Freud expone a menudo un esquema de la vida que denomina «hipótesis tópica». No es un mismo sistema quien recibe una excitación y conserva una traza durable; un mismo sistema no podría a la vez conservar fielmente las transformaciones que sufre y ofrecer una receptividad siempre fresca. «Supondremos pues que un sistema externo del aparato recibe las excitaciones perceptibles pero no retiene nada, carece de memoria, y que tras este sistema se halla otro que transforma la excitación momentánea del primero en trazas durables». Estos dos sistemas o registros corresponden a la distinción de la conciencia y del inconsciente: «Nuestros recuerdos son por naturaleza inconscientes»; e inversamente «la conciencia nace allí donde muere la traza mnémica». También hay que concebir la formación del sistema consciente como el resultado de una evolución: en el límite del dentro y fuera, del mundo interior y del mundo exterior, «se habría formado una corteza tan flexible por las excitaciones que recibiría continuamente, que habría adquirido propiedades que la adecuarían únicamente para recibir nuevas excitaciones», sin conservar de los objetos más que una imagen directa y modificable totalmente distinta de la traza durable o incluso inmutable en el sistema inconsciente. Freud, lejos de identificarse con esta tópica hipótesis, no la acepta sin restricciones. El hecho es que hallamos todos los elementos de la hipótesis en Nietzsche. Nietzsche distingue dos sistemas del aparato reactivo: la conciencia y el inconsciente. El consciente reactivo se define por las trazas mnémicas, por las huellas duraderas. Es un sistema digestivo, vegetativo y rumiante, que expresa «la imposibilidad puramente pasiva de sustraerse a la impresión una vez recibida». Y sin duda, incluso en esta eterna digestión, las fuerzas reactivas realizan una tarea reservada a ellas: fijarse a la huella indeleble, investir la traza. Pero, ¿quién no percibe la insuficiencia de esta primera especie de fuerzas reactivas? Una adaptación no sería nunca posible si el aparato reactivo no dispusiera de otro sistema de fuerzas. Se requiere otro sistema en el que la reacción deje de ser una reacción a las trazas para convertirse en una reacción a la excitación presente o a la imagen directa del objeto. Esta segunda especie de fuerzas reactivas no se separa de la conciencia; corteza siempre renovada por una receptividad siempre fresca, medio en el que «de nuevo hay sitio para cosas nuevas». Recordemos que Nietzsche quería llamar a la conciencia a la necesaria modestia: su origen, su naturaleza, su función son únicamente reactivas. Pero no deja de haber una relativa nobleza de la conciencia. La segunda especie de fuerzas reactivas nos muestra bajo qué formas y bajo qué condiciones puede ser activada la reacción: cuando las fuerzas reactivas toman por objeto la excitación en la conciencia, entonces la reacción correspondiente se convierte en algo activado. Todavía hay que separar los dos sistemas o las dos especies de fuerzas reactivas. Todavía hay que impedir que las trazas invadan la conciencia. Una fuerza activa, distinta y delegada debe apoyar la conciencia y reconstituir en cada instante su frescura, su fluidez, su elemento químico móvil y ligero. Esta facultad activa supraconsciente es la facultad del olvido. El error de la filosofía consistió en tratar el olvido como una determinación negativa, sin descubrir su carácter activo y positivo. Nietzsche define la facultad del olvido: «No una vis inertice como creen los espíritus superficiales, sino más bien una facultad de entorpecimiento, en el verdadero sentido de la palabra», «un aparato de amortiguamiento», «una fuerza plástica regenerativa y curativa». Así pues al mismo tiempo que la reacción se convierte en algo activado al tomar por objeto la excitación en la conciencia, la reacción a las trazas permanece en el inconsciente como algo insensible. «Lo que absorbemos se hace tan poco patente a nuestra conciencia durante el estado de digestión, como el proceso múltiple que tiene lugar en nuestro cuerpo mientras asimilamos nuestro alimento... De lo que se puede deducir inmediatamente que ninguna felicidad, ninguna serenidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún goce del estado presente podrían existir sin la facultad del olvido». Pero obsérvese la particular situación de esta facultad: fuerza activa, es delegada por la actividad al lado de las fuerzas reactivas. Sirve de «guardián» o de «vigilante»; impidiendo la confusión de los dos sistemas del aparato reactivo. Fuerza activa, no tiene más actividad que la funcional. Emana de la actividad, pero es abstraída de ella. Y para renovar la conciencia, debe tomar prestada constantemente la energía a la segunda especie de fuerzas reactivas, hacer suya esta energía para dársela a la conciencia. Este es el motivo principal por el que está sujeta a variaciones, a turbaciones propiamente funcionales, a fracasos. «El hombre, en quien este aparato de amortiguamiento está deteriorado y ya no puede funcionar, se parece a un dispéptico (y no sólo se parece): no logra acabar nada». Supongamos un desfallecimiento de la facultad del olvido: la cera de la conciencia está como endurecida, la excitación tiende a confundirse con su traza en el inconsciente, e inversamente, la reacción a las trazas sube por la conciencia hasta invadirla. Así pues, al mismo tiempo que la reacción a las trazas se convierte en algo sensible, la reacción a la excitación deja de ser activada. Esto implica enormes consecuencias: al no poder activar ya una reacción las fuerzas activas están privadas de sus condiciones materiales de ejercicio, ya no tienen ocasión de ejercer su actividad, están separadas de lo que pueden. Finalmente vemos de qué forma las fuerzas reactivas prevalecen sobre las fuerzas activas: cuando la traza ocupa el lugar de la excitación en el aparato reactivo, la propia reacción ocupa el lugar de la acción, la reacción prevalece sobre la acción. Y es de admirar que en esta forma de prevalecer, todo, efectivamente, ocurre entre fuerzas reactivas; las fuerzas reactivas no triunfan formando una fuerza mayor que la de las fuerzas activas. También el desfallecimiento funcional de la facultad del olvido proviene de que ésta ya no encuentra en una especie de fuerzas reactivas la necesaria energía para rechazar a la otra especie y renovar la conciencia. Todo sucede entre fuerzas reactivas: unas impiden a las otras ser activadas, unas destruyen a las otras. Extraño combate subterráneo totalmente desarrollado en el interior del aparato reactivo, pero que no por eso deja de tener una consecuencia que concierne a toda la actividad. Volvemos a hallar la definición del resentimiento: el resentimiento es una reacción que simultáneamente se convierte en sensible y deja de ser activada. Fórmula que define la enfermedad en general; Nietzsche no se contenta con decir que el resentimiento es una enfermedad, la enfermedad como tal es una forma de resentimiento.
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