PREGUNTA. Me gustaría entender mejor esa cuestión del devenir principalmente pensando en el devenir-poeta del que habló.
GUATTARI. Partamos de una tábula rasa, de una reducción general de todas las significaciones dominantes, que desembocan en la afirmación de que habría hombres y mujeres, adultos y niños, un orden animal y uno vegetal. Arrojemos todo eso fuera y consideremos que no hay cuerpo, no hay identidad, pues todo está categorizado en un determinado modo de representación. En compensación, consideremos que hay objetos singulares, implicados en un proceso general de desterritorialización, objetos poéticos que funcionan como rupturas de percepción, como composición de procesos de sensibilidades y de representaciones heterogéneas, que en un momento dado se van a organizar según un determinado perfil que no puede ser remitido a las referencias ordinarias de las significaciones dominantes. Lo que quiero con mi devenir-mujer puede ser una manera de golpear los tacones de mi zapato en el piso, una manera de captar la intensidad de una relación de órganos (en el sentido más indefinible de «órgano»), una manera de territorializar algo, de volverme hacia alguien que me está mirando. Se trata de diferentes sistemas de intensidad que no se articulan necesariamente en una significación de mujer, que no son necesariamente categorizables en un modo de representación de la mujer. Pero puede ser también que, al mismo tiempo, yo esté metido en un «trip-sadomasoquista», y que, en ese caso, pida a mi amante que articule e incorpore a la escena esos diferentes sistemas de intensidad. Sin embargo, especialmente en ese caso, tengo grandes chances de no realizar tal articulación, debido a la propia naturaleza del contrato sadomasoquista: como cuando se trata de un proceso cuya finalidad es exactamente la de abolirse como tal. Tales sistemas de intensidad, tales tipos de objeto, tomados en esos diferentes procesos relativos, pueden pertenecer a singularidades totalmente heterogéneas. Pueden ser del dominio de una semiótica etológica como cuando se trata de captar algo (como un objeto completamente desterritorializado) y tener la intensidad de esa captura, lo que en etología se llamaría función de grasping. Pueden también pertenecer al dominio de una representación plástica, o musical, al dominio de una semiótica corporal, de una caricia o, incluso, pueden estar incorporados a una escena fantasmática, lo que hace que se repitan siempre las mismas escenas (hasta en el sentido de «hacer una escena»… siempre la misma…). En otras palabras, tales elementos de singularidad molecular pueden coexistir y estar implicados en niveles completamente heterogéneos, según la naturaleza de los procesos en los que están incorporados. Es lo mismo que animar y procesar una singularidad que va a desempeñar un papel en un devenir poético, en un devenir-homosexual, pero que también va a desempeñar un papel en un devenir-hombre-de-letras, en un devenir-poder en un grupo social dado.
GUATTARI. Partamos de una tábula rasa, de una reducción general de todas las significaciones dominantes, que desembocan en la afirmación de que habría hombres y mujeres, adultos y niños, un orden animal y uno vegetal. Arrojemos todo eso fuera y consideremos que no hay cuerpo, no hay identidad, pues todo está categorizado en un determinado modo de representación. En compensación, consideremos que hay objetos singulares, implicados en un proceso general de desterritorialización, objetos poéticos que funcionan como rupturas de percepción, como composición de procesos de sensibilidades y de representaciones heterogéneas, que en un momento dado se van a organizar según un determinado perfil que no puede ser remitido a las referencias ordinarias de las significaciones dominantes. Lo que quiero con mi devenir-mujer puede ser una manera de golpear los tacones de mi zapato en el piso, una manera de captar la intensidad de una relación de órganos (en el sentido más indefinible de «órgano»), una manera de territorializar algo, de volverme hacia alguien que me está mirando. Se trata de diferentes sistemas de intensidad que no se articulan necesariamente en una significación de mujer, que no son necesariamente categorizables en un modo de representación de la mujer. Pero puede ser también que, al mismo tiempo, yo esté metido en un «trip-sadomasoquista», y que, en ese caso, pida a mi amante que articule e incorpore a la escena esos diferentes sistemas de intensidad. Sin embargo, especialmente en ese caso, tengo grandes chances de no realizar tal articulación, debido a la propia naturaleza del contrato sadomasoquista: como cuando se trata de un proceso cuya finalidad es exactamente la de abolirse como tal. Tales sistemas de intensidad, tales tipos de objeto, tomados en esos diferentes procesos relativos, pueden pertenecer a singularidades totalmente heterogéneas. Pueden ser del dominio de una semiótica etológica como cuando se trata de captar algo (como un objeto completamente desterritorializado) y tener la intensidad de esa captura, lo que en etología se llamaría función de grasping. Pueden también pertenecer al dominio de una representación plástica, o musical, al dominio de una semiótica corporal, de una caricia o, incluso, pueden estar incorporados a una escena fantasmática, lo que hace que se repitan siempre las mismas escenas (hasta en el sentido de «hacer una escena»… siempre la misma…). En otras palabras, tales elementos de singularidad molecular pueden coexistir y estar implicados en niveles completamente heterogéneos, según la naturaleza de los procesos en los que están incorporados. Es lo mismo que animar y procesar una singularidad que va a desempeñar un papel en un devenir poético, en un devenir-homosexual, pero que también va a desempeñar un papel en un devenir-hombre-de-letras, en un devenir-poder en un grupo social dado.