En Spinoza, la razón, la fuerza o la libertad no son separables de un devenir, de una formación, de una cultura. Nadie nace libre, nadie nace razonable . Y nadie puede hacer por nosotros la lenta experiencia de lo que conviene con nuestra naturaleza, el esfuerzo lento por descubrir nuestras dichas.
La infancia, dice a menudo Spinoza, es un estado de impotencia y esclavitud, un estado insensato en el que dependemos a un grado máximo de las causas exteriores, y en el que tenemos necesariamente más tristezas que dichas, jamás estaremos tan separados de nuestra potencia de actuar.
El primer hombre, Adán, es la infancia de la humanidad. Es por ello que Spinoza se opone con tanta fuerza a la tradición cristiana, después racionalista, que nos presenta antes de la falta un Adán razonable, libre y perfecto. Al contrario, debe imaginarse a Adán como un niño: triste, débil, esclavo, ignorante, entregado al azar de los encuentros.
«Debe reconocerse que no se hallaba en poder del primer hombre usar rectamente la razón, sino que estuvo, como nosotros lo estamos, sometidos a las pasiones».
Es decir: No es la falta la que explica la debilidad, es nuestra debilidad primera la que explica el mito de la falta.