Los escritores de más belleza poseen unas condiciones de percepción singulares que les permiten extraer o tallar perceptos estéticos como auténticas visiones, aun a costa de regresar con los ojos enrojecidos. El océano impregna desde dentro las percepciones de Melville, hasta el punto de que el barco parece irreal por contraste con el mar vacío y se impone a la vista como un «espejismo surgido de las profundidades». ¿Pero es suficiente invocar la objetividad de un medio que tuerce las cosas, y hace temblar o titilar la percepción? ¿No se trata más bien de las condiciones subjetivas que, indudablemente,
invocan tal o cual medio objetivo favorable, se despliegan en él, pueden coincidir con él, pero no obstante conservan una diferencia irresistible, incomprensible? En virtud de una disposición subjetiva, Proust encuentra sus perceptos en una corriente de aire que se filtra por debajo de la puerta, y permanece frío ante las bellezas que le muestran. Hay en Melville un océano íntimo que ignoran los marineros, aun cuando lo presientan: en él nada Moby Dick, y es él el que se proyecta en el océano del exterior, pero para transmutar su percepción y «abstraer» de él una Visión.