Ésta es al menos la definición del primer aspecto de la mala conciencia: aspecto tipológico, estado bruto o material. La interioridad es una noción compleja. Lo que está interiorizado, en primer lugar, es la fuerza activa; pero la fuerza interiorizada se convierte en fabricante de dolor; y al ser producido el dolor con mayor abundancia, la interioridad gana «en profundidad, en anchura y en altura», como abismo cada vez más voraz. Es decir, en segundo lugar, que a su vez el dolor es interiorizado, sensualizado, espiritualizado. ¿Qué significan estas expresiones? Se inventa un nuevo sentido para el dolor, un sentido interno, un sentido íntimo: se hace del dolor la consecuencia de una falta, de un pecado. Tú has fabricado tu dolor porque has pecado, tú te salvarás fabricando tu dolor. El dolor concebido como consecuencia de una falta íntima y el mecanismo interior de una salvación, el dolor interiorizado a medida que se fabrica, «el dolor transformado en sentimiento de culpa, de temor, de castigo»: éste es el segundo aspecto de la mala conciencia, su momento tipológico, la mala conciencia como sentimiento de culpabilidad.
Para comprender la naturaleza de esta invención, hay que considerar la importancia de un problema más general: ¿cuál es el sentido del dolor? De él depende totalmente el sentido de la existencia; la existencia tiene un sentido siempre que el dolor tenga uno en la existencia. Y el dolor es una reacción. Parece ser que su único sentido reside en la posibilidad de activar esta reacción, o al menos de localizarla, de aislar su huella, a fin de evitar cualquier propagación hasta que de nuevo sea posible reactivar. El sentido activo del dolor aparece pues como un sentido externo. Para juzgar el dolor desde un punto de vista activo, hay que mantenerlo en el elemento de su exterioridad. Y para esto se requiere todo un arte, que es el de los señores. Los señores tienen un secreto. Saben que el dolor sólo tiene un sentido: proporcionar placer a alguien, proporcionar placer a alguien que lo inflige o que lo contempla. Si el hombre activo es capaz de no tomarse en serio su propio dolor, es porque piensa siempre en alguien a quien proporciona placer. Si hallamos este tipo de imaginación en la creencia en los dioses activos que pueblan el mundo griego por algo será: «Cualquier mal está justificado desde el momento en que un dios se complace en mirarlo... ¿Qué sentido tenían, en último término, la guerra de Troya y otros horrores trágicos? No hay ninguna duda: eran juegos para contentar la mirada de los dioses». Hoy se tiene tendencia a invocar el dolor como argumento contra la existencia; esta argumentación testimonia una manera de pensar por la que sentimos mucho aprecio, una manera reactiva. Nos situamos, no sólo desde el punto de vista del que sufre, sino desde el punto de vista del hombre del resentimiento, que ya no activa sus reacciones. Comprendemos que el sentido activo del dolor aparece en otras perspectivas: el dolor no es un argumento contra la vida, sino al contrario, un excitante de la vida, «un encanto para la vida», un argumento a su favor. Ver sufrir, o incluso infligir el sufrimiento es una estructura de la vida como vida activa, una manifestación activa de la vida. El dolor tiene un sentido inmediato a favor de la vida: su sentido externo: «Repugna... a nuestra delicadeza, o más bien a nuestra hipocresía, representarse con toda la energía deseada hasta qué punto la crueldad era el placer preferido de la humanidad primitiva y entraba como ingrediente en casi todos sus placeres... Sin crueldad no hay placer, esto es lo que nos enseña la más antigua y la más larga historia del hombre. Y el castigo también tiene aires de fiesta». Ésta es la contribución de Nietzsche al problema particularmente espiritualista: ¿cuál es el sentido del dolor y del sufrimiento? Tanto más hay que admirar la asombrosa invención de la mala conciencia: un nuevo sentido para el sufrimiento, un sentido interno. Ya no se trata de activar su dolor, ni de juzgarlo desde un punto de vista activo. Al contrario, nos aturdimos contra el dolor por medio de la pasión. «Pasión de los más salvajes»: se hace del dolor la consecuencia de una culpa y el medio de una salvación; se cura del dolor fabricando aún más dolor, interiorizándolo todavía más; quedamos aturdidos, es decir, nos curamos del dolor al infectar la herida. En el Origen de la tragedia, Nietzsche ya indicaba una tesis esencial: la tragedia muere al mismo tiempo que el drama se convierte en un conflicto íntimo y que el sufrimiento viene interiorizado. Pero, ¿quién inventa y quiere el sentido interno del dolor?
