¿Es posible operar psicoanalíticamente dentro de una institución? Y en ese caso, ¿cómo sería ese grupo que institucionaliza el psicoanálisis? ¿Habría que institucionalizar el psicoanálisis? ¿Ese grupo puede llegar a asumir las características de un grupo supuestamente sujeto, para provocar en su práctica algún tipo de cuestionamiento de las situaciones normales que en la clínica se perpetúan (o sea, la clínica bi-personal)?
GUATTARI. Esta pregunta está presente desde la creación de la Escuela Freudiana. Para Lacan, se trataba de plantear la cuestión del análisis más allá de cualquier fenómeno institucional estratificado en modos de jerarquía, en modos de formación y de promoción. La ambigüedad de esa cuestión cristalizó rápidamente en una forma institucional en el seno de la Escuela Freudiana. Desde el inicio quedó claro que había dos tendencias: los que consideraban que debía haber un sector de análisis específico —como sería el de la didáctica—, y los que querían crear, al menos formalmente —pero por el contrario de modo bastante efectivo—, una aplicación práctica del análisis en el campo de las instituciones. Rápidamente se percibió que, en realidad, no había ninguna comunicación de hecho, ninguna colaboración colectiva real entre los diferentes componentes de la Escuela. Esquemáticamente hablando, más que dos tendencias se constituyeron tres grupos. Uno de analistas educadores, que se habían formado y trabajaban hasta entonces en el contexto de las antiguas instituciones del psicoanálisis. Otro grupo, que reunía a aquellos para los que el análisis era sólo uno de los elementos de su práctica, de su formación, ya que trabajaban también en sectores institucionales. Y un tercer componente, universitario, que a mi parecer con el tiempo fue tomando una importancia desmedida. El debate se centró en la cuestión de la didáctica, extremadamente difícil de ser elucidada en sus implicaciones reales. Partiendo del primer axioma, según el cual el analista está autorizado por sí mismo para cualificarse como tal, se llegó a las extrañas categorizaciones de la Escuela: los miembros, los practicantes y detrás, al final de la fila, la masa de aquellos anónimos que no son autorizados por nadie más que por sí mismos. Esto no tendría la menor importancia si —de hecho— no hubiese correspondido a una manera de hacer perdurar cierto tipo de concepción del psicoanálisis, cierta concepción de la formación, cierto tipo de intervención, especialmente en el campo de la escuela, de la universidad y de las instituciones. Pero lo que tal vez sea más importante es que ese modo de funcionamiento ha esterilizado por completo la investigación analítica, la investigación teórica fundamental. El sistema ideal que Lacan había propuesto (los «carteles») nunca funcionó como tal, sino de la forma en la que acostumbra a ocurrir en los pequeños grupos: los carteles se implantaron en torno a tal o cual líder, permaneciendo en un eterno debate de relaciones de fuerza, lo que redundaba en la promoción de la jerarquía, por tácita que fuere. Se pasó así de una fórmula que debería ser de apertura creativa del análisis a una fórmula, digamos, radical-socialista: cada uno se defiende como puede, cada quien hace lo que quiere en su rincón. Coexistían posiciones tan heterogéneas como las de Dolto, Mannoni, Leclaire, Oury, etc. —se podría enumerar al menos una veintena de posiciones radicalmente diferentes entre sí. De ese modo Lacan continuaba su empresa de elaboración teórica sin que, desde mi punto de vista, se hubiese planteado la problemática del análisis en campos que no fuesen los de la práctica freudiana de origen. No se realizó ningún progreso en el sentido de comprender lo que puede ser la problemática del análisis en instituciones analíticas, universitarias, psiquiátricas, en establecimientos para niños, en formaciones sociales como los movimientos de base, los movimientos políticos, etc. Esa incapacidad de crearse nuevas condiciones de producción ha hecho que la problemática del análisis se encuentre en este momento en un impás bastante grave. Y que su importancia no sobrepase el campo tradicional del psicoanálisis e incluso de la clínica. Y es que la problemática del análisis de las formaciones del inconsciente habla sobre cuestiones tan fundamentales como, por ejemplo, el futuro de los movimientos de transformación social.
