El Barroco no remite a una esencia, sino más bien a una función operatoria, a un rasgo. No cesa de hacer pliegues. No inventa la cosa: ya había todos los pliegues procedentes de Oriente, los pliegues griegos, romanos, románicos, góticos, clásicos… Pero él curva y recurva los pliegues, los lleva hasta el infinito, pliegue sobre pliegue, pliegue según pliegue. El rasgo del Barroco es el pliegue que va hasta el infinito.
«como todas estas texturas de la materia tienden hacia un punto más elevado, punto espiritual que envuelve la forma, que la mantiene envuelta y sólo él contiene el secreto de los pliegues materiales abajo. ¿De dónde derivarían éstos, puesto que no se explican por unas partes componentes y puesto que el “hormigueo”, el desplazamiento perpetuo del contorno, procede de la proyección en la materia de algo espiritual, fantasmagoría del orden del pensamiento, como dice Dubuffet?»
«Activas o pasivas, las fuerzas derivadas de la materia remiten a fuerzas primitivas, que son las del alma…»
Gilles Deleuze, El pliegue