamericana (por liberarse del psicologismo y el moralismo tan propio del sucio secretito francés) o las maravillosas conversaciones con Claire Parnet en torno al surf, el tenis o los videoclips.
Deleuze fue contra todo: el Estado, el mercado, la subjetividad, Freud, Marx, el freudomarxismo, Lacan y la fenomenología. Esos martillazos abruptos, ese rapto, son lo que fascina a Schérer. Ahora bien, ¿quién es René Schérer? Nacido en 1922, con flamantes 90 años es profesor emérito en la Universidad París 8 (Vincennes-Saint Denis). La obra de Schérer, poco y nada traducida al español, es grande y brillante, tan solar como la de su admirado Deleuze. Sexualidad, infancia, pedagogía, anarquismo y hedonismo surgen como puntas de lanza y obsesiones. Ferviente investigador de la obra de Charles Fourier, colaborador de la revista Chimères, creada por los propios Deleuze y Guattari, estuvo vinculado al Frente Homosexual de Acción Revolucionaria a la par de su amigo Guy Hocquenghem, junto a quien coescribió El alma atómica: para una acción estética de la era nuclear (1986). Texto en el que los conceptos toman cuerpo con filosofías como el dandismo, el gnosticismo y el epicureísmo. Posteriormente, Schérer prologó la reedición del ensayo más interesante y canónico de Hocquenghem: El deseo homosexual, de 1972, libro que puede ser considerado la primera obra de la teoría queer. Apoyado precisamente en Deleuze y Guattari, el autor critica los modelos del deseo derivados de la obra de Lacan y Freud, y trata la relación entre el capitalismo y la sexualidad, la dinámica del deseo y las consecuencias políticas sobre las identidades.
La obra de Schérer comprende más de veinte ensayos. Su último texto es una reivindicación del anarquismo, donde a propósito señalaba recientemente: “Soy muy escéptico con respecto a la noción de organización. Desde el momento en que hay organización, hay claudicaciones, directivas y autoritarismo. Algo que choca con el compromiso filosófico tal como yo lo entiendo, es decir, un compromiso no organizacional. Acabo de terminar la redacción de un libro titulado Nourritures anarchistes, compuesto de reflexiones más o menos dispersas sobre esta búsqueda. El anarquismo es un ingrediente presente en todos lados. Cuando un pensamiento quiere ser libre y contestatario, se encuentra con la anarquía. Defino el anarquismo como el rechazo de las trascendencias, de las autoridades jerárquicas, pero también de las instancias, los conceptos, las nociones y las instituciones (la nación, el Estado o la familia) que prevalecerían sobre las decisiones individuales. Es lo que la filosofía ha venido llamando, desde Bacon en el siglo XVII, ‘los ídolos’. La filosofía consuma la ruptura con los ídolos”.
La ruptura con la idolatría, con la adoración, con el seguimiento ciego, está en el pulsar de Schérer y del clima libertario de Mayo del ’68. Si bien algunas ideas han sido travestidas, cooptadas o quizá refinadas por el capitalismo, la visión de Schérer sigue persistiendo en ello, en particular en relación con el discurso del deseo que atraviesa la fibra de su pensamiento. En este sentido, en su mirada sobre Deleuze nos dice: “La tarea de cada uno consiste en llevar esa vida, con y por el prójimo, a la mayor intensidad, a la potencia más elevada. Lo cual no quiere decir poder sobre los otros, todo lo contrario. Fuerza a resistir a todos los poderes instalados, a reírse de la opinión, a construir nuevas e insólitas alianzas entre sexos y reinos. El Anti Edipo reencaminaba una razón extraviada, abusada por ciencias ilusorias, mistificadoras, como el psicoanálisis y el marxismo, cada una de su lado confiscatoria de la vida profusa y deseante, con el objetivo de castrarla, sea en nombre de la pudibundez revolucionaria proletaria, sea en miras de la salud mental y de la normalización de la persona social”. De modo que: castración, homofobia y antihedonismo de la izquierda revolucionaria a la par que normalización y edipización de la terapia psicoanalítica tradicional, aquí las grandes críticas de Schérer hacia el marxismo y el psicoanálisis, las mismas que marcaron los propios Deleuze y Guattari. Vale decir, esa vida de deseo no está encerrada en la pulsión sino que reside fuera de ella, en los agenciamientos y los vínculos, y –sobre todo– el psicoanálisis no está interesado en la exploración de las potencias constructivas del deseo sino en su reducción a las figuras convencionales, como la familia o los vínculos de padres e hijos.
Un tema capital en el pensamiento de Schérer será la reflexión en torno a la homosexualidad. Allí el propio Gilles Deleuze será el arma de fuego conceptual para pensar. Acompañado de su Guy Hocquenghem, la filosofía de Schérer da cuenta, por ejemplo, de la expresión “devenir-mujer” presente en Mil mesetas (1980), de Deleuze y Guattari. En su apartado al respecto, señala: “La homosexualidad bajo todas sus formas ha ejercido sobre Gilles Deleuze una innegable atracción. Está acompañada por la seducción, por la propia fascinación de una deriva minoritaria por fuera de los caminos trillados y de los consensos triviales, por una ruptura con las representaciones de la opinión común (…) La homosexualidad, esa fuerza que corta transversalmente la sociedad y hace que se reúnan los aristócratas y los bajos fondos. Opera una torsión de las fuerzas del afuera y hace abrazar interiormente las causas de las Panteras Negras, de los palestinos, de los transexuales, un heroísmo común”. En Schérer, como en Deleuze, la homosexualidad es, entonces, lo heroico por minoritario, allí encalla con los otros héroes: los negros, las mujeres, los judíos, los palestinos, los latinos. Es en Deleuze, un heterosexual protegido por Fanny Grandjouan, su amada mujer, su pasión pivotante, en quien Foucault, Schérer o Hocquenghem, tres homosexuales, encuentran palabras de combate, pasión, recepción y desarticulación de su deseo. Deleuze fue el heterosexual más homosexualizado.
Es el de René Schérer un pensamiento que tiene visos de un sabio en su nonagésimo aniversario. Redescubierto y citado por Michel Onfray como un escalón más en su contrahistoria filosófica anarquizante y hedonista, su sitio es de privilegio y también insular en la filosofía francesa contemporánea. En Política del rebelde (1989), Onfray lo toma como una figura libertaria que enarbola la resistencia y la insumisión de esa genealogía que se propone “terminar” con el Mayo del ’68. Esa conclusión es total en Schérer, un filósofo que aprendió la lección deleuzeana y no se avergonzó de nada: ni de su pensamiento, ni de su sexualidad, ni de su cuerpo, ni de su política ni de su estética. Al cierre de sus miradas sobre Deleuze, nos dice: “La utopía: nada más que lo real”. 