GUATTARI. Esta pregunta está presente desde la creación de la Escuela Freudiana. Para Lacan, se trataba de plantear la cuestión del análisis más allá de cualquier fenómeno institucional estratificado en modos de jerarquía, en modos de formación y de promoción. La ambigüedad de esa cuestión cristalizó rápidamente en una forma institucional en el seno de la Escuela Freudiana. Desde el inicio quedó claro que había dos tendencias: los que consideraban que debía haber un sector de análisis específico —como sería el de la didáctica—, y los que querían crear, al menos formalmente —pero por el contrario de modo bastante efectivo—, una aplicación práctica del análisis en el campo de las instituciones. Rápidamente se percibió que, en realidad, no había ninguna comunicación de hecho, ninguna colaboración colectiva real entre los diferentes componentes de la Escuela. Esquemáticamente hablando, más que dos tendencias se constituyeron tres grupos. Uno de analistas educadores, que se habían formado y trabajaban hasta entonces en el contexto de las antiguas instituciones del psicoanálisis. Otro grupo, que reunía a aquellos para los que el análisis era sólo uno de los elementos de su práctica, de su formación, ya que trabajaban también en sectores institucionales. Y un tercer componente, universitario, que a mi parecer con el tiempo fue tomando una importancia desmedida. El debate se centró en la cuestión de la didáctica, extremadamente difícil de ser elucidada en sus implicaciones reales. Partiendo del primer axioma, según el cual el analista está autorizado por sí mismo para cualificarse como tal, se llegó a las extrañas categorizaciones de la Escuela: los miembros, los practicantes y detrás, al final de la fila, la masa de aquellos anónimos que no son autorizados por nadie más que por sí mismos. Esto no tendría la menor importancia si —de hecho— no hubiese correspondido a una manera de hacer perdurar cierto tipo de concepción del psicoanálisis, cierta concepción de la formación, cierto tipo de intervención, especialmente en el campo de la escuela, de la universidad y de las instituciones. Pero lo que tal vez sea más importante es que ese modo de funcionamiento ha esterilizado por completo la investigación analítica, la investigación teórica fundamental. El sistema ideal que Lacan había propuesto (los «carteles») nunca funcionó como tal, sino de la forma en la que acostumbra a ocurrir en los pequeños grupos: los carteles se implantaron en torno a tal o cual líder, permaneciendo en un eterno debate de relaciones de fuerza, lo que redundaba en la promoción de la jerarquía, por tácita que fuere. Se pasó así de una fórmula que debería ser de apertura creativa del análisis a una fórmula, digamos, radical-socialista: cada uno se defiende como puede, cada quien hace lo que quiere en su rincón. Coexistían posiciones tan heterogéneas como las de Dolto, Mannoni, Leclaire, Oury, etc. —se podría enumerar al menos una veintena de posiciones radicalmente diferentes entre sí. De ese modo Lacan continuaba su empresa de elaboración teórica sin que, desde mi punto de vista, se hubiese planteado la problemática del análisis en campos que no fuesen los de la práctica freudiana de origen. No se realizó ningún progreso en el sentido de comprender lo que puede ser la problemática del análisis en instituciones analíticas, universitarias, psiquiátricas, en establecimientos para niños, en formaciones sociales como los movimientos de base, los movimientos políticos, etc. Esa incapacidad de crearse nuevas condiciones de producción ha hecho que la problemática del análisis se encuentre en este momento en un impás bastante grave. Y que su importancia no sobrepase el campo tradicional del psicoanálisis e incluso de la clínica. Y es que la problemática del análisis de las formaciones del inconsciente habla sobre cuestiones tan fundamentales como, por ejemplo, el futuro de los movimientos de transformación social.