Tú eres malo; yo soy lo contrario de lo que eres tú; luego yo soy bueno. ¿En qué consiste el paralogismo? Supongamos un cordero lógico. El silogismo del cordero balante se formula así: las aves de presa son malas (es decir las aves de presa son todos los malos, los malos son aves de presa); y yo soy lo contrario de un ave de presa; luego, yo soy bueno. Ciertamente, en la menor, el ave de presa es tomada por lo que es: una fuerza que no se separa de sus efectos o de sus manifestaciones. Pero en la mayor, se supone que el ave de presa podría no manifestar su fuerza, podría reprimir sus efectos y separarse de lo que puede: ya que no se reprime, es mala. Se supone pues, que la fuerza que efectivamente se reprime en el cordero virtuoso y la que se da libre curso en el ave de presa mala, es una única e idéntica fuerza. Ya que el fuerte podría impedirse actuar, el débil es alguien que podría actuar si no se lo impidiese. El paralogismo del resentimiento se basa en esto: La ficción de una fuerza separada de lo que puede. El triunfo de las fuerzas reactivas se debe a esta ficción; en efecto, no basta que se sustraigan a la actividad; deben además invertir la relación de las fuerzas, oponerse a las fuerzas activas y representarse como superiores. El proceso de la acusación en el resentimiento cumple esta función: las fuerzas reactivas «proyectan» una imagen abstracta y neutralizada de la fuerza; una fuerza similar separada de sus efectos será culpable de actuar, meritoria, al contrario, si no actúa; más aún, se creerá que hace falta más fuerza (abstracta) para reprimirse que para actuar. Es de suma importancia analizar esta ficción en detalle, ya que gracias a ella, como veremos más adelante, las fuerzas reactivas adquieren un poder contagioso, las fuerzas activas se convierten realmente en reactivas:
1.º Momento de la causalidad: la fuerza se desdobla. Mientras la fuerza no se separa de su manifestación, se hace de la manifestación un efecto que se relaciona con la fuerza como con una causa distinta y separada: «El mismo fenómeno es considerado primero como una causa y después como el efecto de dicha causa». Se toma por una causa «un simple signo mnemotécnico, una fórmula abreviada»: cuando, por ejemplo se dice que el relámpago brilla. Se sustituye la relación real de significación por una relación imaginaria de causalidad. Se empieza por rechazar la fuerza en sí misma, a continuación se hace de su manifestación algo distinto que halla en la fuerza una causa eficiente distinta; 2.º Momento de la sustancia: se proyecta la fuerza así desdoblada en un sustrato, en un sujeto que sería libre de manifestarla o no. Se neutraliza la fuerza, se la convierte en el acto de un sujeto que podría igualmente no actuar. Nietzsche no cesa de denunciar en el «sujeto» una ficción o una función gramaticales. Sea el átomo de los epicúreos, la sustancia de Descartes, la cosa en sí de Kant, todos estos sujetos son la proyección de «pequeños íncubos imaginarios»; 3.º Momento de la determinación recíproca: se moraliza la fuerza así neutralizada. Ya que, si se supone que una fuerza puede fácilmente no manifestar la fuerza que «tiene», no es absurdo, inversamente, suponer que una fuerza podría manifestar la fuerza que «no tiene». Desde el momento en que las fuerzas son proyectadas en un sujeto ficticio, este sujeto se revela culpable o meritorio, culpable de que la fuerza activa ejerza la actividad que tiene, meritorio si la fuerza reactiva no ejerce la que... no tiene: «Como si la propia debilidad del débil, es decir su esencia, toda su única realidad, inevitable e indeleble, fuera una realización libre, algo elegido voluntariamente, un acto meritorio». La distinción concreta entre las fuerzas, la diferencia original entre fuerzas cualificadas (lo bueno y lo malo), viene sustituida por la oposición moral entre fuerzas sustancializadas (el bien y el mal).
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