Para comprender la naturaleza de esta invención, hay que considerar la importancia de un problema más general: ¿cuál es el sentido del dolor? De él depende totalmente el sentido de la existencia; la existencia tiene un sentido siempre que el dolor tenga uno en la existencia. Y el dolor es una reacción. Parece ser que su único sentido reside en la posibilidad de activar esta reacción, o al menos de localizarla, de aislar su huella, a fin de evitar cualquier propagación hasta que de nuevo sea posible reactivar. El sentido activo del dolor aparece pues como un sentido externo. Para juzgar el dolor desde un punto de vista activo, hay que mantenerlo en el elemento de su exterioridad. Y para esto se requiere todo un arte, que es el de los señores. Los señores tienen un secreto. Saben que el dolor sólo tiene un sentido: proporcionar placer a alguien, proporcionar placer a alguien que lo inflige o que lo contempla. Si el hombre activo es capaz de no tomarse en serio su propio dolor, es porque piensa siempre en alguien a quien proporciona placer. Si hallamos este tipo de imaginación en la creencia en los dioses activos que pueblan el mundo griego por algo será: «Cualquier mal está justificado desde el momento en que un dios se complace en mirarlo... ¿Qué sentido tenían, en último término, la guerra de Troya y otros horrores trágicos? No hay ninguna duda: eran juegos para contentar la mirada de los dioses». Hoy se tiene tendencia a invocar el dolor como argumento contra la existencia; esta argumentación testimonia una manera de pensar por la que sentimos mucho aprecio, una manera reactiva. Nos situamos, no sólo desde el punto de vista del que sufre, sino desde el punto de vista del hombre del resentimiento, que ya no activa sus reacciones. Comprendemos que el sentido activo del dolor aparece en otras perspectivas: el dolor no es un argumento contra la vida, sino al contrario, un excitante de la vida, «un encanto para la vida», un argumento a su favor. Ver sufrir, o incluso infligir el sufrimiento es una estructura de la vida como vida activa, una manifestación activa de la vida. El dolor tiene un sentido inmediato a favor de la vida: su sentido externo: «Repugna... a nuestra delicadeza, o más bien a nuestra hipocresía, representarse con toda la energía deseada hasta qué punto la crueldad era el placer preferido de la humanidad primitiva y entraba como ingrediente en casi todos sus placeres... Sin crueldad no hay placer, esto es lo que nos enseña la más antigua y la más larga historia del hombre. Y el castigo también tiene aires de fiesta». Ésta es la contribución de Nietzsche al problema particularmente espiritualista: ¿cuál es el sentido del dolor y del sufrimiento? Tanto más hay que admirar la asombrosa invención de la mala conciencia: un nuevo sentido para el sufrimiento, un sentido interno. Ya no se trata de activar su dolor, ni de juzgarlo desde un punto de vista activo. Al contrario, nos aturdimos contra el dolor por medio de la pasión. «Pasión de los más salvajes»: se hace del dolor la consecuencia de una culpa y el medio de una salvación; se cura del dolor fabricando aún más dolor, interiorizándolo todavía más; quedamos aturdidos, es decir, nos curamos del dolor al infectar la herida. En el Origen de la tragedia, Nietzsche ya indicaba una tesis esencial: la tragedia muere al mismo tiempo que el drama se convierte en un conflicto íntimo y que el sufrimiento viene interiorizado. Pero, ¿quién inventa y quiere el sentido interno del dolor?
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