Leyendo el Nietzsche de Gilles: Desarrollo de la mala conciencia


Desarrollo de la mala conciencia: el sacerdote cristiano

Interiorización de la fuerza, después interiorización del propio dolor: el paso del primer al segundo momento de la mala conciencia no es más automático de lo que era el encadenamiento de los dos aspectos del resentimiento. Una vez más se requiere la intervención del sacerdote. Esta segunda encarnación del sacerdote es la encarnación cristiana. «En las manos del sacerdote, ese verdadero artista del sentimiento de culpa, es donde este sentimiento ha empezado a tomar forma». El sacerdote cristiano es quien hace salir a la mala conciencia de su estado bruto o animal, quien preside la interiorización del dolor. Él, sacerdote-médico, es quien cura el dolor infectando la herida. Él, sacerdote-artista, es quien lleva la mala conciencia a su forma superior: el dolor, consecuencia de un pecado. Pero, ¿cómo lo hace? «Si se quisiera resumir en una breve fórmula el valor de la existencia del sacerdote, habría que decir: el sacerdote es el hombre que cambia la dirección del resentimiento». Recuérdese que el hombre del resentimiento, esencialmente doloroso, busca una causa de su sufrimiento. Acusa, acusa a todo lo que es activo en la vida. Ya aquí, el sacerdote surge bajo una primera forma: preside la acusación, la organiza. Ves estos hombres que se llaman buenos, yo te digo: son malos. El poder del resentimiento es pues totalmente dirigido sobre el otro, contra los otros. Pero el resentimiento es una materia explosiva; hace que las fuerzas activas se conviertan en reactivas. En este caso el resentimiento debe adaptarse a estas nuevas condiciones; debe cambiar de dirección. Ahora el hombre reactivo tendrá que encontrar la causa de su sufrimiento en sí mismo. La mala conciencia le sugiere que debe buscar esta causa «en sí mismo, en una falta cometida tiempo atrás, que debe interpretar como un castigo». Y el sacerdote aparece por segunda vez para presidir este cambio de dirección: «Ciertamente, ovejita, alguien debe ser la causa de que tú sufras; pero tú mismo eres la causa de todo esto, tú mismo eres causa de ti mismo». El sacerdote inventa la noción de pecado: «El pecado sigue siendo el principal acontecimiento de la historia del alma enferma; representa para nosotros el juego de manos más nefasto de la interpretación religiosa». La palabra culpa remite a la falta que he cometido, a mi propia culpa, a mi culpabilidad. He aquí como se interioriza el dolor; consecuencia de un pecado, su único sentido es un sentido íntimo. La relación entre el cristianismo y el judaísmo debe ser valorada desde un doble punto de vista. Por una parte el cristianismo es la consecuencia del judaísmo. Prosigue y termina su empresa. Todo el poder del resentimiento va a parar al Dios de la pobre gente, de los enfermos y de los pecadores. En unas célebres páginas Nietzsche insiste en el carácter odioso de san Pablo, en la bajeza del Nuevo Testamento. Incluso la muerte de Cristo es un desvío que conduce a los valores judíos: por esta muerte se instaura una pseudo-oposición entre el amor y el odio, se convierte este amor en más seductor, como si fuera independiente del odio, opuesto al odio, víctima del odio. Se oculta la verdad que Poncio Pilatos supo descubrir: el cristianismo es la consecuencia del judaísmo, en él halla todas sus premisas, es únicamente la conclusión de dichas premisas. Pero también es cierto que, desde otro punto de vista, el cristianismo aporta una nota novedosa. No se contenta con acabar el resentimiento, lo cambia de dirección. Impone esta nueva invención, la mala conciencia. Y tampoco aquí hay que creer que la nueva dirección del resentimiento hacia la mala conciencia se oponga a la primera dirección. Una vez más, se trata sólo de una tentación, de una seducción suplementarias. El resentimiento decía: «Es culpa tuya», la mala conciencia dice: «Es culpa mía». Pero precisamente el resentimiento no se apacigua hasta que su contagio no se ha extendido lo suficiente. Su objetivo es convertir la vida en reactiva, hacer enfermar a los que gozan de buena salud. No le basta acusar, el acusado debe sentirse culpable. Y es en la mala conciencia donde el resentimiento presenta un ejemplo y alcanza el punto álgido de su poder contagioso: al cambiar de dirección. Es culpa mía, es culpa mía, hasta que el mundo entero repite desolado este refrán, hasta que todo lo que es activo en la vida desarrolla este mismo sentimiento de culpabilidad. Y no hay otras condiciones para el poder del sacerdote: por naturaleza, el sacerdote es el que se hace señor de los que sufren. En todo esto volvemos a hallar la ambición de Nietzsche: allí donde los dialécticos ven antítesis u oposiciones, demostrar que hay diferencias más sutiles que descubrir: ¡no la conciencia infeliz hegeliana, que es sólo un síntoma, sino la mala conciencia! La definición del primer aspecto de la mala conciencia era: multiplicación del dolor por interiorización de la fuerza. La definición del segundo aspecto es: interiorización del dolor por cambio de dirección del resentimiento. Hemos insistido sobre el modo en que la mala conciencia releva al resentimiento. No sólo cada una de estas variedades tiene dos momentos, topológico y tipológico, sino que el paso de un momento al otro hace intervenir al personaje del sacerdote. Y el sacerdote actúa siempre por ficción. Hemos analizado la ficción sobre la que reposa la inversión de las valores en el resentimiento. Pero queda por resolver un problema: ¿en qué ficción reposa la interiorización del dolor, el cambio de dirección del resentimiento a la mala conciencia? Este problema es tan complejo que, según Nietzsche, pone en juego el conjunto de fenómenos que se llama cultura.

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