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Hablar no es ver

 "hablar no es ver", son las versiones de la visión y de lo visible. Primera versión: veo a distancia, percibo a distancia, capto las cosas, los objetos a distancia; se sabe que yo no comienzo por captarlas en mi para proyectarlas. Capto la cosa ahí donde está. La psicología moderna nos lo enseña: capto la cosa a distancia, y después, nos dice Blanchot, hay otra visibilidad. Cuando la distancia nos capta. Soy captado por la distancia, lo que es lo contrario de captar la distancia. Es la fascinación. El arte o el sueño. ¿Qué le impide a Blanchot decir: e inversamente? no puede decirlo porque eso arruinaría el silencio. La aventura de lo visible no hace más que preparar la verdadera aventura que debe ser la de la palabra. Si bien él tiene la idea de un ejercicio superior de la visión solo lo es como un grado preparatorio al único ejercicio superior que es la palabra en tanto que habla de eso que solo puede ser hablado, es decir de eso que no puede hacer parte del silencio. La visión, en lugar de desarrollar libremente su ejercicio superior, será una confirmación para la palabra. Blanchot es, de cierta manera, cartesiano. También él solo piensa con una forma, también él, como Descartes, y es su única relación con Descartes, todo su pensamiento consiste en confrontar la determinación y lo indeterminado. No es cartesiano porque en él la relación de la indeterminación y de lo indeterminado es, de hecho, diferente de como pasa en Descartes. La determinación y lo indeterminado, en Blanchot -y es lo que lo obsesiona-, permanecen cara a cara, en una especie de enfrentamiento sin fin. La frase clave de Blanchot. Este tema se encuentra en el prefacio de Blanchot al absolutamente bello libro de Jaspers sobre Hölderlin. El texto de Blanchot es: "¿Cómo lo determinado puede sostener una relación verdadera con lo indeterminado?", aclarando una vez dicho esto, que lo determinado nunca reduce a lo indeterminado, mientras que en Descartes lo determinado no deja subsistir lo indeterminado. En Blanchot, no es así, lo determinado se sostiene en lo indeterminado de tal manera que subsiste lo indeterminado. Hay una especie de corto circuito de la determinación y de lo indeterminado, al punto que la determinación más radical sale de la indeterminación más pura. ¿En quién piensa? ¿Qué define un agua-fuerte de Goya?


 ¿Qué son los monstruos de Goya? Son la determinación en cuanto ella sale inmediatamente de un indeterminado que subsiste a través de ella. Es lo que Blanchot llama una relación verdadera de lo determinado con lo indeterminado. Una relación verdadera de tal manera que lo indeterminado subsiste a través de la determinación, y que la determinación sale inmediatamente de lo indeterminado. Se llamará un monstruo a la determinación que sale inmediatamente de un indeterminado que subsiste bajo la determinación.... Bueno tenemos la respuesta... Blanchot no puede decir: e inversamente, puede decir: hablar no es ver, no puede decir: ver no es hablar, pues él solo ha concebido una forma: la determinación, forma de la determinación... forma de la espontaneidad de la palabra, y la palabra esta relacionada con la determinación, entonces ver o bien se deslizará en lo indeterminado, o bien solo será una especie de estado preparatorio para el ejercicio de la palabra.