Es curioso cómo el texto de Deleuze puede parecer accesible y poderoso para algunos y tan oscuro y hasta delirante, para otros. A lo largo de estos años de trabajo con su pensamiento he observado que, crear o no sentido –cuando se trata de un texto de Deleuze- no depende de erudición filosófica, ni de posición epistemológica, metodológica o ideológica alguna, como piensan quienes quieren reducir a Deleuze al papel de un nuevo pensador del Mayo Francés. Crear o no sentido, en este caso y en otros, como el de Nietzsche, depende mucho más de la postura desde la cual el lector ejerce su propio pensamiento. Me explico: en su libro sobre Proust y también en Diferencia y Repetición, Deleuze escribe: que “sólo se piensa porque se es forzado”. ¿Qué quiere él decir con esto?. ¿Qué es lo que nos fuerza a pensar?. Por cierto, no es la competición académica para ver quién llega primero al trono de la verdad que hoy tiene su sede en el palacio mediático cultural, esto no tiene nada que ver con pensar. Lo que nos fuerza a pensar es el malestar que nos invade cuando las fuerzas/flujos del ambiente en que vivimos y que son la propia consistencia de nuestra subjetividad, forman nuevas combinaciones, promoviendo diferencias de estado sensible en relación a los estados que conocíamos y en los cuales nos situábamos. En estos momentos es como si estuviésemos fuera de foco. Y reconquistar un foco nos exige el esfuerzo de construir una nueva figura. Es aquí donde entra el trabajo del pensamiento: con él hacemos la travesía por estos estados sensibles que, no obstante reales, son invisibles e indecibles, para lo visible y decible. El pensamiento, en este sentido, está al servicio de la vida en su potencia creadora. Lo que convierte a los textos de Deleuze más o menos legibles, es la posición desde la cual el lector piensa. Si el lector fuese alguien que se sirve del pensamiento como un arma defensiva contra la inestabilidad y la finitud de toda y cualquier verdad, por cierto, se sentirá intimidado por los textos de Deleuze y su reacción podría ser de las más violentas: probablemente, hará todo lo posible para descalificarlo, para poder olvidarlo, evitando la mala conciencia. Los textos de Deleuze (como lo eran sus clases) sólo crean sentido si los tomamos como piezas de un proceso de elaboración de problemas que nos son propios. Cuando el lector hace del pensamiento este tipo de ejercicio, él encuentra en los textos de Deleuze un universo de una extrema generosidad. Tal vez, la mayor fuerza del pensamiento de Deleuze esté justamente en crear condiciones para convocar en el lector la potencia del pensamiento.
Suely Rolnik estudió con Gilles Deleuze y conoció a Félix Guattari en el París de los años ’70. De allá para acá, alimentó una estrecha relación con los autores de El Anti-Edipo. Con Guattari escribió Micropolítica: cartografías del deseo (Ed. Vozes, 1986), además de haber organizado una compilación de textos del compañero de Deleuze: Revolución Molecular: pulsaciones políticas del deseo (Brasiliense, 1981).
Fuente: Entrevista a Suely Rolnik O POVO/Sábado. Fortaleza-CE. Sábado 18 de noviembre de 1995.