Leyendo el Nietzsche de Gilles: Nietzsche y la dialéctica


Tenemos plenos motivos para suponer en Nietzsche un conocimiento profundo del movimiento hegeliano, desde Hegel hasta el propio Stirner. Los conocimientos filosóficos de un autor no se valoran por las citas que utiliza, ni según la relación de bibliotecas siempre fantasistas y conjeturales, sino según las direcciones apologéticas o polémicas de su obra. No entenderemos bien el conjunto de la obra de Nietzsche si no vemos «contra quién» van dirigidos los principales conceptos. Los temas hegelianos están presentes en esta obra como el enemigo que se combate. Nietzsche denuncia sin cesar: el carácter teológico y cristiano de la filosofía alemana (el «seminario de Tubingue») - la impotencia de esta filosofía para salir de la perspectiva nihilista (nihilismo negativo de Hegel, nihilismo reactivo de Feuerbach, nihilismo extremo de Stirner) - la incapacidad de esta filosofía para desembocar en algo que no sea el yo, el hombre o los fantasmas de lo humano (el superhombre nietzscheano contra la dialéctica) - el carácter mixtificador de las pretendidas transformaciones dialécticas (la transvaloración contra la reapropiación, contra las permutaciones abstractas). Es cierto que en todo esto, Stirner juega el papel de revelador. Él es quien lleva la dialéctica a sus últimas consecuencias, mostrando hacia dónde conduce y cuál es su motor. Pero precisamente, por pensar todavía como dialéctico, por no salir de las categorías de la propiedad, de la alienación y de su supresión, Stirner se arroja él mismo en la nada que hunde bajo los pasos de la dialéctica. ¿Quién es hombre? Yo, sólo yo. Utiliza la pregunta ¿quién? pero sólo para disolver la dialéctica en la nada de este yo. Es incapaz de formular esta pregunta en otras perspectivas que no sean las de lo humano, bajo otras condiciones que no sean las del nihilismo; no puede dejar que esta pregunta se desarrolle por sí misma, ni formularla en otro elemento que la de una respuesta afirmativa. Carece de método, el tipológico, que correspondería al problema. La labor de Nietzsche es positiva en un doble sentido: el superhombre y la transvaloración. En lugar de ¿quién es hombre esta otra pregunta, ¿quién supera al hombre? «Los más preocupados se preguntan hoy: ¿cómo conservar al hombre? Pero Zarathustra pregunta lo que es el único y el primero en preguntar: ¿cómo será superado el hombre? El superhombre me preocupa enormemente, él es para mí el Único, y no el hombre: no el prójimo, no el más miserable, no el más afligido, no el mejor». Superar se opone a conservar, pero también a apropiar, reapropiar. Transvalorar se opone a los valores en curso, pero también a las pseudotransformaciones dialécticas. El superhombre no tiene nada en común con el ser genérico de los dialécticos, con el hombre en tanto que especie, ni con el yo. No soy yo quien soy el único, ni el hombre. El hombre de la dialéctica es el más miserable, porque no es nada más que un hombre, que ha aniquilado todo lo que no era él. El mejor también, porque ha suprimido la alienación, reemplazado a Dios, recuperado sus propiedades. No creamos que el superhombre de Nietzsche sea un afán de emulación: difiere en naturaleza con el hombre, con el yo. El superhombre se define por una nueva manera de sentir: otro sujeto que el hombre, otro tipo que el tipo humano. Una nueva manera de pensar, otros predicados que el divino; porque lo divino sigue siendo una manera de conservar al hombre, y de conservar lo esencial de Dios, Dios como atributo. Una nueva manera de valorar: no un cambio de valores, no una permutación abstracta o una inversión dialéctica, sino un cambio y una inversión en el elemento del que deriva el valor de los valores, una «transvaloración». Desde el punto de vista de esta labor positiva todas las intenciones críticas de Nietzsche hallan su unidad. La amalgama, procedimiento grato a los hegelianos, se vuelve contra los propios hegelianos. En una misma polémica, Nietzsche engloba el cristianismo, el humanismo, el egoísmo, el socialismo, el nihilismo, las teorías de la historia y de la cultura, la dialéctica en persona. Todo esto, tomado como decisión, forma la teoría del hombre superior: objeto de la crítica nietzscheana. En el hombre superior la disparidad se manifiesta como el desorden y la indisciplina de los mismos momentos dialécticos, como la amalgama de las ideologías humanas y demasiado humanas. El grito del hombre superior es múltiple: «Era un grito largo, extraño y múltiple, y Zarathustra distinguía perfectamente que se componía de muchas voces; aunque a distancia se parecía al grito de una sola boca». Pero la unidad del hombre superior es también la unidad crítica: hecho de piezas y de trozos que la dialéctica ha recogido por su cuenta, tiene por unidad la del hilo que sostiene el conjunto, hilo del nihilismo y de la reacción»



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Pintura: Antoni TàpiesGrafismos.