Lo que hay que valuar es el cambio radical que Welles introdujo en la noción de centro. El problema de la profundidad de campo recogía a su manera una transformación de la pintura del siglo XVII. Es posible que el cine de Welles haya sabido recrear, con destino a nuestro mundo moderno, una transformación del pensamiento que se había producido por vez primera en aquel siglo. Si atendemos al espléndido análisis de Michel Serres, el siglo XVII no fue la edad «clásica» del ideal de lo verdadero, sino la edad barroca por excelencia, inseparable de lo que llamamos clásico y donde la verdad atravesaba una crisis definitiva. Ya no se trataba de saber dónde estaba el centro, el Sol o la Tierra, porque la primera pregunta era: «¿Hay un centro, cualquiera que sea, o no lo hay?» Todos los centros, de gravedad, de equilibrio, de fuerza, de revolución, en síntesis de configuración, se derrumbaban. Se produjo entonces innegablemente una restauración de los centros, pero al precio de un cambio profundo, de una gran evolución en las ciencias y las artes. Por una parte el centro se hacía «puramente óptico», el punto pasaba a ser punto de vista. Este «perspectivísmo» no se definía en absoluto por la variación de puntos de vista exteriores sobre un objeto supuestamente invariable (con lo que el ideal de lo verdadero se conservaría). Aquí, por el contrario, el punto de vista era constante pero siempre interior a los diferentes objetos que desde ese momento se presentaban como la metamorfosis de una sola y misma cosa en devenir. Era la «geometría proyectiva», que instalaba al ojo en el vértice del cono y nos daba «proyecciones» tan variables como los planos de sección, círculo, elipse, hipérbole, parábola, punto, rectas, y en última instancía el propio objeto no era más que la conexión de sus propias proyecciones, la colección o la serie de sus propias metamorfosis. Las que no son verdad ni apariencia son las perspectivas o proyecciones.
Welles introducía en la noción de centro una doble transformación que fundaba al nuevo cine: el centro dejaba de ser sensoriomotor y se hacía por una parte óptico, determinando un nuevo régimen de la descripción; por la otra, al mismo tiempo se hacía luminoso, determinando una nueva progresión de la narración. La descriptiva o proyectíva, y la narrativa o tenebrosa... Al elevar lo falso a la potencia, la vida se liberaba de las apariencias tanto como de la verdad: ni verdadero ni falso, alternativa indecidible, sino potencia de lo falso, voluntad decisoria.
Lo cierto es que, en el devenir, la tierra ha perdido todo centro, no sólo en sí misma sino que ya no tiene centro para girar alrededor. Los cuerpos ya no tienen centro, salvo el de su muerte, cuando se agotan y se reúnen con la tierra para disolverse en ella. La fuerza ya no tiene centro precisamente porque es inseparable de su relación con otras fuerzas.
Los pesos han perdido los centros de equilibrio en torno de los cuales se reparten, las masas han perdido los centros de gravedad en torno de los cuales se ordenan, las fuerzas han perdido los centros dinámicos en torno de los cuales organizan el espacio, y hasta los movimientos han perdido los centros de revolución en torno de los cuales se despliegan.