Cuenta Diógenes Laercio que los estoicos comparaban la filosofía con un huevo: «La cáscara es la lógica, la clara es la moral, y la yema, justo en el centro, es la física.» Es evidente que Diógenes racionaliza. Hay que encontrar el aforismo-anécdota, es decir, el koan. Hay que imaginar un discípulo planteando una pregunta de significación: ¿qué es la moral, oh maestro? Entonces, el sabio estoico saca un huevo duro de su manto doblado y señala el huevo con su bastón. (O bien, cuando ha sacado el huevo, le da un bastonazo al discípulo, y el discípulo comprende que debe contestarse él mismo. El discípulo coge a su vez el bastón y rompe el huevo de modo que un poco de clara queda pegada a la yema, y otro poco a la cáscara. O bien, tiene que hacerlo el maestro mismo; o bien, el discípulo no comprenderá hasta al cabo de muchos años.) En cualquier caso, la situación de la moral está bien señalada, entre los dos polos de la cáscara lógica superficial y de la yema física profunda. ¿Acaso el maestro estoico no es el mismo Humpty Dumpty? Y la aventura del discípulo es la aventura de Alicia, que consiste en remontar desde la profundidad de los cuerpos a la superficie de las palabras, haciendo la inquietante experiencia de una ambigüedad de la moral, moral de los cuerpos o moralidad de las palabras (la «moral de lo que se dice... »); moral del alimento o moral del lenguaje, moral del comer o moral del hablar, moral de la yema o de la cáscara, moral de los estados de cosas o moral del sentido. Porque debemos insistir en lo que decíamos antes, por lo menos para introducir algunas variantes. Era correr demasiado presentar a los estoicos rechazando la profundidad, y no encontrando en ella sino mezclas infernales correspondientes a las pasiones-cuerpos y a las voluntades del mal. El sistema estoico implica toda una física, con una moral de esta física. Si es cierto que las pasiones y las malas voluntades son cuerpos, las buenas voluntades, las acciones virtuosas, las representaciones verdaderas, los asentimientos justos también son cuerpos. Si es cierto que tales o cuales cuerpos forman mezclas abominables, caníbales e incestuosas, el conjunto de los cuerpos tomado en su totalidad forma necesariamente una mezcla perfecta, que no es otra cosa sino la unidad de las causas entre sí o el presente cósmico, respecto del cual el mal mismo no puede ser sino un mal de «consecuencia». Si hay cuerpos-pasiones, hay también cuerpos-acciones, cuerpos unificados del gran Cosmos. La moral estoica concierne al acontecimiento; consiste en querer el acontecimiento como tal, es decir, en querer lo que sucede en tanto que sucede. Todavía no podemos evaluar el alcance de estas fórmulas. Pero, en cualquier caso, ¿cómo podría ser captado y querido el acontecimiento sin que se lo remita a la causa corporal de donde resulta y, a través de ella, a la unidad de las causas como Fisis? Es, pues, la adivinación lo que aquí funda la moral. En efecto, la interpretación adivinatoria consiste en la relación entre el acontecimiento puro (aún no efectuado) y la profundidad de los cuerpos, las acciones y las pasiones corporales de las que resulta. Y es posible decir con precisión cómo procede esta interpretación: se trata siempre de cortar en el espesor, podar superficies, orientarlas, acrecentarlas y multiplicarlas, para seguir el trazado de las líneas y de los cortes que se dibujan sobre ellas. Así, dividir el cielo en secciones y distribuir en ellas las líneas de los vuelos de los pájaros, seguir sobre el suelo la letra que traza el hocico de un cerdo, sacar el hígado a la superficie y observar sus líneas y fisuras. La adivinación es, en el sentido más general, el arte de las superficies, de las líneas y puntos singulares que aparecen en ellas; por ello, dos adivinos no pueden mirarse sin reír, con una risa humorística. (Sin duda, habría que distinguir dos operaciones: la producción de una superficie física para líneas todavía corporales, imágenes, huellas o representaciones, y la traducción de éstas en una superficie «metafísica» donde sólo actúan ya las líneas incorporales del acontecimiento puro, que constituye el sentido interpretado de las imágenes.) Pero, ciertamente, no es por casualidad que la moral estoica nunca ha podido ni querido confiar en los métodos físicos de adivinación, y se ha orientado hacia un polo completamente diferente, desarrollándose de acuerdo con otro método, lógico. Victor Goldschmidt mostró claramente esta dualidad de polos entre los que oscila la moral estoica: de un lado, se trataría de participar todo lo posible en una visión divina que reuniera en profundidad todas las causas físicas entre sí en la unidad de un presente cósmico y extraer de allí la adivinación de los acontecimientos que de él resultan. Pero, del otro lado en cambio, se trata de querer el acontecimiento, sea cual sea, sin ninguna interpretación, gracias a un «uso de las representaciones» que desde el principio acompaña a la efectuación del acontecimiento mismo asignándole el presente más limitado posible: En un caso, se va del presente cósmico al acontecimiento aún no efectuado; en el otro, del acontecimiento puro a su efectuación presente más limitada. Y, sobre todo, en un caso, el acontecimiento se vincula con sus causas corporales y su unidad física; en el otro, el acontecimiento se vincula con su casi-causa incorporal, causalidad que recoge y hace resonar en la producción de su propia efectuación. Este doble polo estaba ya comprendido en la paradoja de la doble causalidad y en los dos caracteres de la génesis estática, impasibilidad y productividad, indiferencia y eficacia, inmaculada concepción que ahora caracteriza al sabio estoico.
Pintura: H. Michaux. Sans titre